Estudiantes, taxistas, jubilados, un guatón fiestero y hasta un policía participaron en una de las épicas más memorables del movimiento estudiantil que vino a remecer el 2011. Una bandera estuvo 75 días dando vuelta por La Moneda, pasó por más de 4 mil manos, soportó el intenso frío y lluvia invernal, días de asfixiantes lacrimógenas y nos dejó un sinfín de historias en mil 800 horas de maratón. Si es que no corrió, cánsese con esta historia:
Todo se originó en un carrete. “La idea partió cuando el Checho con el Benja discutían la mejor forma de salir a la calle” -recuerda Carlos, un participante de la corrida. La idea fue propuesta en una asamblea de estudiantes de Teatro de la Universidad de Chile que buscaba novedosas formas de socializar las demandas del movimiento estudiantil. “Cabros, estoy cagado de miedo, pero hay que hacerlo” -dijo Diego Varas y se fue a trotar alredor de La Moneda.
Eran la una y media de la tarde del lunes 13 de junio y corrió hora y media hasta que sus compañeros lo relevaron. Una profesora grabó la primera vuelta y otras compañeras confeccionaron la bandera. Para que el mensaje quedara claro, escribieron en ella: “Educación gratuita ahora”.
Como se trató de interpelar al poder había que correr rodeando La Moneda. Para ir marcando las vueltas improvisaron un contador puesto junto a la estatua de Diego Portales, en Agustinas. La vuelta comprendía las esquinas de Morandé, Agustinas, Teatinos y Alameda. Unos 970 metros, casi un kilómetro, distancia que en promedio demoraban entre 6 a 8 minutos.
“Si podemos trotar mil 800 horas y apañamos con los recursos humanos para hacerlos, sabemos que el Gobierno tiene los recursos monetarios para resolver el conflicto. Es sólo voluntad” -recuerda Vicente. Diego añade que “nunca pensamos que era lo que venía después. Estaba en el día a día, viviendo el momento, no haciendo ninguna proyección”.
Vicente Iribarren, estudiante de Teatro, recuerda que “tuvimos que hacernos cargo la primera semana”. En la escuela, ubicada en Morandé, a un par de cuadras, montaron un enlace para sostener la proeza y dormían los turnos que harían los relevos de noche.
El primer día Carabineros no tenía idea que pasaba. “Nos venían a huevear porque nos habíamos instalado frente a un monumento nacional, luego porque era un espacio por donde transitaba gente” -cuenta Carlos. Pero como no hay motivo alguno de detención al estar corriendo, no podían parar la maratón.
Un abogado les ayudó para pedir el permiso a la Intendencia, la que permitió sólo correr por la vereda más alejada al palacio de Gobierno. Así el improvisado circuito quedó con las enrejadas plazas de la Constitución y de la Ciudadanía en medio y en las graderías los transeúntes y oficinistas que copaban el centro de Santiago a toda hora.
Puestos privilegiados tenían las estatuas de los presidentes Jorge Alessandri, Eduardo Frei y Salvador Allende, que los vieron durante 75 días pasar. Sebastián Piñera más de alguna vez se topó con algún chico corriendo con una bandera negra al salir del subterráneo del palacio de gobierno o llegando en helicóptero al edificio del Banco Santander, como muchas veces los chicos de la mesa lo observaron.
En la hora en que llegabas a casa o cuando bebías con los amigos en la previa de un carrete o cuando te despertaba el maldito reloj y aún estaba de noche, siempre hubo alguien corriendo en torno a La Moneda.
EL CAFÉ DE LA MAÑANA
Los corredores se mamaron el tóxico smog del invierno santiaguino, las lluvias y las heladas. La primera mañana que amaneció alguien corriendo llamó la atención de Jacqueline Aravena, quien tiene un quiosco en Agustinas. “Cuando llegamos de madrugada a abrir los pillamos entumidos. Con mi marido les dimos café y unos panes que andábamos trayendo” -cuenta.
Luego les permitieron dejar sus cosas contiguas al quisco, les prestaron luz y energía para calentar agua o cargar el celular. “Hubo muchos clientes que perdimos, que les molestaba su presencia aquí. Nos bajó un poco las ventas, pero qué importaba, si la lucha de ellos era legal” -piensa Jacqueline.
A la semana ya tenían corredores de otras carreras, alguien les abrió un portal web y a cada trote que daba vueltas el palacio eran miles los que se enteraban de la proeza a través de las redes sociales.
Así se enteró Daniela, quien estudia Fotografía en la Escuela de Fotoarte. “Llamé a mis amigos para que me apañaran. Nadie me apañó, así que llegué sola una medianoche a correr y me involucré” -cuenta Daniela, quien llegó en la hora 40 y participó hasta el final.
La base –o la mesa, como le llaman– quedó en la entrada de la Subsecretaría de la Prevención del Delito, en cuyo edificio los funcionarios de la Dirección del Trabajo al tercer día de verlos correr bajo sus ventanas instalaron un lienzo que decía “Los trabajadores apoyamos a los estudiantes en su lucha”.
En el edificio de La Nación les prestaban el baño y la Casa Central de la Universidad de Chile fue el nuevo enlace. Allá se iban a descansar luego de correr y en medio de la noche desde allá les traían algo de comer caliente.
