Dana, El Rey y el Primer Ministro

Columna de Onel Ortiz

Dana, El Rey y el Primer Ministro

Autor: Onel Ortiz

El reciente desastre natural que ha azotado a la comunidad de Valencia, en España, ha dejado a su paso una ola de muerte, dolor y frustración. El diluvio Dana no solo trajo consigo una cifra devastadora de más de 200 muertos y mil desaparecidos, sino que también expuso la vulnerabilidad del Estado y la falta de preparación para enfrentar una tragedia de esta magnitud. Mientras los valencianos buscan a sus seres queridos y lidian con la destrucción, el descontento hacia las autoridades ha crecido a niveles alarmantes. Este evento ha resaltado una crisis de gobernanza en el país, al poner de manifiesto la desconexión entre las instituciones del Estado y el pueblo que buscan proteger.

Los reyes de España, Felipe VI y Letizia, y el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, visitaron la comunidad de Paiporta, uno de los puntos más afectados por la catástrofe. Sin embargo, en lugar de un recibimiento respetuoso, enfrentaron abucheos, reproches y hasta proyectiles de lodo. Esta respuesta de la población, en medio de una tragedia tan dolorosa, refleja la profunda frustración que sienten muchos españoles hacia sus representantes. La visita de los monarcas y del presidente del gobierno, lejos de ofrecer consuelo, fue vista como una muestra de hipocresía y desconexión, agravada por la lenta respuesta del Estado para socorrer a las víctimas.

El enfado de los valencianos y de muchos ciudadanos españoles no es una reacción meramente emocional ni desproporcionada. En situaciones de crisis, las sociedades necesitan respuestas rápidas, empatía y solidaridad, especialmente de sus líderes. Sin embargo, las autoridades españolas parecen haber fallado en cada etapa del desastre: la prevención, la respuesta inmediata y la planificación de la reconstrucción. La naturaleza es incontrolable, y nadie puede culpar a un fenómeno meteorológico por una tragedia. Pero cuando el desastre revela una falta de preparación, la responsabilidad recae en quienes están encargados de proteger a la población.

Desde hace años, expertos han advertido sobre los efectos del cambio climático y la creciente frecuencia de fenómenos extremos en la región mediterránea. Sin embargo, las acciones de prevención y planificación urbana en España parecen haber quedado en un segundo plano, dejando a ciudades y comunidades vulnerables. La falta de infraestructuras adecuadas y de planes de emergencia eficientes han convertido a Dana en un catalizador de problemas que se venían gestando, y cuya solución requería decisiones políticas que nunca llegaron.

La reacción de los monarcas y del jefe de gobierno no hizo sino agravar el resentimiento de la población. La visita fue percibida como una acción protocolaria, sin verdadero interés ni compromiso con los afectados. En momentos de tragedia, los líderes deben mostrar una empatía genuina y una disposición para escuchar el dolor de sus ciudadanos. Sin embargo, en Paiporta, la visita de Felipe VI, Letizia y Pedro Sánchez careció de ese componente emocional, y fue vista como una escena calculada, alejada de la realidad que enfrentan miles de valencianos.

La indignación se materializó en gritos, insultos y lodo, un mensaje claro para el gobierno y la monarquía. La falta de sensibilidad y la incapacidad para comprender la magnitud de la tragedia revelan una profunda desconexión entre las instituciones y la sociedad civil. En estos momentos, la empatía y la solidaridad deben ser los pilares de la respuesta estatal; en cambio, la población percibe un Estado frío, burocrático y, peor aún, indiferente ante el sufrimiento de su gente.

En medio de esta catástrofe, ha sido la ciudadanía quien ha tomado la iniciativa y ha mostrado una respuesta efectiva. Vecinos, voluntarios y organizaciones civiles han trabajado incansablemente para auxiliar a los afectados, organizar brigadas de rescate y reunir ayuda humanitaria. Este tipo de respuestas se ha vuelto cada vez más común en desastres alrededor del mundo, donde la población se organiza para suplir la falta de acción de las autoridades.

Los ciudadanos, enfrentados a la tragedia, se convierten en los verdaderos héroes, demostrando una solidaridad y valentía que contrasta con la parsimonia del gobierno y la monarquía. Esta autoorganización y sentido de comunidad son valiosos, pero también revelan una paradoja: en un Estado moderno y democrático, debería ser el gobierno quien lidere estos esfuerzos y brinde la infraestructura necesaria para que los ciudadanos no tengan que actuar solos.

La visita de los monarcas y de Pedro Sánchez fue, en muchos sentidos, un error de cálculo político. En lugar de esperar a que se calmaran las aguas y de acudir con una propuesta clara de apoyo, la presencia de los líderes sin una solución concreta pareció casi insultante. Este fallo de percepción política y de empatía representa un problema más profundo, que afecta a la imagen del Estado y de la monarquía. En tiempos de crisis, los líderes deben mostrar prudencia, sensibilidad y una acción concreta. Fallar en estos elementos puede llevar a una erosión de la confianza en las instituciones y a una mayor polarización social.

La tragedia en Valencia nos deja varias lecciones importantes. Primero, es urgente que el Estado español reevalúe sus planes de prevención y emergencia. Los fenómenos meteorológicos extremos son cada vez más frecuentes, y no se puede permitir que comunidades enteras queden expuestas por falta de planificación. La inversión en infraestructuras resilientes y en sistemas de alerta temprana no es un lujo, sino una necesidad en un contexto de cambio climático.

Segundo, la respuesta de los líderes debe cambiar de rumbo. La empatía y la conexión con el pueblo son elementos esenciales en cualquier democracia, especialmente en momentos de tragedia. La monarquía y el gobierno deben reflexionar sobre su papel y replantearse cómo pueden responder de manera más cercana y efectiva. En una situación donde la desconfianza hacia las instituciones va en aumento, es fundamental que los líderes políticos tomen acciones concretas para cerrar la brecha entre el Estado y la sociedad.

Esta tragedia resalta el valor de la sociedad civil y de los ciudadanos comunes, quienes en momentos de crisis se convierten en los pilares de su comunidad. La solidaridad demostrada en Valencia es un recordatorio de que la verdadera fortaleza de un país radica en su gente. El Estado debe estar a la altura de esa fortaleza, ofreciendo respuestas efectivas, humanas y rápidas.

La catástrofe de Dana en Valencia quedará como un recordatorio amargo de los desafíos que enfrenta España, tanto a nivel climático como político. Las autoridades deben tomar este suceso como una oportunidad para mejorar, aprender y actuar con mayor responsabilidad, para que tragedias como esta no vuelvan a ocurrir con la misma intensidad de abandono e impotencia.

Por cierto, este fin de semana también cayeron lluvias torrenciales sobre los municipios mexiquenses de Naucalpan y Ecatepec, con imágenes muy similares a las que vimos en Valencia. Recuerdo a las personas que han vivido por casi dos meses con sus casas inundadas de agua sucia y lodo en por lo menos 11 colonias de Chalco. Recuerdo a los damnificados de Acapulco del año pasado y de éste. La diferencia es que en el Estado de México y Guerrero no pasa absolutamente nada. Eso pienso yo, usted qué opina, la política es de bronce.

@onelortiz

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