Se llama Juan, tiene 14 años, es pobre, indígena, con dificultad habla español, vive en Querétaro, asiste a una telesecundaria. Su vida cambió cuando dos de sus compañeros de 13 años pusieron gel antibacterial en su asiento y le prendieron fuego. Sufrió quemaduras graves, desde hace más de un mes permanece en el hospital, donde las cuentas se acumulan todos los días. La directora y profesores de la telesecundaria atendían otros asuntos, mientras los hechos sucedieron.
La telesecundaria suspendió a los dos compañeros de Juan, la Fiscalía de Querétaro los acusó de lesiones dolosas. Como la ley lo establece, la identidad de los adolescentes agresores se desconoce, pero no basta ser un genio para saber que nos son de una condición económica muy diferente a la de Juan. ¿Qué llevó a estos adolescentes, casi niños, a esta conducta? ¿Maldad? ¿Desatención de los padres? ¿Ignorancia? ¿La violencia que vive su comunidad y su estado?
El Gobernador y el Presidente conocen los hechos, se comprometieron a que habría justicia y que apoyarían a Juan y a sus padres. El problema es que el Gobernador y el Presidente trabajan con datos, no con personas. Su posición de poder les impide una auténtica empatía con Juan y sus padres, más allá de lo políticamente correcto.
Las quemaduras de Juan no fueron un hecho fortuito. Existen testimonios de que reiteradamente fue acosado y objeto de burlas por su condición económica y por hablar otomí. Si nos atrevemos a ver en el espejo de Juan veremos uno de los reflejos más crueles del racismo y la discriminación en nuestro país. Una imagen cruda, que desnuda los mitos de la igualdad; que nos revela el rostro más perturbador de la exclusión producto de la pobreza, la marginación y la miseria.
¿Cuál es el castigo que merecen los adolescentes agresores? La ley impide su internamiento en un centro de readaptación social. ¿Entonces, qué hacemos? ¿Los estigmatizamos como criminales o los rehabilitamos y reeducamos? Como sociedad tenemos frente a nuestros ojos el enorme reto de encontrar la forma de cómo educar a nuestros niños y jóvenes, con qué valores y con qué ética. ¿Hay maldad en estos adolescentes o fue la sociedad que los llevó a cometer este acto?
En su genial película Los Olvidados, Juan Buñuel, muestra la violencia que como herencia maldita persiste en México. El Jaibo tenía un alma negra, Pedro quería ser bueno. El Jaibo mató, con la complicidad de Pedro, a Julián, un joven y trabajador albañil. Al final, El Jaibo mató a Pedro, su cadáver terminó en el fondo de una barranca. El Jaibo murió por las balas de la policía. ¡Qué los maten! ¡Que los maten a todos! Es el último parlamento de la película.
Los adolescentes que quemaron a Juan, no son ficción, merecen la oportunidad que Pedro y El Jaibo no tuvieron. Me gusta pensar que las heridas de Juan sanarán y que su vida cambiará para bien, que seguirá estudiando, hasta convertirse en doctor, ingeniero, abogado o periodista; que será un hombre de bien, orgulloso de su origen y su idioma.
¡Carajo! Si de verdad algo hemos cambiado, podemos lograr que esto pase, sino es simple demagogia, golpes de pecho de una sociedad hipócrita.
@onelortiz