Admirado y omnipotente Tío, Sam:
Gracias por tomarte el tiempo de atender esta urgente carta. Comprendo que para ti, cada segundo cuenta, pues tu agenda es apretada: embarcar rumbo a Israel 735 millones de dólares en armas de precisión; flexionar tus músculos frente a Vladimir Putin para las cámaras de CNN y la subsecuente repetición en Televisa e Imagen; bloquear vacunas anticovídicas al pueblo de Venezuela.
En resumen, time is money. Un chasquido en el segundero de tu economía equivale a millones de horas trabajo, fluyendo hacia las cuentas de un cónclave de visionarios que cabría en el estudio desde donde escribo estas palabras. Estoy consciente y prometo no desperdiciar un segundo de tu atención.
Al grano: como bien sabes, se nos ha colado aquí al Palacio Nacional una gentuza que no quiere agacharnos la cabeza, ni a ti, ni a nosotros. Y aunque hemos demostrado ser una casta civilizada y diplomática, tampoco vamos a permitir que el ganso desove sobre la silla del águila.
Aquel ser desplumado, ídolo de garrapatas, gorjea con mueca peyorativa tus económicas doctrinas, siempre alimentando el estigma del «neoliberalismo» y enunciándolo como ciencia luciferina. Pretende discernir nociones de economía moderna cuando a nosotros se refiere como «los fifís», demostrando incapacidad hasta para pluralizar los sustantivos terminados en «í» en concordancia con la gramática castellana.
Finca su demagogia en el resentimiento social del infelizaje. Nos quieren aplicar la ley, olvidando que el propósito de este instrumento era originalmente fiscalizar a los jodidos, no a las ilustres heráldicas que les dan trabajo. Y el desafío de nuestra cúpula y de tu influencia, Tío Sam, resulta disruptivo en la tradición presidencial mexicana de los últimos 50 años.
Cuando el Sistema de Administración Tributaria, mediante ultimátum, nos hace desembolsar sumas exorbitantes que antes se nos perdonaban como premio a nuestro aplauso de la Administración en turno, dicho despojo se describe con lujo de detalle en la conferencia matutina, para beneplácito de la barriada, que se regocija en la erosión de nuestras arcas, que ningún aprovechamiento les reporta porque se fuga como agua entre las manos, sin una estrategia de inversión social, que es la cantaleta con la que los hipnotizan mientras Carlos Slim se hincha los bolsillos a cuenta de construir trenes mortíferos.
Antes, cuando la gente era confrontada con un economista o politólogo egresado de una academia de la Ivy League, se limitaba a cerrar la boca, pues comprendía al instante que estaba ante un poseedor de la verdad. Ahora, con la mano en la cintura, cualquier lector del Chahuistle tira a la basura nuestras tesis envolviéndolas en el empaque de lo «neoliberal«, sin haberle dado una hojeada a «Los fundamentos de la libertad» de Friedrich Hayek o «Capitalismo y libertad», de Milton Friedman.
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Sindicatos, seguridad social, regulación estatal de los mercados; tales son los galimatías con los que encantan a esta turbamulta, Tío Sam. ¿A quién va a extrañarle que sigan matando colibríes para hacer amarres de amor o que cuando se extinguen sus puestos de trabajo recurran a estrangular carreteras antes que evaluar el mercado laboral y capacitarse en habilidades vigentes, con poca oferta y mucha demanda en el mercado?
¿Te imaginas, Tío, si toda esa gente que ha hecho una profesión de sangrar los oleoductos se tomara mejor unos cursitos de programación de inteligencias artificiales o desarrollo de software de seguridad? ¿Te imaginas si estos normalistas rurales, que sin piedad combatí mientras tuve el beneplácito de Peña Nieto, en vez de tomar casetas, se educaran en computación cuántica? Sería en México donde la Ley de Moore retomara su paso. Bueno, si los Tratados de Bucareli nos lo permitieran, pero… eso no es a lo que iba.
Lo importante, Tío, es que nos indigna mucho el desafío de estas huestes ante tu liderazgo. A mí y a la gente similarmente educada, estas arengas nacionalistas y populistas nos hacen hervir la sangre. Mi principal aprendizaje en tus aulas de Fletcher fue cultivar en mi corazón un santuario para tu águila calva y filtrar mi visión del mundo a través de las córneas de Columbia.
Mi espíritu se inflama, Tío Sam, cuando pienso en Facebook, en Google, en Apple, esos gigantes del Olimpo Tecnológico. Todos los días, mientras ingiero mis primeros alimentos, contemplo en tiempo real las líneas de su rendimiento en la pizarra de NASDAQ y un choque paradójico se registra en mi circuito; éxtasis contemplativo en su crecimiento rara vez interrumpido, pero también vergüenza de que ni todas las compañías mexicanas combinadas podrían igualar el valor de uno solo de esos tres gigantes.
