El 30 de septiembre, fue el último día de Andrés Manuel López Obrador como presidente de la República. Concluyó un capítulo que comenzó hace más de dos décadas, cuando un hombre se plantó frente a México prometiendo transformar el país. Al amanecer de ese día, fiel a su estilo de gobernar, se levantó temprano para una última reunión con su gabinete de seguridad; cerró con una conferencia mañanera que, pese a haber prometido que sería una celebración con baile y tamales, terminó siendo un acto más de su vida política: con la firma de decretos para consolidar reformas constitucionales sobre la Guardia Nacional y los pueblos indígenas y afromexicanos. Genio y figura, el último acto de su gobierno fue también el epítome de su mandato: la acción política como primer acto del día.
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López Obrador pasó la tarde compartiendo la mesa con mandatarios y jefes de Estado, quienes llegaron para ser testigos de la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México, y su sucesora. En su última comida como presidente, se vio a un hombre que cumplió su promesa de llevar la Cuarta Transformación al país, y que ahora cede el paso a una nueva etapa. Por la noche, el Palacio Nacional dejó de ser su hogar, y la familia será el único testigo del retorno a la vida privada de este político que ha sido un constante en la vida pública del país durante más de dos décadas.
Andrés Manuel López Obrador es, sin duda, el político mexicano más destacado del siglo XXI. A lo largo de cinco años y ocho meses, imprimió un estilo de gobernar que rebasó la retórica de los discursos y se convirtió en una narrativa cotidiana.
Su presencia matutina fue, para unos, una guía que resonaba con la esperanza del cambio, y para otros, una reiteración constante de aquello que nunca aceptaron. Pero en medio de estas dualidades, es innegable que pasó la prueba de las urnas y supo mantenerse en el imaginario nacional, algo que muchos de sus detractores nunca esperaron. Sin embargo, el juicio final no será el del presente, sino el de la historia. Los niños de hoy, que apenas entienden quién fue López Obrador, serán los adultos que lean ese veredicto.
Lo que se puede afirmar es que AMLO deja la presidencia con un 70% de aprobación. Tal cifra refleja la capacidad del presidente para conectar con amplios sectores de la población, principalmente con aquellos que se sintieron invisibilizados durante décadas. López Obrador es, para sus seguidores, ya el mejor presidente de la historia de México. No obstante, quienes han sido críticos de su gobierno lo ven como el destructor de instituciones y de la estabilidad democrática del país. Ambas visiones, extremas e irreconciliables en estos momentos, tendrán que coexistir hasta que el tiempo permita una visión menos polarizada.
Para hacer un balance del gobierno de López Obrador es necesario tomar distancia. Aunque es difícil despojar el análisis de la pasión que rodea a su figura, hay algo claro: la historia no la escriben los políticos ni se dicta en una conferencia mañanera. La historia la escriben los historiadores, y es contada y reinterpretada a través del arte. Las pinturas, la literatura, la música, el teatro y las nuevas artes plásticas serán los lienzos sobre los cuales se relatará el sexenio de AMLO. Tal vez su historia termine en murales que ensalcen sus logros o en novelas que narren los desafíos de su administración, o tal vez sea la música la que mejor capture los sentimientos de quienes lo amaron y de quienes lo repudiaron o quizá como en ocasiones ocurre, sea el silencio y el olvido. Así es la vida.
Desde el activista político en Tabasco hasta el jefe de gobierno en la Ciudad de México; desde el candidato presidencial en tres ocasiones hasta el presidente que tomó protesta el 1 de diciembre de 2018; y ahora, el expresidente. López Obrador siempre ha sido el hombre que conoce y entiende el pulso del pueblo. Su habilidad para encarnar las frustraciones y aspiraciones de los mexicanos es lo que le otorgó, primero, la tenacidad para llegar al poder y, luego, la capacidad de mantenerlo con apoyo popular. Desde la oposición, fue el candidato de la resistencia; en la presidencia, fue el presidente de la transformación, y el tiempo dirá cómo lo recordaremos.
La firma de sus últimas reformas, en el último día de su mandato, es también un recordatorio de su legado. La Guardia Nacional, proyecto que enfrentó críticas desde diversos sectores por la militarización de la seguridad pública, se consolidó como parte fundamental de su visión de seguridad para México. Al mismo tiempo, las reformas a favor de los pueblos indígenas y afromexicanos representan su deseo de hacer justicia histórica a quienes han sido marginados durante siglos. Estas acciones finales no son solo una declaración de intenciones, sino también la señal de que López Obrador gobernó hasta el último minuto.
A López Obrador se le criticará por sus decisiones, se le juzgará por sus errores, y se le admirará por sus logros. Se discutirá si el Tren Maya fue una herramienta de desarrollo o un error costoso; si la austeridad republicana fue una medida justa o un obstáculo para el crecimiento; si sus programas sociales redujeron la pobreza o fueron una estrategia electoral. Sin embargo, en el centro de todo esto, queda claro que su proyecto no fue uno más, sino uno que intentó cambiar el rumbo del país desde sus cimientos, y que dejó una huella imborrable en la forma en que los mexicanos perciben al Estado.
La Cuarta Transformación, su proyecto estrella, ha sido defendida por sus seguidores como la renovación necesaria después de años de gobiernos que olvidaron al pueblo. Desde su perspectiva, AMLO fue el presidente que vino a limpiar el país de la corrupción, que eliminó los privilegios de las élites y que devolvió la dignidad a millones de mexicanos. Para sus opositores, sin embargo, esta transformación fue solo una etiqueta para el retroceso del país a formas anticuadas de gobernar, con un exceso de centralización y una visión polarizante que dividió a México.
Esta noche Andrés Manuel López Obrador dejó Palacio Nacional, se despedirá como el presidente que siempre fue, el que nunca cedió a los cuestionamientos sin defenderse, el que optó por estar cerca del pueblo a través de sus giras interminables, el que decidió hacer de la política un asunto cotidiano y no una actividad reservada para las élites. Mañana, Claudia Sheinbaum recibirá la banda presidencial, y con ello, comenzará un nuevo capítulo en la historia de México. López Obrador, mientras tanto, volverá a la intimidad de su familia, pero seguirá siendo una figura omnipresente en la política mexicana.
El juicio de la historia aún está por escribirse. A día de hoy, lo único claro es que el país se dividió entre quienes lo ven como un héroe y quienes lo consideran un villano. Pero, tal y como lo dicta la narrativa histórica de México, será el tiempo y no las pasiones del presente el que dicte el veredicto final sobre Andrés Manuel López Obrador, el presidente que quiso transformar un país que lleva siglos en busca de su destino. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.
@onelortiz
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