Sistemáticamente hemos visto en los medios que, para el 11 de Septiembre, Santiago es peligroso. Gracias a las imágenes que nos repiten majaderamente cada año, se ha estigmatizado a muchas personas por vivir en determinados espacios, lo que se traduce en falta de oportunidades que perpetuan los vicios de nuestra sociedad moderna y eso, por sentido común, no debería gustarle a nadie.
Por esta razón, hicimos eco a la invitación que recibimos, de ir a pasar el 11 de septiembre a la Población Lo Hermida. Para que las versiones de la oficialidad no sean las únicas que se encuentren disponibles y se puedan enterar, gracias a sus protagonistas, de como son realmente las cosas.
A las 9 de la noche, en la estación Grecia de la línea 4 del metro, el clima tenía un color enrarecido. Muy poca gente circulando, negocios cerrados y silencio. Más parecía una escena de The Walking Dead que una estación de metro. La poca gente que transitaba por el lugar lo hacía con expresiones de preocupación (en la mayoría de los casos) y con paso apurado. Al salir del metro, lo primero que se veía era un grupete de Carabineros, custodiando la calle y atrás, una hilera de barricadas. Los amigos de Lo Hermida me fueron a buscar al lugar y subimos hacia el oriente por Grecia, caminando, para que pudiera hacer una impresión de lo que estaba pasando.
A parte de barricadas, se veía harta gente que miraba desde fuera de sus casas. Familias completas conversando de forma relajada. Muchas risas, chistes, niños jugando, y pequeños grupitos de personas que sumaban cajas o palos al fuego. En realidad más parecían fogatas de playa que barricadas y esa dinámica se repetía en cada esquina, pasando también por La Faena, hasta llegar a Lo Hermida.
Mientras caminábamos la gente me iba contando de cómo se vive año a año la conmemoración del golpe militar en la población.
Me comentaban de la represión de Carabineros, de la forma en que los gaseaban, de que la gente estaba cansada de la estigmatización injusta, de que los medios los identificaban como un lumperío que arroja escenas casi de guerrilla, y también me comentaban de que muchos de los “manifestantes” son personas de afuera. Porque sentían que usaban la fecha y la población como una forma de hacer “turismo extremo” y que eso molestaba profundamente ya que validan lo que dicen los medios de prensa y luego toman sus pilchas y se van, dejando atrás el olor a lacrimógenas, la basura, los trastes quemados y llegan a sus casas limpias y con otro paisaje.
Me contaron también de la historia potente de Lo Hermida, de su tradición política, de las ejecuciones que se llevaron a cabo en dictadura y de cómo la gente se levanta con fuerza y se organiza, a pesar de satanización mediática, de la pobreza, la droga, la falta de oportunidades. Me contaron la historia de su sede social, de los avances que se han hecho en materia de programas educativos alternativos, de la liga de fútbol femenino, de la biblioteca popular, de las bordadoras que siguen con la tradición de Violeta Parra y del amor y del orgullo que sienten por esa historia común de esfuerzo que ha sido una característica distintiva de su gente.
A medida que avanzaba la noche, nos internamos por los pasajes y lo que vi fue realmente lindo: una población en donde la gente se conoce y conversa. En donde las familias salen a comentar lo que pasa, en donde se preguntan mutuamente cómo están, con interés real por el vecino. Pero también vi en sus caras la preocupación por el día siguiente, por sus ancianos enfermos, por sus niños con asma, ya que sabían lo que se venía.
De pronto, los gritos, los “chaucha”, los silbidos, los disparos y la humareda. La gente entrando rápidamente a sus casas, abriendo las rejas para dar resguardo a quien lo necesita. Los pacos en sus carros blindados gaseando las calles, entrando a toda velocidad por los pasajes, volviendo el aire irrespirable.
Sus arremetidas eran tan violentas que no quedaba nadie en la noche y aun dentro de las casas era difícil respirar. No faltó el cafecito amigo que apareció para relajar la garganta y poder seguir conversando.
Mientras pasa la historia de tal o cual, se siente un ruido similar al zumbido de un insecto grande. Todos empezamos a preguntarnos qué pasa, hasta que nos damos cuenta de que anda un dron sobrevolando nuestro cielo. Bajito, rasante con la intimidad de nuestros cigarros y nos deja con la sensación de que nos están escuchando.
