Recientemente, acudí a un evento en el marco de la conmemoración del atroz golpe de Estado que sufrió el Presidente Salvador Allende y el Pueblo Chileno. Se trató de una actividad de cine debate. Naturalmente, observar la película y generar comentarios al finalizar la proyección.
Me llevé una desafortunada sorpresa al notar el espacio semivacío. El aula que estaba preparada para albergar aproximadamente a cien personas, se encontraba ocupada por apenas siete. En su mayoría académicos retirados de la Universidad Pública de Puebla. Me dio gusto saludar ahí a un par de amigos que tenía tiempo sin ver.
Volvió a mí, intempestivamente, la misma sensación de mis primeros meses como universitario, en los que asistía al mayor número de eventos culturales y políticos que se desarrollaban por iniciativa del sector universitario. No entendía por qué eran tan pocas las personas interesadas en forjar debate desde una perspectiva colectiva. Sigo preguntándome el porqué de los espacios vacíos y de las actividades autorreferenciales.
Allende afirmó de manera sublime: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. El entorno social se percibe como una gran contradicción entonces.
Es menester asimilar que las nostalgias pasadas no pueden ser las nostalgias presentes. La reconstrucción y conmemoración de hechos históricos deben correlacionarse con el presente y las coyunturas actuales. Así como ejecutó la derecha internacional el Golpe de Estado en Chile, en 1973; recientemente los gobiernos democráticos y de izquierda en el Perú y Bolivia sufrieron la misma dosis derechista.
No me refiero a la conmemoración de la matanza de Allende en forma de nostalgia, sino, en la actitud nostálgica de los viejos cuadros de izquierda. La izquierda mexicana, o al menos, la izquierda poblana, ha vivido anclada históricamente a la marginalidad. A la operación clandestina, a las reuniones pequeñas y en secrecía.
Actualmente, la coyuntura es otra. Es única e irrepetible. La izquierda ha tomado el poder popular, pero no lo ejerce. Dice Michel Foucault que el poder se ejerce, no se toma. Hoy no es la izquierda histórica quien guía ese ejercicio.
El Movimiento de Regeneración Nacional no es una corriente ideológica en el sentido partidista, es una mezcla de diversas fuerzas, integradas por múltiples visiones, incluidas las de la izquierda tradicional.
Es ese sector, (la izquierda tradicional), que se ha negado a dar la lucha por el ejercicio del poder. Que se ha autorrecluido en función de culpabilizar a la élite partidista de marginarlos en la toma real de decisiones. Y es en ese pataleo y reclamo que se encuentra la nostalgia del siempre pataleo, de la auto victimización infinita.
La izquierda debe plantearse el ejercicio del poder como una aspiración real, bajo una ruta definida que considere incluso las disputas dentro del movimiento; en la pugna con los sectores que no son de izquierda, pero que hegemónicamente ejercen en los espacios acomodaticios, independientemente de que partido encabece gubernamentalmente determinados procesos.
Me niego absolutamente a la idea de que la izquierda tradicional y ahora, las nuevas izquierdas, guarden una abierta adicción al berrinche y a la victimización pesimista, al rol de opositor. La izquierda mexicana contemporánea no requiere de mártires ni de víctimas redentoras a través de fundamentos morales. La izquierda contemporánea requiere una profesionalización de cuadros en cuanto a lo teórico y práctico. Debe prepararse para el ejercicio de gobierno, con una identidad clara y con acciones de involucramiento y sociabilización que guíen a las masas politizadas a una participación ciudadana.
Es imprescindible transitar de las reuniones simbólicas y minimalistas a la movilización y auténtica revolución de conciencias.
Desafortunada época en la que ser joven y no ser revolucionario se percibe como la constante natural.
Pareciera que ser revolucionario es una contradicción hasta biológica.
Foto: Archivo El Ciudadano
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