Despiden a Abimael Eduardo, víctima mortal en San Pablo Xochimehuacán

Algunas historias que se cuentan en San Pablo Xochimehuacán no deberían ser reales, como la de Abimael Eduardo Zamorano, única víctima mortal de la explosión

Despiden a Abimael Eduardo, víctima mortal en San Pablo Xochimehuacán

Autor: Anaid Piñas

Las cosas jamás volverán a ser igual. Algunas historias que se cuentan por las calles parecen increíbles, unas ambiguas y otras no deberían ser reales; de estas últimas quisieran ser parte familiares y amigos de Abimael Eduardo Zamorano, la única víctima mortal de la explosión en San Pablo Xochimehuacán, Puebla.

Pasado el mediodía, el cortejo fúnebre arribó al panteón de la junta auxiliar. El cuerpo fue custodiado por las personas que en vida estuvieron unidas en experiencias y cariño a Eduardo, a “Lalito”, como lo llaman con cariño sus conocidos.

Doña Alberta Zamorano mira pasar la caja en la que yace el cuerpo de su hijo y no pierde la expresión de firmeza hasta que se aleja de la entrada. “Es la voluntad de Dios”, se repite varias veces a manera de consuelo. Ya reunida con sus cercanos, se cubre el rostro ante cada resquicio de tristeza que pudiera escapársele antes de pronunciar palabras de agradecimiento para los presentes.

Adentro, a diferencia del resto de la junta auxiliar, huele a flores, a cempasúchil y a tierra mojada. Las personas comienzan a acercarse poco a poco en la ceremonia encabezada por la madre de Eduardo. Algunos caen en cuenta de que es Día de Muertos y que es justo por estos dolores y separación terrenal que año con año las familias esperan la visita de sus difuntos.

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La escena se vuelve aún más emotiva cuando con la voz entrecortada doña Alberta toma fuerza para entonar un himno. Algunos la acompañan al conocer la letra, los demás se limitan a orar. El canto llena el espacio sin problema, pues la ceremonia fue lo más íntima posible.

Los asistentes dejan que por su rostro corran todas las lágrimas que habían guardado desde hacía varias horas. Los sobrinos de “Lalito” intentan mantenerse firmes. Los sollozos son cada vez más fuertes y se ahogan en abrazos de consuelo y empatía. Algunos amigos le gritan que lo extrañarán, pero que esperan alcanzarlo cuando sea su momento.

“La vida es corta, no la malgasten en cosas sin sentido. Qué más daría yo porque todos ustedes entraran en mi mente y en mi corazón y sintieran lo que yo siento. Estoy tranquila, lo que Dios quiere es que lo busquen, que seamos buenos. Que el mundo ruede, pero con Dios podemos obtener salvación,” ora en voz alta doña Alberta, quien sabe que lo que sigue será el adiós definitivo en la tierra.

Los trabajadores del panteón dan oportunidad de despedirse a los que deseen hacerlo. La madre de Abimael Eduardo se acerca. Apoya la mano sobre la caja mientras agradece a Dios lo vivido a su lado. “Te llevaste a mi niño, el más chiquito”, le reclama antes de hincarse a abrazar la caja. “Mi niño. Ya no me pude despedir de ti, pero sé, que tú, Señor, eres fiel y está contigo”, dice como puede entre lamentos y suelta la caja para que puedan depositarlo en la fosa.

Junto al féretro, uno de los asistentes se despidió poco antes de que la ceremonia terminara: “¡Lalito!, estamos aquí contigo. En las buenas y las malas. Está tu mami hermosa contigo, ella siempre fue lo más importante y hoy te acompañó. Están tu familia, tus hermanos, tus amigos. Con todo respeto te vamos a enterrar “Lalito”. Nos vamos contentos de saber que estás con Dios. Tu mami hermosa oró por ti, hay mucha gente que te quiere, nos veremos pronto”.

El panteón de la junta auxiliar albergó el último adiós.

Uno a uno, familiares, vecinos y amigos de Abimael Eduardo pasan a dejar flores sobre el montículo de la sepultura, abrazan a su madre con fuerza y van saliendo del complejo.

“No hay mucho qué decir, para mí mi hijo era una buena persona. Se llevaba bien con muchas personas. Ahorita vinieron a despedirlo personas de varios lados, porque le tenían mucho aprecio. Mi hijo era trabajador. No dejó novia llorando, solamente dejó una madre, hermanos, hermanas y sobrinos que lloran por él”, dijo doña Alberta Zamorano.

A pesar de que la madre dijo que su hijo no dejaba a nadie más, el gobernador del estado, Luis Miguel Barbosa Huerta, señaló en su conferencia matutina que Abimael era papá de dos menores de edad y que vivía en concubinato con su pareja.

Añadió que se podría en contacto con la familia para resolver el tema de la indemnización, pues no estaba casado, y la casa en la que murió era de sus padres.

De acuerdo con los reportes policiales, Abimael no evacuó la zona a pesar de las indicaciones de Protección Civil. Fue alcanzado por la onda expansiva que provocó la primera explosión.

“Yo lo conocí desde que tenía ocho años. Era una gran persona. A veces platicaba con él y como sabía de la palabra de Dios yo le daba consejos. ‘Mira hijo, hay que buscar a Dios’. Por culpa de la pandemia tenía como dos años que no lo veía seguido y ahora encontrarlo así es muy duro. Tenía 27 años, no estaba grande, lamentamos mucho su partida”, relató Petra Coca, amiga de la familia y hermana en la fe.

Algunos no quisieron hablar sobre el tema. No era el momento. No era el lugar. El dolor sobrepasaba cualquier circunstancia y no querían revivir el episodio de perderlo todo, de perderlo a él. Porque con el tiempo podrán construir su hogar, pero habrá una silla vacía en la mesa.

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Fotos: Humberto Aguirre


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