El primer ejercicio de esta crónica es revisar el mapa de conflictos socioambientales publicado en el sitio web del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH). Actualizado hasta al mes de julio de 2015 -se espera una nueva actualización-, el listado suma 102 conflictos, definidos como «la existencia de una controversia pública respecto a una diferencia de opiniones, percepciones o intereses sobre circunstancias relacionadas con el acceso o el uso de recursos naturales, o bien, con impactos sociales y ambientales de las actividades económicas en el territorio donde se localizan. Esto, sin importar la magnitud del conflicto, los montos de las inversiones ni las características de los actores involucrados».
Han pasado dos años y el listado seguramente ha aumentado, más que disminuido. Lo cierto es que el Día del Medioambiente deja en Chile un sabor a urgencias: zonas de sacrificio, derrames de petróleo, contaminación de ríos, represas en territorios ancestrales, pesca de arrastre, relaves mineros abandonados, son algunos de los nudos que aguardan por el desamarre. Y aquí aparece el segundo ejercicio de esta crónica: la movilización social, rural, comunitaria, originaria, que es la que visibiliza esta durísima realidad de país-factoría, y que es la que finalmente hace frente a la amenazas. La que da la cara al conflicto.
Volvamos al INDH con un punto importante, en nuestro caso: el registro del conflicto en los medios de comunicación. Es fundamental pues permite constatar su existencia. En el caso del mapa en específico, el respaldo para su levantamiento fueron todas las publicaciones situadas entre enero de 2010 y julio de 2015, independiente de la fecha de inicio del conflicto y la etapa en que se encontraba en ese momento. Lo cual también nos acerca, de reojo, a la importancia del pluralismo informativo.
Es decisivo contar con medios para comunicar, denunciar, desmentir. Pero más aún lo es, que la comunidad se movilice y defienda sus espacios. Una imagen de esto: a principios de año, en un cerro de Valparaíso, los abuelos y nietos de una población (Villa Berlín), cortaron la avenida principal de su sector en oposición al levantamiento de una gigantesca torre de departamentos justo en medio de un bosque. No eran miles, no eran cientos, era simplemente la gente del barrio, defendiendo lo suyo.
Otro caso es el de la comunidad de El Durazno (Región de Coquimbo), que este fin de semana hizo circular un comunicado donde cuentan que ven «con satisfacción y alegría que el permanente estado de alerta y defensa de nuestro territorio ha logrado sacar al embalse La Tranca al menos de los discursos del gobierno, aunque aún esperamos el documento que certifique la inviabilidad de la inversión pública para una obra que no soluciona la seguridad hídrica de los habitantes de la región sino la de dos empresarios agrícolas que solo buscan aumentar su tasa de ganancias a costa de nuestro territorio».
La Tranca es un proyecto absolutamente rechazado por la comunidad, por el grave daño social, arqueológico y cultural que causará al establecer la construcción del embalse en la naciente del río Cogotí (comuna de Combarbalá). En enero pasado, la Comisión Recursos Hídricos de la Cámara recibió a una delegación de la agrupación ecológica El Durazno, reunión tras la cual se estableció claramente que si el embalse «es un instrumento para ampliar la inequidad social y sólo beneficia a 2 regantes, los diputados no están dispuestos a que el MOP y el gobierno endeuden al Fisco por este proyecto», señaló en ese momento el reporte de Olca.
Desde El Durazno agregan otra arista: la manipulación que hacen muchas empresas con las necesidades de la gente. «Ayer la Dirección General de Aguas ordenó la demolición de un tranque ilegal que estaba robando agua en nuestra comuna, luego de que los vecinos de Valle Hermoso denunciaran su colapso con las lluvias. Esto es interesante porque da cuenta de un modo de operar de las grandes agrícolas en nuestro suelo: operan como patrón de fundo y se sienten con derecho a pasar por encima de cualquiera porque dan empleo, pero eso, si los vecinos seguimos despertando y organizándonos, va a llegar a su fin, en algún minuto tienen que aprender a respetar la tierra, el agua y a quienes habitamos el campo», dice el comunicado.
En ese sentido, la proliferación de portales y sitios informativos en internet, y su importancia en este tipo de conflictos, sumado al alcance brindado por las redes sociales, hacen que la opinión de muchas comunidades «aisladas» ya lleguen al instante a nosotros, un ejercicio comunicacional que parafraseando a Mc Luhan, actuaría como “una nueva corteza terrestre, un nuevo sistema nervioso planetario”, cuya principal virtud en este caso es la articulación de una nueva conciencia -global-, la cual ya ha entrado en acción.
Enlazado con esto último, y a manera de cierre, recurrimos a la voz de Eduardo Gudynas, investigador uruguayo con años de trabajo en las temáticas medioambientales. En su libro, «Los derechos de la naturaleza», señala que lo que está en juego son valoraciones sobre el entorno. Y la valoración económica no es la única valoración que existe respecto del ambiente. Hay otras valoraciones relacionadas con lo estético, lo cultural y lo histórico, que en el orden actual, están subyugadas a lo económico, que actúa como escala única de valores respecto al medioambiente y sus recursos: éstos deben necesariamente traducirse en un valor de mercado para poder, incluso, conservarse o protegerse.
Conceptos como ética ambiental, justicia ecológica, construcción del giro biocéntrico, derechos y ciudadanía, van conformando en el trabajo de Gudynas un relato muy propositivo, que se solidifica de manera perfecta al momento de confrontarlo con la realidad latinoamericana. No en vano el libro parte con un duro análisis del actual momento continental, donde, por ejemplo, nos enteramos que la mayor pérdida de bosques tropicales ha tenido lugar en América del Sur, y que la extensión de la frontera agropecuaria tiene degradados el 14% de los suelos del continente.
Puedes leer un comentario de este libro en la Revista Soma de Buenos Aires.
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-Crónica por Absalón Opazo M.-