A Elvis Quijano
La Colonia Obrera es uno de los barrios bravos de la CDMX, de gente leal y cabrona. La banda es ley, pero hay que ganársela con respeto. A principios del Siglo XX, en lo que una vez fue la periferia de la ciudad, en los potreros que se inundaban por el desbordamiento del Río Becerra, llegaron fábricas y talleres, junto con obreros y trabajadores que le dieron su nombre a esta colonia.
El Barba Azul está en el corazón de la Obrera, en el cruce de las calles de Bólivar y Gutiérrez Nájera. Por tres años cerró sus puertas, uno por problemas administrativos, dos por la pandemia. Todos auguraban su muerte, como ocurrió con el Bar León, el Gran León, el Antillanos y tantos otros salones que fueron devorados por la Ciudad y el tiempo. No, el Barba Azul es de la Obrera y, por lo tanto, terco y resistente, tanto que esta semana cumplirá 72 años.
Buena noticia para los bohemios, los amantes de la salsa, el son y la cumbia. Para los que aprendimos a bailar en la calle, en los bares y cantinas; no en las academias o por los tutoriales de Internet. Aquí vale más el estilo que la técnica. Se baila con los pies, pero más con el corazón.
Cortina de terciopelo rojo, mesas de madera, sillas naranjas, paredes con luces de neón, diligencias, castillos y mujeres desnudas entre llamas de un infierno rojo y azul, el Barba Azul tiene tan mala decoración que resulta único.
La ropa no importa, la actitud sí. Hay que pedir cerveza, lo demás puede estar adulterado. Si pides botella, para estar cerca de la pista, que la abran en la mesa. Todos son amables, pero si los dejas son gandallas. Cada pieza cuesta cuarenta pesitos, cuida que el grupo toque todas las canciones que pagaste, porque si los dejas pueden robarte una o dos piezas. Hay que llegar en pareja o en grupo. Si eres valiente y vas solo, puedes pagar una o las piezas que desees para bailar con las damas que están sentadas en las mesas del rincón.
Las mejores maestras de baile son las ficheras, esas mujeres de edad indefinida, de vestimentas extravagantes que mueven sus cuerpos castigados por el tiempo, al ritmo del desencanto del corazón y al son de lo profundo de la noche. Al final, en la madrugada, cuando ladran los perros del amanecer, como cantó Joaquín Sabina, si el hambre puede más que el sueño, en las banquetas de las calles cercanas encontrarás amplia variedad tacos y antojitos.
No sé cuál será el futuro del Barba Azul. ¿Seguirá como un bar de rompe y rasga, recibiendo a los vecinos de la Obrera, de la Doctores, de la Buenos Aires, de la Algarín, de la Viga o se volverá un lugar de moda de hipster, youtubers, mirreyes y turistas nacionales y extranjeros? No lo sé, espero que sea un lugar para todos.
Es importante hablar del Barba Azul, porque es un viejón de 72 años y su reapertura forma parte de la recuperación de la Ciudad. Después de dos años de parálisis, es un pequeño triunfo de la celebración de la vida sobre la muerte; de lo perdurable sobre lo efímero.
@onelortiz