El reciente anuncio de Israel sobre un alto el fuego en Líbano, aceptado por el primer ministro Benjamin Netanyahu y su gabinete de seguridad, plantea más preguntas que respuestas sobre la verdadera intención de esta tregua. Aunque a primera vista podría parecer un avance hacia la paz en una región plagada por décadas de conflicto, las declaraciones de Netanyahu, llenas de condiciones y amenazas de represalias, dejan entrever que este acuerdo es menos un esfuerzo genuino por desescalar la violencia y más una maniobra táctica para consolidar otros objetivos estratégicos.
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Netanyahu ha dejado claro que, aunque Israel acepta una tregua de 60 días con Hezbolá, esto no implica que renuncie a su «libertad de acción militar». De hecho, las declaraciones del primer ministro se centran en el derecho a atacar si perciben que Hezbolá está violando el acuerdo, con amenazas explícitas sobre una posible respuesta militar ante cualquier intento de rearme o despliegue de infraestructura. Este enfoque de «alto el fuego condicionado» parece socavar de raíz cualquier posibilidad de una paz duradera, pues prácticamente garantiza que cualquier escaramuza o malentendido pueda reactivar la violencia.
Además, el hecho de que Israel pueda atacar a discreción, bajo el amparo de su interpretación de los términos del acuerdo, pone a Líbano en una posición extremadamente vulnerable. La posibilidad de que las fuerzas israelíes se retiren del sur de Líbano está sujeta a que no ocurra ninguna violación del acuerdo por parte de Hezbolá, lo cual es casi un imposible dada la naturaleza volátil del conflicto. La insistencia en mantener la «libertad de acción» no es sino una señal de que Israel se reserva el derecho de intervenir militarmente cuando lo considere necesario, una política que difícilmente podría considerarse un verdadero alto el fuego.
El trasfondo político también juega un papel crucial en este acuerdo. Netanyahu se enfrenta a fuertes críticas internas, tanto desde los sectores más conservadores de su gobierno como desde los alcaldes de las comunidades del norte de Israel, que temen por la seguridad de sus residentes. Esta tregua, por lo tanto, parece ser un intento de ganar tiempo, calmar las críticas internas y concentrar esfuerzos en otros frentes, como la amenaza de Irán y la lucha contra Hamás en Gaza. Al mismo tiempo, Netanyahu no deja de advertir que, en cualquier momento, las tropas podrían volver a Líbano si lo consideran necesario.
Otro punto clave es el contexto de la guerra en Gaza. Netanyahu ha señalado que la tregua en Líbano permitirá a Israel concentrarse más en la campaña contra Hamás. Al reducir la presión sobre el frente norte, Israel puede centrarse en desmantelar a Hamás, una organización que considera una amenaza existencial, especialmente en el contexto de los recientes ataques iraníes.
Sin embargo, las declaraciones triunfalistas de Netanyahu sobre los logros militares en Líbano, incluido el asesinato del liderazgo de Hezbolá y la destrucción de su arsenal, suenan inquietantemente familiares a las narrativas de otros conflictos en la región. Mientras tanto, los más de 3,500 libaneses que han muerto en esta guerra son un recordatorio doloroso de las consecuencias humanas de estos enfrentamientos. Netanyahu afirma haber «retrocedido miles de años» a Hezbolá, pero la realidad es que la población civil ha pagado el precio más alto en esta confrontación.
En última instancia, este acuerdo de alto el fuego parece estar diseñado más para favorecer los intereses estratégicos de Israel que para crear las bases de una paz verdadera en Líbano. Con la amenaza constante de represalias militares, la tregua parece ser más una pausa en las hostilidades que un esfuerzo genuino para resolver las causas profundas del conflicto.
Foto: Agencia Xinhua
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