El martes pasado los estudiantes universitarios y secundarios salieron a las calles nuevamente, esta vez para exigir que la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados rechazara la idea de legislar la reforma de Educación Superior. Después de un gran período de silencio, los estudiantes lograron su primera victoria: el proyecto reformista fue rechazado.
Durante la última década, el movimiento estudiantil ha tenido varios recambios generacionales. La revolución pingüina comenzó en el 2006 con líderes que eran capaces de movilizar a todos los secundarios y llenar la Alameda de manifestantes. María Jesús Sanhueza (Liceo Carmela Carvajal), Karina Dalfino (Liceo N°1 Javiera Carrera) y Maximiliano Mellado (Liceo Manuel Barros Borgoño), llamaron a los estudiantes a perder el miedo a las calles post dictadura y exigir sus derechos.
Las marchas de hace diez años eran respetadas y esperadas. Los estudiantes tenían claro lo que querían decir y se hacían escuchar. Por ese tiempo la principal demanda era derogar la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE) que había sido impuesta durante la dictadura de Pinochet y establecía, entre otros puntos, los requisitos educacionales para la enseñanza básica y media.
En ese entonces, Michelle Bachelet cumplía con su primer mandato. En abril de 2007, después de meses de manifestaciones estudiantiles, envió un proyecto al Congreso en el que se reemplazaba la LOCE por la Ley General de Educación (LGE), que modificó aspectos importantes en la forma de selección de los colegios y limitó su facultad para discriminar a estudiantes por su situación económica, entre otros.
A raíz de la respuesta de Bachelet, los pingüinos levantaron bandera de tregua. Las movilizaciones que se sostuvieron durante meses, a través de las tomas de colegios y algunas universidades, cesaron. Sin embargo, el 2011 la pasividad del movimiento fue irrumpida, esta vez, por los universitarios.
Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Gabriel Boric eran nombres que aún no se conocían. El movimiento estudiantil nuevamente tomaba fuerzas, pero con un gran recambio generacional. Apoyados igualmente por los secundarios, los universitarios lideraron marchas multitudinarias exigiendo educación gratuita y de calidad, entre otras demandas, como el fin al lucro en la educación.
En un principio, el movimiento tuvo el mismo apoyo ciudadano que en el 2006, pero la violencia en las manifestaciones fue desencantando a los chilenos que veían a través de la televisión los disturbios que generaba la lucha por la educación.
Sin embargo, uno de los grandes logros de los estudiantes en 2011 fue la disminución de la tasa de interés del Crédito con Aval del Estado. Sebastián Piñera respondió a las demandas estudiantiles rebajando la tasa de un 6% a 2%.
El movimiento estudiantil no quedó conforme, pero perdían fuerzas. Después de todo un año en paros y tomas, con apoderados indignados por la falta de clase, sumado a los medios de comunicación mostraban constantemente el final de las marchas con disturbios y encapuchados, culpando indirectamente a los estudiantes, el rechazo se apoderó de la opinión pública.
Los años posteriores han sido lentos y pasivos. Los grandes líderes del 2011 se integraron a la política tradicional, transformándose en parlamentarios. Las críticas y acusaciones de traición no han faltado. Imposible olvidar a Camila Vallejo vociferando que nunca entregaría apoyo a Bachelet para después aparecer apoyando su segunda candidatura presidencial.
El disimulado paso al costado de Boric, Jackson y Vallejo debilitó al movimiento. Los líderes de la disidencia política pasaron a estar en la misma posición de quienes juzgaban. Aunque han intentado mantenerse activos en la lucha por una mejor educación, su labor se ha visto limitada por ser parlamentarios. Boric, por ejemplo, ha sido multado por salir a manifestarse.
El 2014 y 2016 hubo varios intentos de volver a potenciar el movimiento. Sin embargo, los esfuerzos no han dado a basto. Las paralizaciones durante estos últimos años no han logrado cambios concretos. Falta unión, dicen algunos. Aunque los medios de comunicación han jugado un papel importante en la indiferencia de la ciudadanía.
A fines del 2014, solo a modo de ejemplo, Canal 13 vinculó un ataque incendiario en el metro Escuela Militiar con el movimiento estudiantil, acusando a los grupos anarquistas universitarios y secundarios de ser responsables del bombazo. El reportaje causó amplio rechazo en el público, sin embargo, las heridas y acusaciones quedan en la memoria colectiva.
Este año los estudiantes han vuelto a intentarlo y la convocatoria fue masiva. La deuda que tiene el Estado con la educación chilena es difícil de acallar criminalizando el movimiento. El escenario político actual necesita de estudiantes conscientes y universitarios que no tengan miedo.
«Este es un año complejo por dos razones, uno por el tema de la reforma, que nosotros creemos que hay que disputar esa reforma, hay que darle efectivamente el carácter del movimiento estudiantil, y también respecto al tema de las elecciones, nosotros no nos vamos a quedar afuera de ese debate, vamos a interpelar a los candidatos», aseguró Daniel Andrade, presidente la Fech a Terra.
La autonomía del movimiento estudiantil es fundamental para poder posicionar las demandas educacionales entre los presidenciables. La fuerza de los estudiantes se puede volver más robusta si logran la unión necesaria. Este año, el primer triunfo lo obtuvieron en la primera manifestación, logrando evitar la aprobación del proyecto que busca reformar la educación superior.
«Existen las condiciones para tener un año de movilizaciones donde logremos conquistar las demandas del movimiento estudiantil. Es fundamental que la Confech se una bajo una sola bandera de lucha que es la disputa a la reforma de educación superior. Han pasado años de acumulación de fuerzas para que esto se lleve acabo, y dentro de la discusión que se dará en los próximos meses sobre el proyecto de ley, el movimiento estudiantil debe ser un actor fundamental», explica Natalia Silva, presidenta de la Federación de Estudiantes de la UDP.
El próximo jueves 27 de abril, el movimiento estudiantil se prepara para el primer paro del año por la crisis educacional que existe en nuestro país. «Es fundamental que estos espacios los dotemos de las demandas que tienen los estudiantes en nuestras propias casas de estudio», concluye Silva.