Tres décadas de “amor y fe” en cada Niño Dios vestido o restaurado

Inés León y su hija invierten 11 meses para coser más de 600 ropones que vestirán a los bebés cada 2 de febrero

Tres décadas de “amor y fe” en cada Niño Dios vestido o restaurado

Autor: Alexis Lira

Hace más de 30 años que Inés León Meza, de 55 años, viste y restaura a Niños Dios, en un local ubicado en la calle 7 Norte, en Puebla capital, como parte de una herencia familiar que requiere de “amor y fe”.

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Durante 11 meses, Inés y su hija Gabriela se preparan estas fechas para la confección de más de 600 ropones que vestirán a los “Niños” que serán “levantados” por las familias pobladas, como parte de las celebraciones por el Día de la Candelaria, que se conmemora cada 2 de febrero.

En entrevista con El Ciudadano México, Inés manifestó ser afortunada por tener la oportunidad de recibir decenas de encargos de parte de las familias, al considerar que es “un regalo divino”.

“Vestir y reparar a un Niño Dios es una tradición para nosotros, pero también es un regalo divino, porque nos hace reflexionar y permite que nos acerquemos más a él”

Inés León Meza

Para la mujer, originaria de la capital del estado, este oficio “no es un juego”, porque además del trabajo y el compromiso que requiere, no se le puede quedar mal a la gente, entregando trabajos “mal hechos”.

¿Cómo se preparan para el Día de la Candelaria?

Inés y su familia trabajan a contrarreloj durante todo el año para coser 50 vestidos por cada uno de los 14 tamaños que manejan en el negocio. En donde el más barato cuesta 70 pesos y el más caro, el de gala, 250 pesos.

El Niño del Rosario, Sagrado Corazón, de la Candelaria, de la Abundancia, de la Paz, de San Juditas, así como los ropones de Bautizo y de Primer año, son algunos de los modelos que trabajan.

Para vestir a un Niño Dios, primero es importante contar con la ropa interior, que incluye una playera y los “calzoncitos”, luego se le pone el vestido completo, dependiendo del modelo que elija el cliente, para luego poner los zapatos, la corona y los accesorios.

Uno de los encargos más importantes que tuvo, fue cuando visitó al Niño del Templo del Señor de los Trabajos, ubicado en la calle 11 Norte.

Recordó que los mayordomos le pidieron realizar un trabajo “a la perfección”, porque era una representación de “antaño”, de madera y con brazos movibles.

“Me trajeron al Niño de la Iglesia de los Trabajos” (…) los mayordomos me pidieron hacer un trabajo a la perfección y sin ningún tipo de error”.

Ella también se dedica a restaurar figuras dañadas con materiales que van desde el yeso y madera, hasta la resina y fibra de vidrio; por cada trabajo tarda hasta una semana.

Una tradición y legado

Desde muy joven, Inés León aprendió este oficio cuando se casó con su esposo José Olivares, quien falleció hace tres años a causa de la pandemia de covid-19.

Su trabajo es especial, porque le permitió sacar adelante a sus tres hijas. A pesar de las dificultades que vivió cuando perdió a su pareja, ella siguió adelante para que el local no cerrara sus puertas.

Ella recuerda que en años anteriores, el local tenía una “enorme fila” de gente esperando a ser atendida, pero ahora sólo viste a cuatro niños por día, en promedio, aunque espera que las ventas mejoren este 2 de febrero.

No es sólo un trabajo para los hombres

Su hija, Gabriela Olivares, quien se encarga de la administración del negocio, fue quien tomó “la batuta” del local cuando murió su padre, hace tres años.

Al principio, el trabajo era complicado para ella, porque no conocía los costos ni los materiales. En el negocio siempre estuvo al frente un hombre, su padre, pero con el tiempo se dio cuenta de que también una mujer podía hacerse cargo del local.

“Al principio titubeábamos, porque no había la firmeza que tenía mi papá, no sabía los costos, porque en este negocio siempre estaba en frente un hombre. Los proveedores son hombres, en el taller había hombres y era difícil hacer trato con ellos, pero ahora ya no, antes me engañaban fácilmente, y ahora, al contrario, quien los engaña soy yo”

Ella agradeció a su padre y a su madre de haberle dejado como “herencia” este trabajo con el que también puede salir adelante.

“Es difícil, pero no imposible, no es otra cosa, se llama amor, porque no hay herencia más grande que el trabajo. La herencia a un estudio y a una universidad, pero si no lo hay, existe un oficio y si lo aprendes agárrate de él para salir adelante”

Fotos: Alexis Lira

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