A menudo hablamos de lo rápido que cambia la sociedad, nuestros hábitos de consumo, la manera en la que nos relacionamos entre nosotros o cómo afrontamos nuestras tareas y necesidades diarias. La tecnología acaba siendo siempre la base de todas las conversaciones que hablan, en definitiva, de la era del conocimiento y de la información. Sin embargo, siempre encontramos focos de resistencia desde los que se intenta demonizar la herramienta (la tecnología) para perpetuar los métodos que imperaban décadas atrás (que dejan de tener sentido con la evolución tecnológica). Pensemos aquí en ejemplos recientes como el Canon AEDE o la caduca industria discográfica (descanse en paz el CD).
El miedo al cambio no se trata sólo de algo irracional o producto de la ignorancia, sino que esconde un temor a perder el control, a dejar de tener poder. ¿Por qué en el entorno corporativo se ha asumido como fundamental la transformación digital? Entre otras cosas, porque se ha convertido en un factor diferencial entre empresas y, por tanto, la compañía menos tecnológica se encuentra en desventaja competitiva. Es decir, a la hora de tomar decisiones no se antepone la posible mejora en la eficiencia o productividad, sino los números. El pensamiento es «si me va bien, no cambio, aunque, si para seguir ganando dinero tengo que invertir en tecnología, lo hago». Obviamente, no todas las empresas asumen esta actitud, pero sirve para ilustrar el problema que tiene la educación en España (y muchos otros países): se considera que la tecnología es una enemiga de la enseñanza, relegada a poco más que una fuente de distracción. Como muestra, el Gobierno de Castilla-La Mancha ha prohibido recientemente el uso del teléfono móvil en las aulas salvo «en situaciones excepcionales, debidamente acreditadas». Seguro que todos conocemos alguna universidad en la que está prohibido usar un portátil en clase. Y, mientras tanto, Finlandia destierra la escritura a mano de su sistema educativo para empezar a fomentar el aprendizaje de la mecanografía y del uso del teclado.
Educación y tecnología, nunca enemigas
¿Cuántas veces habremos escuchado aquello de «Si permitimos los portátiles o los teléfonos móviles, los alumnos no atienden ni aprenden»? ¿Y cuántas otras hemos conocido casos de profesores que leen Power Points o que dictan en clases magistrales? Más que nunca, la educación necesita una renovación. Como decía Martín Varsavksy en la pasada edición de Hipertextual Up, centrada justamente en la transformación digital en el mundo educativo, existe una enorme brecha entre lo que se enseña en las aulas y entre el mundo laboral que viene después. ¿Qué sentido tiene memorizar la lista de los Reyes Godos en una sociedad constantemente conectada? Por otro lado, Javier Santiso, también en Hipertextual Up, avisaba de que había que accionar vocaciones desde edades tempranas y ponía el ejemplo de lo que hacen en Talentum Schools para enseñar a programar con Scratch a niños de entre 7 y 14 años.
Cuando se utiliza el argumento de que la tecnología distrae, se cae en un error básico, que es confundir el medio con el fin. La tecnología no distrae por sí misma, sino que es un medio tanto para el entretenimiento como para, en este caso, el aprendizaje. Si negamos una herramienta tan potente como un ordenador o una tablet sólo porque el niño puede jugar a Angry Birds, entonces somos unos necios. ¿Por qué no transformamos la atracción que genera la tecnología en algo realmente productivo? ¿Por qué no usamos la tecnología para enseñar? Porque hay miedo al cambio y porque aún no están claros los beneficios que aporta al sector educativo. Esto sucede porque muchos de los profesores no saben usar esa tecnología y, por tanto, desconocen las posibilidades que tiene un iPad, por ejemplo. También es causa la pereza pedagógica, es decir, utilizar el mismo método de enseñanza (incluso el mismo temario) dando por hecho que los alumnos de hoy tienen la misma mentalidad y necesidades que los de hace cinco o diez años. {destacado-1}
En un informe sobre la cultura participativa y la educación del siglo XXI, Henry Jenkins afirma que los estudiantes pueden acceder al saber de múltiples formas gracias a la tecnología: juego, prueba/error a través de la simulación, cognición distribuida (conseguir conocimiento y compartirlo instantáneamente con otros), juicio (comparando diversas fuentes de información), navegación hipertextual (siguiendo links a diferentes fuentes y medios), etc. ¿Puede igualar eso un (pesado y caro) libro de texto?
Propuestas de cambio
Si de verdad estamos preocupados por el futuro de la sociedad, entonces deberíamos preocuparnos por cómo estamos formando a la población en la actualidad. Si seguimos cerrándole la puerta de las aulas a la tecnología, conseguiremos aumentar todavía más las ventajas competetitivas de otros países que sí intentan conseguir un sector educativo adaptado al presente. El problema no es el smartphone, no es el portátil, no es Internet, es un modelo educativo que no contempla el avance tecnológico y que choca frontalmente contra los comportamientos sociales cotidianos. El estudiante entra en clase y se siente en otra época. ¿Cómo no va a intentar buscar una vía de escape de ese magistral aburrimiento?
Aquí van algunas propuestas para conseguir mejorar la educación (el debate es bienvenido):
- Apoyo gubernamental. Es necesario que se tomen medidas desde el Gobierno de cada país para apoyar la transformación digital y que el cambio sociocultural impulsado por la tecnología se aplique también a la educación. Desde inversión en infraestructura hasta programas de formación para el profesorado.
- Reeducación del profesorado. De la misma manera que se demoniza la tecnología, los profesores suelen ser el punto de mira de las críticas contra la educación. Es cierto que tienen la responsabilidad de cómo se enseña, pero no siempre deciden el qué (los temarios no los deciden ellos). Por ello, para facilitar la transición hacia una educación más tecnológica, habría que poner a disposición de los profesores los medios y los soportes adecuados para que aprendan a usar la tecnología. Por ejemplo, en mSchools existe la posibilidad de contactar con un experto ante cualquier duda técnica.
- Revisión de los temarios. El eterno debate. Siempre habrá disconformidades sobre las asignaturas que se enseñan en las aulas, pero antes de entrar en discusiones sobre educación para la ciudadanía, religión o latín, habría que optar por el pragmatismo y preguntarse «¿esto servirá para que mi hijo encuentre trabajo en el futuro?». ¿Estamos formando ingenieros, científicos, periodistas del futuro o personas cultas en la sociedad de hace 30 años? ¿Tiene sentido que los niños no conozcan lo que es la técnica Pomodoro o el GTD?
- Volver a conseguir la atención del alumno. Si hay una preocupación real por enseñar, entonces la tecnología no debe ser vista simplemente como una herramienta de distracción. Una clase preparada, bien hilada y multimedia puede llegar a ser mucho más entretenida que cualquier conversación de WhatsApp o juego. Todo suma y, en la educación, como en cualquier otro ámbito, sólo hay que saber cómo sacarle partido a los materiales que tenemos.
via Hipertextual