«Control de daños», un apéndice propuesto para el «Manual para un nuevo periodismo».
Más de un cuarto de siglo ha transcurrido desde la primera edición de la presente obra, «Manual para un nuevo periodismo». No se imagina cuánto extraño aquellos tiempos, cuando estaban frescos mis días como director de Notimex para el señor Salinas de Gortari y era percibido por cualquier reportero o periodista principiante como el modelo al que debía aspirar.
Economistas y comunicadores egresados de escuelas privadas dilataban sus pupilas cuando llegaban a tenerme cerca. Apenas ponía un pie en bares de la esquina de la información, en Paseo de la Reforma y Bucareli, era identificado invitado a las mesas principales, donde se me procuraba, filtraban datos sensibles y, por supuesto, me trataban de sonsacar otros tantos.
¡Ah! Eran días de exaltación y prosperidad, tiempos luminosos en que vibraban al unísono el poder político, el poder empresarial y el trabajo periodístico mío y de los informadores de mi liga, esos forjadores de doradas columnas quienes nunca nos tragamos la pastilla de que hacer periodismo y pasar hambre debían ser una y la misma cosa.
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¿Es que acaso se pueden articular ideas sin estar bien desayunado? Me refiero a articular a partir de una decodificación sistemática de la realidad, que es lo que yo, estimado lector, llamo “trabajar”; eso requiere un delicado entramado de operaciones mentales, una amplitud de miras fuera del alcance de la gente que no está acostumbrada a vivir como la gente.
Más de un siglo ha transcurrido, como le decía, pero mi libro se sigue estudiando en todas las escuelas de comunicación y periodismo. Hasta reporteritos novatos que me tienen tirria suelen estudiar mi libro para comprender el arte de encontrar una noticia o las técnicas para recopilar y redactar la información en piezas decorosas. Como usted sabe, en cada nueva actualización he incluido nuevos temas, acordes a las tendencias, formatos y medios que van surgiendo. De otra forma, esta obra no podría sobrevivir.
Sin embargo, en el último año he tenido algunos roces con la Adminsitración en turno que ha intentado raspar mi buen nombre. Esto lo advierto porque a partir de ahora, cada que un docente incluya el “Manual de nuevo periodismo” en la lista de libros que se deben adquirir, es probable que note levantamientos de ceja, fruncimientos de ceño e incluso se propaguen por el salón agrias discusiones con un alumnado excesivamente crítico.
«Es cierto, el periodismo no es una ciencia exacta, pero el rigor profesional es indispensable en el oficio. El rigor construye la credibilidad, mientras que la falta de él solo proyecta irresponsabilidad. Hay que ser creativos, innovadores e imaginativos, pero a diferencia de la literatura, la escrupulosidad en los datos que se manejan debe ser inmaculada, a prueba de cualquier desafío, o mejor dicho en la jerga periodística, a prueba de cualquier desmentido».
Riva Palacio, R. (2013). Manual para un nuevo periodismo. Grijalbo, México. P. 33
Sí, este es el pasaje. Y otros, algunos otros, pero sobre todo éste. Entonces, considero indispensable este apéndice, que he decidido intitular “Control de daños”, basado en experiencias que he tenido y también otros colegas del gremio.
Como ustedes sabrán, en las conferencias matutinas que durante el corriente sexenio se han implementado, se consagra un fragmento de los días viernes a desmentir notas que presentan errores fácticos, y de manera específica, las notas que presentan errores fácticos que no gustan a la narrativa promovida por la presidencia.
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El espectáculo recuerda los linchamientos públicos de la alta edad media. La ridiculez de aquellos encuentros matutinos reside en que, desde la presidencia y sus instancias subsidiarias suele alimentarse a la prensa una pasmosa cantidad de patrañas. Aquello es una auténtica parábola de los ciegos, un desfile que se aproxima cada vez más a la barranca que los engullirá de una vez por todas.
Así pues, en estas ediciones de las mañaneras se administran a la opinión pública los hallazgos del cónclave de los fact checkers oficiales, quienes revisan con asimétrico microscopio todo lo que producimos los empadronados en la lista negra de Ya Saben Quién, y a partir de ahí arman tormentas en un vaso de agua por cada errorcito que cometemos.
Y como la credibilidad es lo que a los periodistas nos da de comer, esos quemones en cadena nacional, que después se replican en infinidad de medios, nos adhieren unas manchas escarlatas que nos pueden costar suscriptores, lo que para un periodista es peor que si se le fusila, porque el segundo castigo suele trocarle la vida por la inmortalidad.
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A mí ya me tocaron menciones en dichas conferencias: cuando latigueé al presidente por haber indultado al Güero Palma mientras dicho capo seguía bajo resguardo de las autoridades; y la otra, cuando escribí que la Guardia Nacional se había apersonado en la Universidad de las Américas de Puebla, cuando no era así.
Ante un desmentido de esos, en cadena nacional, más de un colega buscaría su propia muerte o se encerraría durante no sé cuántos años cual adolescente ermitaño japonés.
Sin embargo, el periodista debe ser como una salamandra; de sangre fría y con una piel a la que todo se le resbala. Algo de camaleón debe tener también, de cucaracha y de lagartija, para que cada vez que le pisen la cola, se le regenere al siguiente ciclo de noticias.
Así las cosas, confrontado con la catástrofe del desmentido, lo que procede es el control de daños.
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En mi caso, lo que me ha funcionado hasta el momento es presentarme como la víctima. Tuiteo que el presidente se ensaña conmigo y listo, los otros nadadores cuyo nado se sincroniza conmigo pegan el grito en el cielo. Que me lincha y me difama, así lo escribo. De esa forma, ablando los corazones.
A partir de ahí, hay que evitar discutir el error que se nos detectó en la nota; ningún caso tiene entrar en disertaciones bizantinas sobre el punto de vista o de la semántica. La audiencia puede tomarlas por artificiosas o no comprenderlas. ¿Para qué?
Lo que hay que hacer es cambiar la discusión. Y no hay fórmula más sencilla y eficaz para cambiar la discusión que acusar al oponente de querer cambiar la discusión o desviar la atención.
Ahí está mi colega Carlos Loret de Mola, quien exhibido en la mañanera en torno al montaje de la detención de la llamada banda de Los Zodiaco, dijo que ya se había disculpado, pero lo que en verdad le molestaba a quien lo había exhibido eran los videos de Pío, los contratos de la prima Felipa, los contratos a Epigmenio y las casas de Bartlett. Lo más importante es que lo dijo con una contrición digna de un periodista indefenso preso en Lecumberri, y con ello, mediante la piedad, recuperó los corazones de sus seguidores.
Yo, por supuesto, apelo tras mis desmentidos a los niños con cáncer, o al manejo del coronavirus, y con ello reoriento el disgusto de la audiencia hacia mi objetivo.
Después de eso, sólo queda aprender de la experiencia y ser más cuidadoso para la próxima. Sin embargo, con los años, con las décadas de oficio, una que otra se nos irá, porque somos periodistas pero también somos humanos, y en el frenesí de asumir la vanguardia de la conversación pública, puede pasar que nos adelantemos a los hechos.
Ante esa realidad, lo más importante es estar consciente del sentido del error: si nuestro error pega a quien le debe pegar, no es tan grave. Pero si el error le pega a quien nos paga, entonces las repercusiones pueden ser catastróficas.
Con esto cierro mi apéndice, procurando evitar a quien me estudia dolores que ninguna pluma tendría que soportar si fuera, cuando menos, un poquito organizada y previsora.