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Y por más que la gente deformada por prejuicios rojillos quisiera rebatirme con que ninguna de esas tres empresas ofrenda a tus arcas hacendarias la mayor parte de sus impuestos; o que si no fuera por Facebook o por Twitter, los lunáticos de Trump no se hubieran radicalizado tanto ni se hubieran podido organizar con tal efectividad para tomar por asalto el Capitolio; por más que me argumenten que sin los buenos oficios de tu Casa Blanca, Apple hubiera caído hace mucho tiempo ante Huwaei; «haiga sido, como haiga sido», como dice mi sabio Felipe Calderón, esas corporaciones son estandartes de tu imperio eterno, que yo siempre voy a defender y a pregonar así llegara el momento en que toda evidencia económica y geoestratégica fuera adversa a mi evangelio. Porque si algo aprendí en Fletcher es que la conducción del Capitalismo requiere fe, convicción y lealtad a tu supremacía.
¿Que una proporción creciente de tu gente vive en condiciones de tercer mundo y por eso te saliste del Concilio de Derechos Humanos de las Naciones Unidas hace tres años? No me importa, Tío, porque así hagan desfilar ante mis ojos estampas de Detroit, Flint o Little River, todos sabemos que la excepción confirma la regla.
Nadie piensa en las deyecciones de Dios, sino en su aura. Y tu aura es todo lo que mi conciencia absorbe de ti, esa aura que emana de tu Reserva Federal, los rooftops en el centro de los Ángeles, tus MoMAs, tu Guggenheim, tu Epcot Center, tu Sea World, tu Wall Street donde todos los intercambios financieros del mundo confluyen en una sinfonía embelesadora y discordante como las corrientes del Potomac.
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¿Que uno de los dos partidos de tus cámaras legislativas y puestos de representación política obedece cada vez más a un perfil fascista, teocrático, promotor de un etnoestado de blancos protestantes? En todos lados se cuecen habas, Tío Sam; acá nos quieren imponer una dictadura del proletariado, donde la gente de buena cuna tenga que vivir expuesta al resentimiento social de aquella masa enardecida.
Esto es lo que quiero evitar a toda costa Tío, porque tal como advirtió Rage Against The Machine en su video «La gente del Sol», no debe suscitarse un nuevo Vietnam en México. El golpe de estado, como la ropa de cama; entre más suave, mejor.
Por eso, Tío, te pido que no sólo garantices sino que aumentes los caudales de mi think-tank Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad. Muchas son las plataformas de que disponemos para difundir el miedo contra quien resulte necesario. Ya sabes a quién, querido Tío, me refiero.
Otórgame entonces tus medios corporativos de comunicación para emplearlos como una cámara de resonancia de la propaganda desde que aquí, bajo mi supervisión, vayamos elaborando y luego recirculemos en estas tierras, ya legitimada y magnificada mediante el prestigio de tus medios, que ante el lector mexicano alcanzan la certidumbre de una imagen satelital capturada por la NASA.
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Ya tenemos al New York Times de nuestro lado vía nuestro amigo Azam Ahmed; de mi cuenta corre que nada le falte y que independientemente del apocalipsis mexicano que difunda (como es necesario para nuestra causa), goce en mi país de los años más cómodos de su carrera.
Aplaudo el artículo que publicó The Economist, «Los votantes deben frenar al presidente de México, sediento de poder«, que si bien no se publicó desde tu tierra, sé que también leíste con beneplácito e hiciste circular en tus academias de economía y política. Estoy seguro de que se analizó de inmediato en las aulas de Fletcher, y así los estudiantes tuvieron un elocuente ejemplo de caracterización de presidente como villano, a partir de holgadas equivalencias, con miras a la manufactura del miedo.
Es importante, Tío, que no nos olvides. A mí, a Krauze, a Anaya, a Sofía Ramírez Aguilar. Somos nosotros tus embajadores intelectuales en esta tierra ya con menos ley que tu Viejo Oeste. Muy saludable sería para San Lázaro que entrara John Wayne con suficientes balas como para limpiar las curules de salvajes, advenedizos y piojosos.
Bueno y sano sería para San Lázaro regresar a tus designios, en materia de recursos naturales y migración, designios que la aristocracia corporativa mexicana, Tío Sam, nunca te ha rebatido.
No nos olvides y con nuestras plumas, con nuestros spots, con nuestros memes, neutralizaremos la retórica chavista que desafía tu Destino Manifiesto; ese Destino que, junto con el Libre Mercado, volverá a ser la palabra de Dios en México, con los ojos alineados hacia el Norte, tal como aprendí en las aulas de Fletcher que es el orden natural de las cosas.
Me despido de ti por el momento porque debo asistir a un pronunciamiento con la Coparmex a partir de unas estadísticas tenebrosas que mandamos a elaborar en nuestros talleres de números. Estamos trabajando intensa, denodadamente, a nado sincronizado con nuestra confederación mediática para ridiculizar y denunciar cada aletazo en el batir del Ganso.
Porque me canso ganso que al patrón se le respeta y no se le responde, siendo un don nadie, a un empresario que se ha logrado doctorar en un país civilizado.
Siempre fiel, tu soldado Claudio X. González Guajardo