Mientras el mundo se concentra en controlar la COVID-19, hay otra enfermedad que se expande entre la población de manera silenciosa. Se trata de la depresión, un trastorno emocional que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo y es considerada la primera causa de discapacidad.
La depresión es una enfermedad más común de lo que parece. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 5 por ciento de los adultos en el mundo la padecen. Además, también es muy frecuente en niños y adolescentes. Se estima que uno de cada 20 menores tendrá un episodio depresivo antes de cumplir los 19 años.
Aunque tiene distintas variaciones, la depresión puede convertirse en un problema serio. En el peor de los casos, cuando es recurrente, la depresión puede llevar al suicidio. Se estima que cada año 700 mil personas en el mundo se quitan la vida. De acuerdo con la OMS, el suicidio es la cuarta causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años.
Se tienen identificados varios factores que pueden predisponer a la depresión. Estos pueden ser genéticos, bioquímicos o situacionales. Existen estudios que relacionan la depresión con la posible existencia de daños en diversas zonas cerebrales. Entre los principales rasgos que caracterizan a este trastorno destaca la tristeza permanente, pérdida de interés o placer en las actividades cotidianas, aislamiento. Trastornos de sueño, del apetito, falta de concentración y sensación de cansancio.
Cualquiera que sea el caso, se requiere de atención médica especializada para su oportuno tratamiento. No se trata de un simple decaimiento en el estado de ánimo. La pandemia agravó el panorama y hay investigaciones que lo confirman. Por ejemplo, un estudio en la revista médica JAMA Pediatrics reveló que los síntomas de depresión de duplicaron entre niños y adolescentes en comparación con la época anterior al COVID-19.
Foto: Agencias