Hace algunos años, el New York Times realizó una encuesta para conocer los libros más influyentes entre la gente de Estados Unidos. El primero, quizá por ser un lugar común, fue la Biblia; el segundo, fue La rebelión de Atlas (1957), de la escritora rusa naturalizada americana Ayn Rand.
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Para quienes no lo han leído, puedo hacer un resumen breve: se trata de un libro de ciencia ficción (a mí en lo personal, no me parece especialmente bien escrito), en que los ricos de Estados Unidos (y posteriormente del mundo) hacen una huelga, escapando de la sociedad organizada para ir a vivir a montañas e islas que compran y en donde articulan una sociedad “ideal” en que los seres humanos son calificados de acuerdo a cuánto piensan que son importantes ellos mismos, su capacidad de “emprender”/”innovar” y cuánto desprecio sienten por los otros. El egoísmo se presenta como la característica moral más importante, mientras que el altruismo y la empatía se ven como elementos negativos o bien falsos de las personas.
De acuerdo con esta historia, todas las personas que “valen algo” tarde o temprano se van uniendo a esta rebelión, pues si en realidad son inteligentes y capaces, sus esfuerzos por mejorar se verán ahogados por la burocracia y las ideas “mediocres” de quienes le rodean, que ella llama “comunitarismo”. Es una forma de presentar la idea de los “cangrejos en la cubeta” que se presenta como si fuera totalmente novedosa. Como no puede faltar, el sujeto idóneo de esta forma de entender el mundo, es masculino: las mujeres son entes secundarios, que se convierten más en territorio de conquista que en sujetos activos de ella, y que reconocen su lugar en ese orden del mundo (el hecho de que la autora sea mujer es totalmente supeditado: ella, como siempre en este tipo de pensamientos, es una excepción).
No resulta raro que muchas personas en Estados Unidos vean en este libro y la doctrina pseudo filosófica que se deriva de la obra conjunta de la autora, llamada “objetivismo”, una inspiración. Después de todo, existen en ella algunos elementos comunes del sentido común de ese país: la visión individualista, el carácter de superioridad que es posible identificar sólo por una “sensación propia” sin mediciones objetivas y la seguridad ridícula gracias a ello. Es el sueño de todo adolescente: el culpable de mi propia mediocridad no soy yo, sino son los otros que me frenan, me atacan y no me entienden. Si yo no tuviera que lidiar con los otros, sería exitoso, sería Messi, Cristiano Ronaldo y Elon Musk juntos, porque soy especial.
En los últimos años hemos visto el regreso de este tipo de pensamiento, y más aún, su popularización, especialmente entre los jóvenes, hombres, que se sienten rechazados por la sociedad (como, en el pasado absolutamente todos en sus condiciones, nos sentimos). Al provechar ese nicho de mercado particular, los ricos del mundo han fingido que lo que está mal es exactamente aquello que les perjudica, y a lo que ellos tramposamente llaman “el mundo como está”. No es la falta de oportunidades de vida, la explotación laboral, la violencia sistémica, sino que Disney cambie la fisonomía de un personaje respecto a una película anterior.
En este tipo de supuestas “disputas”, algunas personas inocentes pensaron que existía un cambio generacional que mejoraría las cosas en el futuro. Algo como si ese cambio en el remake de la película de Disney fuera un bastión de la emancipación humana, y por lo tanto, tuvieran que defenderlo a capa y espada. Como si, más importante aún, esos mismos ejecutivos en Disney no fueran parte de esa misma clase empresarial que se estuviera aprovechando de ese nicho de mercado para vender de manera activa sus propias ideas.
Como en el pasado, el triunfo de las derechas radicales en América Latina (Bolsonaro, Milei y Bukele en particular) generó las condiciones para experimentar con un cambio cultural profundo, que ha llevado a un cambio discursivo en Trump y las derechas de Europa. En estas semanas, la transformación de X (antes Twitter), Facebook y de las grandes empresas de medios de comunicación para privilegiar discursos de odio y vulneraciones a los derechos ganados con grandes esfuerzos en el pasado, encuentra un terreno ideal que antes habría sido profundamente combatido. Los jóvenes no se identifican más en luchas que les parecen ridículas, porque fueron articuladas como escenarios falsos por esos mismos millonarios.
En una entrevista dada hace unos días, el propietario de Meta, Mark Zuckerberg, con un look totalmente diferente, se ha presentado como alguien “agresivo”, “combativo”, “masculino” (características que ha mencionado, “deben recuperarse”). Ha retomado una gran parte de las ideas conspiranóicas de los espacios que se presentan entre esos jóvenes que ellos han diseñado ideológicamente (incluso presentando ideas anti vacunas), y les han dado un espaldarazo a sus ignorantes comentarios sobre muchos temas. Con ello, se han ganado una base social gigantesca, al tiempo que atacan frontalmente al proyecto estatal que en este momento, ha servido como freno a sus afanes oligárquicos, cuando no abiertamente feudales.
Estamos pues, ahora, en los albores de una nueva revuelta de los oligarcas. En que intentarán decirle a la gente pobre, que ellos son pobres no porque existan condiciones que enriquecen a unos cuantos (como ellos), sino porque se les cobran impuestos (sin mencionar que en realidad, el problema es que dichos impuestos les benefician en realidad a ellos). Que los migrantes, las minorías y los que les son diferentes, son el verdadero problema, y que los ladrones ricos son en realidad, un ideal para seguir (aunque quien nace sin minas de esmeraldas jamás podrá ser dueño de Tesla).
El futuro se ve difícil en este aspecto. Y por ello, con ellos dominando los medios de comunicación por excelencia (como las redes sociales), reinventando la historia (en donde se presentan como pobres que han tenido que luchar y triunfaron porque “se opusieron al estado”) esos nepobabies (es decir, herederos de fortunas que quieren presentarse como que han ganado todo por su esfuerzo), se vuelven el modelo a seguir incluso entre quienes se encuentran en las clases medias… y pretenden decir que es gracias a su esfuerzo que han logrado todo lo que han hecho.
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