Crecí oyendo hablar de Camilo. Mi padre, que nunca llegó a alzarse, fue miembro activo del Movimiento 26 de Julio y lo conoció mucho cuando cruzó el río Cauto, después del combate de La Estrella. Tengo la visión de su rostro en una nochecita invernal de 1958 y quizás por las tantas veces que me había enseñado mi abuela, se me pareció definitivamente a Cristo.
Pero claro, la mayor parte de las referencias que guardo de Camilo, las aprendí de mis mayores. Pude ver un papelito muy doblado que por mucho tiempo tuvo mi padre, hasta que lo perdió en una carrera a caballo en el potrero. Era la licencia que él le otorgaba para que pudiera portar un revólver Colt 45. A estas alturas esto me recuerda el interés del Ejército Rebelde por legitimar sus actos y sus acciones, como ya en el siglo XIX había hecho la primera República de Cuba en Armas.
Yo vivía con mi abuelo Agustín, en lo que ellos llamaban la finca de adelante (Santa Isabel); por eso no pude estar allá en El Monte, como se le decía a la otra finca, cuando Camilo llegó allí con su columna poco tiempo antes de emprender la invasión a Occidente.
Mi madre dice que llegaron ya cuando la noche era una boca de lobo, y se acomodaron silenciosos en la cocina. A esa hora lo que había en la casa era un racimo de plátanos manzanos y una bola de queso fresco. Ella puso en la mesa los alimentos, y Camilo le pidió un cuchillo. Cortó el queso en tantos pedazos, como soldados traía. Luego se los fue entregando junto con un platanito. Al final, apenas se comió las boronillas.
Esa noche del cincuenta y ocho, ni Camilo y por supuesto, mucho menos mis padres, se podían imaginar la sorpresa que traería la transmisión de la radio revolucionaria. Luego del queso y los plátanos, pasaron a la sala de la casa campesina, para poder sintonizar la radio alimentada por pilas secas. Después de salvar la impedimenta de las interferencias, se escuchó la voz de Violeta Casals: “¡Aquiiiiií Radio Rebelde….!” Dijeron los partes de los enfrentamientos en los diferentes frentes y luego leyeron informaciones enviadas desde la Comandancia de Fidel. Al final, informaban que por disposición del alto mando Orlando Lara —que siempre operó en el llano— era ascendido a capitán y Camilo Cienfuegos, a Comandante. Él se quedó mudo, dejándose abrazar, dice mi madre, por toda la gente de su tropa.
Después le vino ese manotazo de su desaparición. De creer que aparecía por momentos. De echar, todavía en el río Cauto un barquito con flores, con la esperanza de que llegara al mar. Tuvo que pasar mucho tiempo, para que yo entendiera, como lo habrán hecho tantos de mis semejantes que en lo mejor de cada uno de nosotros, está Camilo sonriendo y atreviéndose a todas las aspiraciones por venir.
por Bladimir Zamora Céspedes (Tomado de La Jiribilla) / Visto en CUBAdebate