La realidad es dinámica, no estática. Pensar que las cosas no deben cambiar es antidialéctico e irracional. Especialmente las leyes y los ordenamientos jurídicos, que obedecen a contextos históricos y sociales específicos. Los únicos que no quieren que cambien las cosas son los conservadores, porque cuando gobernaron hicieron leyes y reformas a modo para beneficiarse y perpetuar el robo, los privilegios y la permanencia en los cargos.
Hace pocos años fui diputado local plurinominal suplente de Puebla y las y los electores votaron por mí. Mi nombre -y el de todas las candidatas y candidatos de la lista de representación proporcional- estaba en la parte de atrás de todas las boletas de todos los distritos locales de Puebla. Cuando votas por una candidatura de mayoría relativa votas, también, por toda la lista de candidaturas de representación proporcional.
Y fui plurinominal en tiempos donde no sabíamos si Morena iba a ganar curules, porque no conocíamos las dimensiones del fraude y las operaciones electorales ilegales de los conservadores; lo único que nos interesaba era ganar la Presidencia de la República con Andrés Manuel López Obrador (https://www.elciudadano.com/columnas/hasta-siempre-querido-presidente/09/20/) y ya. Ahora, a pocos años de eso, no se puede ser diputado por ninguna vía, porque los acuerdos cupulares de los partidos no le tienen ninguna consideración a perfiles sin padrinos políticos que aboguen por su participación en una candidatura. Así, muchos perfiles honestos y capaces no podrán ser una opción en la boleta.
Algunas personas defienden la permanencia de las candidaturas de representación proporcional (plurinominales), considerando las condiciones del pasado que justificaban su existencia, y dejando de lado las atrocidades que se han cometido en las últimas décadas con su uso abusivo y desproporcionado. En tiempos de la hegemonía priísta -donde no había nada más que PRI-, había gente que votaba por opciones políticas distintas aunque no tuvieran posibilidades de triunfo, y su voto representaba una parte importante de la población electoral. La creación de las diputaciones plurinominales permitió que esa votación no se diluyera y que la gente que elegía una opción distinta tuviera representación en el Congreso de la Unión. Así es como los comunistas obtuvieron curules.
Esta concesión a las minorías políticas fue utilizada de manera abusiva por la hegemonía priísta que, a pesar de ganar todos los escaños de mayoría relativa, también se le asignaban espacios de representación proporcional, abriendo el camino a la sobrerrepresentación, que no es otra cosa que tener más diputados en el Congreso de los que corresponden a la votación. Además, el PRIAN utilizaba esos espacios para colocar a amigos y familiares de políticos, y a perfiles corruptos como pago de favores. Así, las plurinominales se convirtieron en un codiciado botín, pues su asignación representaba un pase directo a la nómina del Congreso sin gastar un peso del bolsillo propio y sin el desgaste que implica hacer campaña. Algo muy atractivo para los juniors de la política que ni siquiera querían caminar tantito para fingir que les importaba el Pueblo.
Hoy, las candidaturas plurinominales alcanzaron su máximo nivel de exclusividad, pues únicamente la élite de los partidos políticos puede ocuparlas para obtener curules sin hacer campaña. En las plurinominales desfilan los dirigentes partidistas, amigos y familiares de los dirigentes, políticos que llevan décadas ocupando curules, famosos, empresarios, políticos reciclados de partidos antagónicos, delincuentes y, en general, personajes trajeados que no atienden ni visitan al Pueblo.
Ahora, con la reforma del PRIAN que permitió la reelección, las pluris se otorgan a personas que van por su segundo o tercer periodo consecutivo, como si su permanencia en los cargos significara algún beneficio para el Pueblo. Al contrario: solo demuestran que no tienen ningún interés de representar la voluntad popular, sino de sustituirla. Por eso estamos ante una terrible crisis de representatividad política.
La manera discrecional y lamentable en que se maneja la asignación de candidaturas plurinominales hace que ya no tengan razón de existir. Si de todos modos los partidos niegan las candidaturas a la ciudadanía que no tiene padrinos políticos para entregarlas a un grupito de infames y parásitos, mínimo que tengan que caminarle y ensuciarse los zapatos, y no que tengan pase directo a una curul.
Personalmente, como férreo militante del Obradorismo, me hubiera encantado ser diputado federal, y si pudiera ser candidato yo elegiría ser plurinominal, sin dudas. Primero, porque no puedo pagar una campaña que exige unos cientos de miles de pesos, por lo menos. Segundo, porque nadie quiere ver mi cara y mi nombre por todos lados en lonas, bardas y volantes, donde ni siquiera se pueden comunicar propuestas serias. Y tercero, porque me he preparado muchísimo para ser un buen legislador con vocación de servicio; me he esforzado en desarrollar un plan legislativo en la directriz de la 4T y tengo unas intensas ansias de abrirle las puertas del Congreso al Pueblo, de atender a todas las personas que acudan a buscar solución a un problema y de contestarle el teléfono a todo el que me busque, que yo como servidor público le contesto hasta a los de Coppel.
Pero eso ya no es posible. El Pueblo demanda que se termine con esa figura de plurinominales que tanto ha dañado a la democracia representativa y que ya no cumple el objetivo para el que se diseñó originalmente, que era representar a las minorías. Tras décadas de involución, hoy las pluris solo sirven para que los oportunistas puedan ser diputados y senadores sin hacer nada. Además, eliminarlas fue promesa de campaña y la banda Obradorista tiene palabra.
En lugar de las pluris, los partidos políticos deberían democratizar sus procesos de designación de candidaturas para que la gente de todas las ideologías políticas pueda participar, sin necesidad de tener palancas. Eliminar las pluris tendrá más beneficios directos, como que las y los votantes conozcan a sus candidatos y representantes, simplificar los procesos electorales, hacer más austero el Congreso al disminuir el número de sueldos de diputados y senadores, y lo más importante, respetar la voluntad del Pueblo.
Pero ya es tarde y la decisión se tomó de manera colectiva en las elecciones de 2024. Más le vale a la oposición comprarse unos tenis y empezar a caminar, a ver a quién convencen de que ellos son lo que México necesita.
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