De Pantaleón y las visitadoras

Cómo representante popular e integrante de un poder del Estado mexicano está obligada a ser mucho más tolerante a la crítica y al escrutinio público

De Pantaleón y las visitadoras

Autor: Onel Ortiz

Es “pornografía”, soy “puta” dijo en entrevista la diputada federal, después de que en sus redes sociales subió un video practicando sexo oral a un cliente y de repetir 72 veces un tuit en el que afirmó que ella es la única dueña de su cuerpo. Los principales noticieros de radio y TV  repitieron las palabras de la diputada. Si quería notoriedad, lo consiguió. A este desplante siguieron diversas reacciones. La más destaca, una larga carta de quien se presentó como su esposo y que al final, en una postdata, le pidió el divorcio.

De este tema digo dos cosas. Como persona, lo hecho y dicho por la diputada está amparado por sus derechos constitucionales. Mientras no inflija alguna ley, sus valores éticos son el límite de sus acciones. Como quien dice cada quien su vida.  Ella fue electa diputada, porque el partido que la postuló decidió otorgar representatividad legislativa a la comunidad transexual, del cual forma parte, como una forma de inclusión. Como legisladora pertenece voluntaria y legalmente a un grupo parlamentario y a una legislatura, ambos regulados por leyes, normas y códigos.

Cómo representante popular e integrante de un poder del Estado mexicano está obligada a ser mucho más tolerante a la crítica y al escrutinio público que lo que sería un ciudadano cualquiera. A la sociedad no interesa sus asuntos personales  sino que cumplan con sus responsabilidades constitucionales y legales.

Dejemos el desplante de la diputada a un lado. Vayamos a un tema importante para la salud pública, la seguridad y el combate a la violencia. Hablo de la regulación del trabajo sexual en todas sus modalidades y formas.

La prostitución es tan antigua como la Humanidad, pero los prejuicios y estigmatizaciones morales, la religión, las buenas conciencias, el qué dirán, han obstaculizado su regulación. Mario Vargas Llosa, desde la literatura, en su novela Pantaleón y las visitadoras, ofrece una panorámica del problema y de las solución. La historia se desarrolla en la Amazonía Peruana, donde los efectivos del Ejército  son atendidos por un servicio de prostitutas, a quienes llaman «visitadoras». A Vargas Llosa puede y debe cuestionarse sus tendencias políticas, pero nunca su calidad literaria y la precisión de su pluma.

El Estado debe regular la prostitución. Es la única manera de controlar las enfermedades de transmisión sexual. Mejorar la seguridad, la oferta de servicios sexuales, evitar la explotación y combatir las diversas formas de violencia que padecen las y los trabajadore sexuales.

En este espacio, no somos puritanos, tampoco apologistas. Acabemos con la falsa moral. Las personas que critican y escandalizan con la prostitución en el día, pero que contratan a escorts de noche son detestables. Somos partidarios de los derechos y las libertades, pero también conscientes de las responsabilidades que el ejercicio de dichos derechos y libertades implica. Ante la ola de violencia y de homicidios que padecen las trabajadoras sexuales, qué necesidad de despertar más el odio con pasiones y manías personales.  

@onelortiz

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