Venezuela, de nuevo

Las elecciones en Venezuela representan un gran problema para la izquierda en el mundo; especialmente, para quienes se asumen de izquierda en América Latina

Venezuela, de nuevo

Autor: Sergio Tapia

Como cada cierto tiempo, las elecciones en Venezuela representan un gran problema para la izquierda en el mundo; especialmente, para quienes se asumen de izquierda en América Latina.

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Por un lado, resulta claro que existe un problema en Venezuela. Lo vemos en el desplazamiento obligado de cientos de miles de personas que, para mejorar un poco sus condiciones precarias, o bien para escapar de su propio entorno, tienen que salir del país y buscar en otros lados, una vida distinta.

Esto, sin embargo, dista de ser una condición exclusivamente venezolana. México es, de acuerdo con los números oficiales, el segundo país en el mundo que tiene más personas viviendo de manera continuada en el extranjero, es decir, somos el segundo país que manda más migrantes al mundo. La pobreza, la violencia del crimen organizado y las persecuciones religiosas, políticas, ideológica son una realidad cotidiana, a tal grado que resulta muy complicado encontrar a alguien que no tenga un familiar, que viva en otro país por estas condiciones.

 Dicho esto, debemos igualmente recordar que no todas las personas que migran lo hacen necesariamente por estas condiciones. Junto con aquellas personas que se han visto forzadas a desplazarse de su tierra, se encuentran también quienes lo hacen por voluntad propia, y que cuentan con los recursos suficientes para mantener un estilo de vida privilegiado, incluso en el extranjero. Esta distinción, que se refleja muy bien en la diferenciación entre un “migrante” y un “expat”, se acompaña igualmente por visiones distintas del mundo, que responden a proyectos de vida, a esperanzas y deseos incomparables y que rechazarán lo que sucede en sus propios países por razones y fundamentos diferentes.

Esto lleva entonces al centro del problema que representa Venezuela para la izquierda. Porque, como he mencionado, resulta innegable que las cosas en ese país no están bien. Es más, es posible decir que, en gran parte, el que no estén bien tiene mucho que ver con lo que ha hecho el gobierno durante los últimos años. Pero al tiempo en que hacemos esto, estaríamos simplemente cegados si no observáramos de manera integral, que la otra gran parte de la culpa, se articula alrededor de la reacción conservadora que le ha apostado, desde hace décadas a una política de “tierra quemada” para recuperar el control de los recursos naturales, de las formas sociales y del discurso político del que creen exclusivamente su país.

Esto lleva a que incluso cuando se esté en contra de lo que está pasando en este país, la gente no necesariamente está en contra por las mismas razones. De esa forma, cuando la gente, especialmente fuera del contexto latinoamericano o africano -que compartimos la existencia de élites que preferirían quemarlo todo para ser reyes de las cenizas, antes que permitir una vida mejor para la gente- nos pregunta sobre nuestra opinión, la mayoría de nosotros no tiene nada que decir más que “esperamos una solución pronta para Venezuela”.

Nada refleja mejor estas condiciones, que lo que ha acontecido en las últimas horas. Un poder político totalmente deslegitimado, ha realizado toda acción posible para que cualquiera que quiera dudar de sus acciones, tenga argumentos para hacerlo. Por otro lado, una oposición que claramente tiene una base social cada vez mayor, busca salidas que se antojan entre terribles y totalmente brutales: un golpe de Estado militar, o la venta de los recursos naturales de su propio país a las potencias extranjeras, con tal de obtener el control de los sobrantes.

En esta tesitura, la respuesta de los países en América Latina ha sido muy diferente. Argentina no ha sorprendido en su repudio total al gobierno venezolano, pero se ha visto acompañado, en este espacio, por Chile, que ha decidido alinearse a una lógica injerencista que mucho ha hecho sufrir ya a su propio pueblo en el pasado. Otros, como Bolivia y Nicaragua, se han apresurado a felicitar al presidente Maduro.

Tres países, sin embargo, han encabezado un discurso diferente: Colombia, Brasil y México, llamando a esperar los resultados finales y la transparencia de los documentos correspondientes, pero asumiendo, que debemos recordar que en democracia, no gana quien nos gusta, sino quien obtuvo el mayor número de votos. Hace algunas semanas, quienes se oponían activamente a Maduro y su gobierno, reproducían de manera sistemática la frase que dijo el presidente Lula: en las elecciones, se gana o se pierde. Y cuando pierdes, te vas a tu casa y preparas las siguientes. Eso es la democracia. A mí me sorprende que asuman de manera activa, que esta idea se aplica sólo a una de las partes en la contienda, y que no reconozcan que ahora, si ellos pierden, también tienen que hacer esto.

Sólo así se podría construir una verdadera democracia en Venezuela. Con un gobierno que se legitime por sus acciones, y por una oposición que actúe responsablemente con su nación y los intereses de la mayoría de la gente en el país.

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