¿Caimanes? ¿Qué es eso? Pocos lo saben y por eso fuimos, junto a mi hija y unos amigos, al pueblo de Caimanes en la Comuna de Los Vilos, Provincia del Choapa de la Cuarta Región de Chile. Lo que vimos fue que la Minera Los Pelambres de Luksic los dejó sin agua, como ha pasado muchas veces con estas empresas o con agroindustrias que compiten con las comunidades por el uso de este compuesto vital. Vemos que demasiadas veces en Chile el gallito lo gana la empresa y lo pierde la gente; la que queda, literalmente, seca y defecando en bolsas de plástico. El problema adicional de las mineras es que cuando el agua se mezcla con ácido sulfúrico, ésta es irrecuperable de por vida (el ácido sulfúrico es uno de los compuestos químicos más corrosivos y tóxicos usados para romper la roca y sacar el mineral).
Caimanes hoy, por lo tanto, es una localidad que tiene agua contaminada intomable, un tranque de relave que amenaza con derramarse sobre su par de miles de habitantes y sufre la división social típica que producen estas empresas y sus equipos de intervención social. Por supuesto, como pasa siempre, nada se ve del desarrollo y del trabajo que se promete cuando una mega empresa llega con sus camiones, luces, retroexcavadoras y esperanzas de plástico.
Dinero versus la destrucción del ecosistema y de la tranquilidad comunitaria es la gran disyuntiva o el espejismo con el que se hipnotiza a las poblaciones que requieren para cualquiera de sus fines. Hay una horda de periodistas, sociólogos, antropólogos e ingenieros que han generado un manual o una rutina para meterse en una comunidad y fascinarla con un par de brillos o el tintineo de algunas monedas. Con eso, logran enfrentar a hermanos contra hermanos, padres contra hijos o vecinos contra vecinos y, ya implantado el virus de la desconfianza y el miedo, el resto se hace solo.
Caimanes logró oponerse desde mediados de la década pasada a esta invasión sencillamente mortal. Fueron traicionados por unos cuantos dirigentes como es habitual, pero lograron reaccionar. Luego de obtener 2 resoluciones de la Corte Suprema para restablecer su curso de agua que abastecía la ciudad y no haber acatamiento por parte de la Empresa, se tomaron el camino de acceso a las faenas hace 62 días. Pero la toma es dura y, por supuesto, la Empresa juega a cansarlos.
¿Cuánto aguantarán bebiendo agua envasada los que pueden o exponiéndose a graves enfermedades los que no pueden? ¿Cuánto soportarán sabiendo que este lago de veneno se construyó justo en el cerro y sobre las fuentes subterráneas de agua que, probablemente, ya fueron contaminadas? ¿Cómo seguirán durmiendo con la consciencia de que ellos y sus hijos pueden ser arrastrados por esa riada maldita cuando el cerro que está sobre sus cabezas ceda en algún terremoto?
Lo que queda ahora puede ser alejarse de sus raíces y lograr una indemnización que nunca va a cubrir el daño real o, simplemente, abandonar y cansarse. La disyuntiva es brutal. El pueblo está condenado de todas maneras y sus formas de vida tan comunitarias y peculiares, ya han sido arrasadas. Antes de la llegada de la Empresa eran un sólo cuerpo, todo se hacía en familia, las casas quedaban siempre abiertas, los autos igual, y las bicicletas y juguetes, en la calle. Hoy no es así, por la población flotante y la división que provocó la negociación obligada con la empresa, comenzaron a conocer las llaves, los candados, las rejas, la desconfianza, la insidia inyectada por los expertos del trabajo sucio social y todas las formas de rumor que, simplemente, terminaron por destruir las bases de sus armonías.
Pero la gran noticia es que el pueblo logró recuperarse y, después de que unas cinco familias recibieron una fuerte suma para firmar los acuerdos a espaldas de sus representados, reordenaron sus fuerzas. Muchos de ellos rechazaron el par de millones con los que la empresa de Luksic pretendía cerrarles la boca, acordaron echarlos transparentemente a un fondo común y, devolviendo las mismas flechas con las que los atacaban, se tomaron el camino a las faenas entre todos. Más de dos meses llevan resistiendo sin que casi nadie sepa, ni de la acción rebelde ni de sus razones. La última Navidad y el pasado Año Nuevo se vaciaron las calles y terminaron todos unidos en la toma, como ya no les sucedía hace demasiado tiempo, al medio de un camino polvoriento y desolado; pero juntos. Juntos, juntos, juntos; por el tiempo que les quede, pero intensamente juntos.
Calor, tierra, falta de agua, lejanía de la familia, conflictos artificiales, miedos, riesgos de salud, incomodidades, plagas y lo que se pueda imaginar de un terreno semidesértico y un sistema que los amenaza como nunca, ya fueron vencidos. El resultado final no depende sólo de ellos, sino de todos los que podamos difundir este aporreo silenciado y sumarnos a lo que nos afecta o nos afectará, personalmente, tarde o temprano.
Pensemos: si el pueblo de Caimanes no hubiera estado emplazado allí, Luksic y sus intereses no habrían tenido una sola dificultad para plantar un tranque de relaves encima de las fuentes hídricas de esa zona, cortar sus cursos de agua dulce y llenar de ácido todo lo que hubiera querido. Todo sin que nadie se hubiera enterado, porque ni siquiera ese humilde y ensombrecido pueblo hubiera levantado su hilo de voz. Eso está pasando en el mar, en el desierto, en las montañas y en muchas otras lejanías donde nadie lo ve aún; por lo que, ahora que lo podemos sentir gracias a esta comunidad afectada, lo menos que podemos hacer es estar junto a ellos. Juntos, juntos, juntos; cuántas veces podamos, volver a estar juntos como hace muchos años ya no lo sabemos hacer. Intensamente juntos, arrinconados y golpeados, pero juntos hasta donde nos sea posible.
Adolfo Garrido