Supongamos que se llama Janet, que tiene 18 años. Vive en Ciudad Juárez, en la frontera, en la capital de las maquilas, en uno de los lugares más cabrones del Norte de México, marcada por la violencia y el narcotráfico, donde por décadas las mujeres, las Muertas de Juárez, desaparecen en la sombras de la noche. La vida es dura, quien no trabaja no come. Janet busca chamba. El sueño mexicano es sobrevivir. Una amiga le dijo que fuera al OXXO, que buscaban gente. La paga, mala; las jornadas, largas, pero chamba es chamba, por lo menos hay aire acondicionado.
Janet llama, pide informes, llena su solicitud, acuerda una entrevista. No es la primera ocasión que busca empleo, pero sí la primera vez que lo hace con su credencial de elector en la mano. Ya es mayor de edad. Son las cuatro de la tarde del 11 de agosto, Janet va con prisa, se le ha hecho un poco tarde. Algo diferente flota en el aire caliente de Juárez. Por un segundo, piensa no ir a la cita, pero quita esas ideas de su mente y acelera el paso. La maldita pobreza, el vivir al día. Al cruzar la puerta siente la ráfaga de aire frío. Pregunta por la encargada. Está en la bodega, pero sale rápido a atenderla. Es una mujer joven embarazada.
Janet saluda, le tiende la mano, le dice que viene por el trabajo. La entrevista comienza. Le da su nombre completo, dirección y teléfono. Son las cuatro y media, escuchan gritos afuera, unos tipos irrumpen con violencia, vienen armados hasta los dientes, uno de ellos trae un bulto en las manos. Grita palabras que no entienden, lo arrojan y explota, convirtiendo al OXXO en un infierno de muerte y destrucción.
Janet y la mujer fueron dos de las víctimas de los ataques en Ciudad Juárez, que dejaron por lo menos una decena de muertos; entre ellos, cuatro empleados de una radiodifusora, múltiples heridos, vehículos incendiados y terror entre la gente buena de Juárez. Dos días antes hubo ataques similares en catorce municipios de Guanajuato y en la Zona Metropolitana de Guadalajara, y el mismo día en Tijuana, Mexicali, Tecate y Rosarito, en Baja California.
La autoridad sorprendida, rebasada por la acción de los delincuentes. No es ficción. Las imágenes de la semana pasada no es una narco serie, con delincuentes metrosexuales y buchonas exuberantes, no se trata de la apología de la violencia, sino de la violencia misma. Los incendios son reales, las muertes también. La sangre, el color de la sangre y el hedor de los incendios quedarán grabados en nuestras mentes. Es un capítulo más de la tragedia, de nuestra tragedia, sin solución.
Los perpetradores son unos cobardes y asesinos, que merecen el más duro de los castigos. El miedo nos paraliza, nos hace vulnerables. No le demos a estos miserables el poder de arrebatarnos la tranquilidad. Que estos días de furia, que estas tardes de llamas permanezcan en nuestra memoria, pero que no nos paralicen.
Mi pésame y solidaridad con los familiares de las víctimas y mi exigencia a las autoridades para que haya castigo a los culpables.
@onelortíz
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