Empezaremos con una parábola.
Imagine usted que vive en un mundo sin Internet ni telecomunicaciones. En ese mundo sin Internet ni telecomunicaciones, a usted lo pica un alacrán. El piquete le dolió y el alacrán tiene muy mala pinta, pero para saber si la ponzoña de este tipo de alacrán en particular es letal, necesitaría un entomólogo, que usted duda que haya en su comunidad. Pensando lo más rápido que le permite el creciente dolor y una fiebre que se incrementa con sorprendente velocidad, sale usted a la calle y grita una y otra vez: Alguien vende suero antialacrán?
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Nadie se acerca a usted a ofrecerle dicho suero, pero el que sí se acerca es un señor con una lista que contiene muchas direcciones de personas que, según dice, venden legítimo suero antialacrán. “Esta es la lista definitiva de los expendedores más confiables de suero antialacrán en la región”, le asegura con educada voz.
Revisa, ya temblando y sudando en abundancia, la lista, y detecta una dirección muy cerca de su actual ubicación. Con mucho esfuerzo, llega, toca la puerta y le atiende una señora pelirroja cuyo rostro parece presentar un exceso de pixeles derivado de un abuso del Photoshop. Le cobra un ojo de la cara por el suero, que usted liquida sin chistar porque está en juego su propia vida. Su intoxicado cuerpo recibe agradecido la aguja que inyecta el líquido que usted supone, le salvará la vida. Media hora después, usted está muerto.
Imagine que sus familiares se enteran de lo sucedido y van a pedirle cuentas a la señora del rostro Photoshopeado que vende antivenenos apócrifos. Con un fingido acento de gangster italiana, ella amenaza con echarle encima al Fiscal estatal por asedio y difamación.
Imagine que sus deudos también buscan al señor que reparte las listas de los comerciantes de antivenenos. Tras mucho preguntar, dan con este caballerito que le dirigió mediante su lista a casa de la señora con el rostro photoshopeado. “¡Mire, usted lo mandó con esa vendedora de antivenenos falsos! ¡Estas son las listas que usted distribuye, la tenía en su bolsa cuando murió! ¿Cómo verifica usted que los vendedores que publica en sus listas ofrecen antivenenos legítimos?”.
Y el señor de las listas, con su educada voz, responde:
“Si los antivenenos que vende alguno de los expendedores a los que yo les cobro por promocionarles en mis listas, yo me deslindo. No vuelvo a publicar el nombre del vendedor en mis siguientes listas, y ya. Total, de algo se va a morir la gente. Ahora, si me permite usted, continúo mi camino, porque es temporada de alacranes y hay muchas personas que van a estar necesitando de mis listas”.
Señor de educada voz que reparte listas de vendedores de antivenenos de alacrán
Doctoralia se deslinda de Marilyn Cote
A partir de la semana pasada, se ha vuelto viral el caso de Marilyn Cote, quien cuenta con matrícula para ejercer como profesionista en los campos del Derecho, la Criminalística y la Psicología, más no en el de la Psiquiatría. Esto significa que no está capacitada para prescribir fármacos, ni psiquiátricos, ni de ninguna otra índole.
Sin embargo, eso fue precisamente lo que, a decir de diversos denunciantes, hizo, lo cual da mucho que pensar, porque si usted es un gourmet de, por ejemplo, el menú de las benzodiacepinas o los opiáceos, e imprime unas recetas de apariencia muy legítima, con cédula y toda la cosa, le garantizamos que no le van a vender ni tampoco le devolverán su receta chocolatosa.
Esta mujer, aparentemente en dominio de muchas lenguas y muchas áreas del conocimiento, disponía también de múltiples canales de promoción de sus servicios, entre los que estaba Doctoralia, que se ostenta como “un espacio donde opinar, preguntar y encontrar al mejor profesional de la salud de acuerdo a sus necesidades”.
Tras darse a conocer en los medios que Cote no posee cédula profesional que la acredite para ejercer como psiquiatra (asunto sobre el que ya se pronunció la presidenta Claudia Sheinbaum), Doctoralia intentó ‘tapar el pozo’ mediante un comunicado donde aclaran que desde el 2020 no mantienen relación con la señora Marilyn Cote, pues su equipo “realizó una investigación exhaustiva (…) la cuál determinó que su perfil no cumplía con los requisitos”.
Ante esta ‘aclaración’, más de una lectora o lector se preguntará:
“¿Y si mejor hubieran realizado su ‘investigación exhaustiva’ desde que la señora se dio de alta en la plataforma, no habría sido un mecanismo más eficiente en términos de ayudar a sus visitantes a “encontrar al mejor profesional de la salud”, como establece su disclaimer? ¿O es que eso les quita mucho tiempo para integrarse con Google y fusionar a Maps sus listas de lesa confiabilidad?
El Ciudadano México cierra en este punto el presente artículo-rabieta y, sin más, consulta con su lectoría: ¿Para qué carajo sirve Doctoralia? Luego de mucho investigar, nosotros seguimos sin saberlo.
ILUSTRACIÓN DE PORTADA: IVÁN ROJAS PARA EL CIUDADANO MÉXICO
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