La mujer que quedó entre las olas y la mar la cobijó por siempre

La difícil trayectoria vital de una de las más desgarradoras voces de la poesía argentina del siglo XX

La mujer que quedó entre las olas y la mar la cobijó por siempre

Autor: Flor Coca

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido fuera más que aquello que nunca pudo ser, de familia en familia, de mujer en mujer. Dicen que, en los solares de mi gente, medido estaba todo aquello que se debía hacer…dicen que silenciosas las mujeres han sido de mi casa materna… Ah, bien pudiera ser… a veces en mi madre apuntaron antojos de liberarse, pero, se le subió a los ojos una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado, todo esto que se hallaba en su alma encerrado, pienso que sin quererlo lo he liberado yo.

Ella, Alfonsina Storni, nació en Suiza en los años finales del siglo XIX, en 1892, después de que sus padres salieran de Argentina para pasar una larga temporada en Suiza, buscando mejores oportunidades de vida. Pronto, la pareja, regresa con sus tres hijos a Argentina e instalan un negocio familiar, una cervecería que no prospera lo esperado. Alfonsina decía sobre su nombre que no es común: “Me pusieron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo” y a lo largo de su vida así lo hizo.  Poco tiempo después, ese negocio se convierte en un lastre, ya que su padre comienza a pasar las horas bebiendo sin trabajar. 

Su madre, Paulina, que luchaba por sacar adelante a sus hijos, funda una pequeña escuela en su casa, y su padre una cafetería que también fracasa.  El dinero no alcanza y Alfonsina, ante esta pobreza y no teniendo más alternativa que participar en el gasto familiar, se emplea como obrera en una fábrica de gorras en Rosario, Argentina. Y no era solo una vida de pobreza, era el alcoholismo de su padre y la tristeza, que rondaban su casa y ella encuentra en la palabra la  forma de expresar lo que siente: “A los doce años escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso; a la mañana siguiente, tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce. Desde entonces, los bolsillos de mis delantales, los corpiños de mis enaguas están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan”.

Pero siempre hay un momento de buena suerte. En 1907 llega a su ciudad la compañía de Manuel Cordero, un director de teatro que hacía giras por la provincia argentina. Y el golpe de buena suerte llega cuando una actriz del elenco enferma y Alfonsina la suple, por lo que pide a su madre que la deje convertirse en artista e iniciar la gira con la compañía. Ella solo tenía 15 años cuando ya estaba en el teatro. “Esta experiencia, el teatro, tuvo una gran influencia sobre mi actividad sensorial, me puso en contacto con las mejores obras del teatro clásico y contemporáneo”. Dijo en alguna ocasión, pero las contradicciones en los seres humanos son pan de cada día.  Después de recorrer diferentes provincias de Argentina, se da cuenta de que es muy joven y siente que le asfixiaba ese ambiente, no se sintió parte de la compañía teatral, da la vuelta y regresa a Rosario. Después de estudiar y titularse como maestra rural, se dedica a dar clases en diferentes instituciones 

Alfonsina comienza a escribir poesía en su ciudad, pero pronto quiere enfrentarse a un nuevo reto. Con una pobre maleta y unos cuantos vestidos viaja a Buenos Aires. En 1912 se convierte en madre soltera y nace su único hijo, Alejandro, y decide que será sola como podrá enfrentar su vida. A pesar de las grandes dificultades económicas por las que pasa, en 1916 publica su primer libro:  «La inquietud del rosal». Pronto sus poemas se publican en Mundo argentino, revista en la que escriben poetas de la talla de Rubén Darío y Amado Nervo.

Años después, su hijo evoca esa llegada a la capital: “Pobre equipaje para enfrentarse con una ciudad que estaba abierta al mundo, con las expectativas puestas en esa inmigración que traería nuevas manos para producir y nuevas formas de convivencia”.

Ella comienza a acudir a reuniones con los grandes escritores de la época y tiene amigos que son reconocidos como Julio Ugarte, José Ingenieros y Amado Nervo. En 1919 publica «Irremediablemente» y en 1920 «Languidez», que recibe dos premios: el primer premio de Poesía Municipal y el segundo premio Nacional de Literatura, lo que la colocaba entre los escritores reconocidos y admirados de América Latina. Pero una amistad íntima que la marcaría profundamente fue la de Horacio Quiroga, el escritor uruguayo exiliado voluntariamente a la selva y perseguido por la tragedia. Alfonsina sigue escribiendo sin parar, pero un libro que será fundamental en su carrera es «Ocre», publicado en 1925 y que marca un cambio decisivo en su poesía.

Para 1930, siendo ya una escritora de fama mundial, participa en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores. Su vida tiene claros objetivos y los está cumpliendo: escribir, dar clases. Su creatividad no cesa y publica dos obras de teatro. 

En 1935 le detectan cáncer y la noticia termina con el equilibrio que había logrado en su vida. Es operada y trata de que la depresión no la haga perder el deseo de vivir, cuando en febrero de 1937, recibe una de las noticias más tristes de su vida. Su entrañable amigo, el escritor de la selva, Horacio Quiroga se había quitado la vida ingiriendo cianuro.

A pesar de todos los triunfos como escritora y poeta y de los reconocimientos del público, la lucha de Alfonsina por la vida se convierte en una lucha diaria. El cáncer no cede y ella decide morir acompañada de otro de sus grandes amores. El mar, la madrugada del martes 25 de octubre de 1938, Alfonsina abandona su habitación y se dirige al mar. Las olas van envolviendo su figura, hasta que cada vez se hace más lejana y desaparece para siempre.

Otoño de 2021

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