Y luego otra vez gente corriendo, metiéndose por los pasajes para buscar resguardo. Humo, más humo y entre el humo los códigos para saber quién anda y era verdad eso de que están los anarkocuikos haciendo el turismo del rebelde y son más de los que yo pensaba. Atrás se queda un amigo quien está tan afectado por las bombas que no puede respirar, sus ojos están super rojos, y al final vomita. Allá parten un par de vecinos para asistirlo. Esa dinámica se repite hasta, más o menos, las 2 de la mañana, en donde quedamos todos tan afectados que se acabó el mambo.
Me sorprendió la violencia, la cantidad de bombas lacrimógenas que se lanzaban al interior de los pasajes, sin importar si adentro estaba Al-Qaeda, un matrimonio de octogenarios conectados a un tanque de oxígeno o una mujer recién parida. Ahí todos éramos como bichos a los que había que echarles tanax. Me sentí como un pulgón siendo fumigado varias veces porque se resiste a caer. Y las bombas que eran disparadas por mano eran lanzadas a los cuerpos. En mi tránsito por Lo Hermida pude ver a par de un lesionados por los golpes de las bombas y ante mi pregunta de ¿Por qué no lo denuncian? la respuesta era la misma: ¿Y quien nos va a escuchar? ¿Quién nos va a creer? ¿A quién le va a importar?
“guarda, que está la prensa”
En una de mis vueltas por Grecia, cámara en mano, me tocó ver a un grupo de pacos que estaban custodiando la carnicería Río Bueno. Yo le estaba sacando fotos al monumento de ejecutados políticos que hay en una plaza, porque ahí se realizó un acto conmemorativo y una velatón un poco más temprano. En ese momento, uno de ellos se disponía a disparar una bomba lacrimógena a un puñado de personas que estaban al medio de la calle prendiendo un fogón. En ese momento, me doy vuelta y comienzo a sacarle fotos con flash, para que se diera cuenta de que lo estaba viendo (mi credencial es grande y blanca, entonces se iba a dar cuenta de que era de prensa). Efectivamente me vieron y uno de ellos, que estaba más atrás dijo “guarda, que está la prensa”. Gracias a eso, desistió de disparar y volvió a su sitio. Eso dejó en clara evidencia que no era bueno lo que estaba haciendo. Que no debía ser retratado y que la ausencia de ojos de prensa permite que actúen con total impunidad. Lo cierto es que nunca se imaginaron que había prensa del otro lado. Ni en una casa gaseada; ni en un pasaje y escuchando los testimonios de personas que llevan años padeciendo lo mismo, para retratar, no sólo en fotografías, sino con palabras.
Y verías la vida tal como es
Estamos acostumbrados a que nos digan que Villa Francia, Villa Portales, San Bernardo, La Pincoya, La Victoria, La Legua, El Castillo, La Faena, Los Copihues, Los Morros, Villa Parinacota, Huelén con Mapocho en Cerro Navia, La Huamachuco, Lo Hermida, y un largo etc. son puntos conflictivos en la ciudad y no únicamente los 11 de septiembre. Y es verdad. Pero están enfocando mal el conflicto. Acá se está banalizando un tema que es más profundo y más duro que un semáforo roto o neumáticos quemados. El problema de fondo es que en Chile hay una pobreza que se mete debajo de la alfombra; que hay ciudadanos que están siendo víctimas de discriminación por vivir en donde las papas queman; que es más fácil decirle al resto de los afortunados que no viven en una población que no pasen por ciertos lugares, antes de hacerse cargo y preguntarse realmente por qué pasa lo que pasa.
Esta crónica tiene como objetivo liberar la voz de una colectividad. Hacer que esta experiencia circule y que llegue a todas las poblaciones en donde pasa lo mismo para representar en una minúscula parte lo que nadie más se atreve a mostrar. Quisimos ser un aporte en el retrato, siempre parcial, de una historia mal contada. Para dar un poco de objetividad, aportando el punto de vista del que está siendo grabado por los canales como un delincuente. Porque esa mirada es unilateral, arbitraria y violenta para el pobre que se encuentra indefenso ante los aparatos de difusión del poder.
Finalmente quisiera agradecerle a toda la gente linda que me atendió y me cuidó en Lo Hermida. A Félix, a Claudio, a Ricardo, al Cholo, al Gato, a Fernando y a todos los que se organizan y siguen luchando la mañana del 12, a patadas con los cascos de las bombas (que son demasiados) y el resto de los días del año. Agradecerle también a la gente que posó para las fotos, demostrando que no tienen nada que ocultar ni temer porque no son más que gente igual que los que están leyendo esto.
crónica + fotos @angelabarraza