¿Disculpas, de qué?

Columna de Agustín Guerrero Castillo. DESDE LA PLAZA

¿Disculpas, de qué?

Autor: Agustin Guerrero

Se cumple una semana de la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos y no hay sorpresas. Si algo hay que agradecerle, es la transparencia con que se comporta, es como es, sin hipocresías, incluso con un dejo de cinismo. Sin duda, estamos ante un cambio profundo de las formas y de los contenidos de la política norteamericana. Como decía el dramaturgo Ferenc Molnár: “Hay años, siglos, en los que no ocurre nada, y hay días, en los que se comprime toda una vida”.

A través de decenas de órdenes ejecutivas, el presidente Trump ha establecido el sello de lo que será su administración. Acompañado de los multimillonarios Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Mukesh Ambani, Bernard Arnault, a los que el expresidente Biden llegó a caracterizar como “una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que amenaza nuestra democracia, nuestros derechos básicos y nuestra libertad”.

La verdadera guerra por la hegemonía es entre Estados Unidos y China. Esa es la contradicción principal. Cuando Trump plantea volver a impulsar el “crecimiento económico de América” lo hace sobre el reconocimiento de que China les está ganado la partida. Para lograrlo, ha anunciado una reducción en las tasas impositivas para atraer la inversión de los capitales europeos. Acompañada de una reducción de los precios del petróleo como resultado de un incremento sustantivo en la extracción del mismo. Por principio de cuentas, retiró a su país de la Convención Marco sobre el Cambio Climático, conocido como el Acuerdo de París. Lo mismo hizo en su primera administración. Trump es un petrolero, representa los intereses de las grandes corporaciones petroleras y las medidas para enfrentar el cambio climático y reducir la huella de carbono simplemente les estorban. Trump no cree en las energías limpias. De ahí la decisión de declarar a Estados Unidos en una emergencia energética. Lo que significa priorizar el uso de combustibles fósiles, apalancar su industria automotriz tradicional y mandar al limbo la electromovilidad.

Estados Unidos es un imperio y se comporta como tal. Quiere imponer su visión y sus reglas y si hay reglas que no le gustan sencillamente las desconoce. El asunto es hasta cuándo Trump podrá imponer unilateralmente sus decisiones. 

A diferencia de hace cuatro años, los BRICS son ahora un espacio consolidado y en crecimiento, que ha pasado de ser inicialmente un foro político y económico a ser una instancia que comparte políticas comerciales de apoyo mutuo y transita hacia un mercado común en la que China y la India juegan el rol de ser la vanguardia en los temas tecnológicos y Brasil y Rusia como los países proveedores de materias primas que la dan autosuficiencia a la alianza.

Trump ha dicho que no va a promover guerras, lo que no significa que Estados Unidos no participe en ellas. De alguna forma tiene que darle salida a la inmensa producción que tiene su industria militar. Sin embargo, el desmantelamiento del conflicto entre Hamas e Israel, unas horas antes del juramento de Trump, y su exigencia de un acuerdo en la guerra de Ucrania, abren una ventana de incertidumbre sobre cuál va a ser su postura cuando la política se agote como instrumento de entendimiento.

En el plano interno, su rechazo a la ”Agenda Woke” es otro rasgo de la batalla cultural en que se ve envuelto. Afirmar que en su gobierno solo se reconocen dos géneros, masculino y femenino, le abre un frente de disputa de muy largo plazo con comunidades de la diversidad que habían logrado avances importantes con el reconocimiento de sus derechos. Y qué decir, de las comunidades que luchan por los derechos de tercera y cuarta generación.

La determinación de Trump de hacer del “mérito” el único requisito a tener en cuenta para acceder al trabajo, tanto público como privado, haciendo de lado criterios que consideran la no discriminación y el respeto a los derechos de minoría, será también otro frente que estará abierto a lo largo de sus cuatro años.

Los tres ámbitos con dedicatoria a nuestro país, el cierre de fronteras y la deportación de migrantes; la clasificación de terroristas a los cárteles de la droga y; el uso de aranceles como mecanismo de presión para imponer sus condiciones, son sin duda, nuevas condiciones que llevan a redefinir la relación del gobierno de la presidenta Claudia Shienbaum con Estados Unidos.

Ello pasa por establecer cuáles son nuestros objetivos en esta coyuntura y diseñar una estrategia para lograrlos, salvaguardando la soberanía y la autodeterminación. Se avecinan tiempos difíciles, complejos. El hecho de lidiar con un personaje que no tiene valores ni principios y que no respeta reglas, lo vuelve muy peligroso. Prueba de ello, son las sanciones que tomó contra Colombia, por la simple razón expuesta por el presidente Gustavo Petro, de que las deportaciones que se den, sean sobre la base de un protocolo acordado por las partes. Y no, como fue el caso, de manera unilateral.

El dolor y el sufrimiento que la era Trump va a causar, dejará heridas muy profundas. Y seguramente veremos en el camino, más Mariann Edgar Budde, que hablarán con valentía y con humanidad.

Al paso. Alguien ha visto al embajador de México en Estados Unidos, Esteban Moctezuma, o habrá que buscarlo en la lista de desaparecidos políticos.


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