CORREDORES FANTASMAS
De a poco se sumaban alumnos de Kinesiología, Educación Física o Ingeniería. También de otras universidades o institutos. Llegaron así de las universidades Diego Portales, San Sebastián, Usach, Duoc, UCV, Mayor, Adolfo Ibáñez, Alberto Hurtado, Los Leones, Upla, Universidad de Atacama, Instituto Nacional y del Liceo 1.
Fue tan amplia la convocatoria que no hay registro que tenga todos los corredores ni cálculo de la cifra exacta de participantes. Pocos días antes de cumplir la mitad de la maratón ya habían dado la vuelta unas tres mil 500 personas.
Uno de los corredores, del que pocos recuerdan su nombre, hacía la vuelta entera en 2 minutos. Alcanzó a correr 2 horas. Lo normal eran 8 vueltas por hora a 7 u 8 minutos cada una.
A mediados de julio el record lo ostentaba Nicolás Aliaga, estudiante de Teatro de la Universidad Mayor, quien corrió 6 horas con 20 minutos. Partió a las 7 de la mañana y terminó a la 1 con 20 de la tarde.
A las semanas el record lo superó un chico que corrió durante 9 horas. Luego llegó alguien que corrió 10 horas con 15 minutos; luego otro que corrió 10 con 35 y, según los más asiduos, el record final lo obtuvo un integrante de un equipo de running que hizo la proeza durante 12 horas seguidas.
También hubo corredores fantasmas, “de esos que vienen a correr 4 ó 5 vueltas y después desaparecen. Nunca más los viste” -cuenta Diego.
FAMOSOS Y JUBILADOS
Quien llegó con las zapatillas puestas fue Edwin Valdebenito, famoso por irse trotando de su casa a la pega por la Panamericana todos los días, trayecto en el que demora 40 minutos. La corredora más anciana fue María Inés Araya, una profesora jubilada de 80 años que vino desde Talca exclusivamente a dar su vuelta.
Otro abuelo con zapatillas llegó un domingo de intensa lluvia. Era un jubilado de 75 años que alcanzó a dar 2 vueltas. Muchos ancianos llegaron a trotar y decían que iban a dar una sola vuelta por su edad, pero después en la mesa los veían pasar y pasar y pasar. La más pequeña fue una niña de 3 años que corrió 9 minutos junto a su papá.
Un día llegaron dos jóvenes prendidos. Querían correr. Esperaron al que estaba dando la vuelta y agarraron la bandera y salieron por Agustinas de largo hacia el oriente. Tuvieron que salir persiguiéndolos y los pillaron en Bandera. No tenían idea de la ruta.
También llegaron la actriz Francisca Lewin; el humorista Paúl Vásquez; el presidente del Colegio de Profesores, Jaime Gajardo, el periodista Ignacio Franzani y el senador Alejandro Navarro.
Un record aparte eran los perros vagabundos del centro. Muchos seguían a los trotadores y se cuenta que uno de los callejeros trotó siete horas sin parar siguiendo a distintos muchachos que tomaron la bandera.
Muchos oficinistas se matricularon y llegaron de corbata y terno a dar unas vueltas. Uno de ellos es Sergio, quien pasaba todos los días en auto. Tiene un hijo estudiando, “endeudándose”-nos aclara. Igual que Jorge, quien trabaja en una oficina y apoyó en los turnos de las 7 de la mañana. Es que vive cerca, en el edificio que resultó afectado por la protesta del 9 de agosto.
Como ellos, corrieron dueñas de casa, jubilados, oficinistas, gente de paso que andaba por Santiago y hasta un ciego, quien hizo el circuito junto a otro corredor. “La mayor cantidad de corredores eran ciudadanos comunes y corrientes” -cuenta José, estudiante de Ingeniería que apoyó algunas madrugadas.
Una madrugada de lluvia y sin esperanzas de relevo, los corredores vieron llegar a un taxista, que los vio, les preguntó en qué estaban, estacionó el auto, cogió la bandera y se puso a correr durante un par de horas.
SE LLEVAN LA BANDERA
Más de alguna vez los que estaban en la base tuvieron que partir corriendo tras un corredor que no les entendió el circuito. “¡Conche su madre! se llevan la bandera” -gritaban.
Pasaba mucho los fines de semana, una de cuyas noches llegaron tres amigos como a las 4 de la madrugada. Venían de un carrete y algo pasados. Les explicaron el circuito y partieron. En una de las vueltas uno de los trotadores que era muy gordo empieza a sacarse la ropa gritando ‘yo apoyo la educación’. En un par de vueltas quedó en puros calzoncillos.
Para los carabineros de La Moneda fue una fiesta ver al guatón en pelotas corriendo. Si hasta recogían sus prendas y se las dejaban en la base. Los amigos del gordo pararon de cansancio y el personaje siguió. Lo ven pasar por Morandé y siguió corriendo, ellos ya querían irse y lo esperaron. Pasó el tiempo y no aparecía. Lo fueron a buscar en los alrededores. Tampoco apareció. Fueron a la Casa Central y menos estaba allá.
Los amigos se fueron y no apareció. Al otro día el gordo volvió a la base contando que lo habían llevado los pacos y estuvo toda la noche preso. Ahora volvía por su ropa.
PIZZAS DE MADRUGADA
Los chicos corriendo de a poco se ganaron la confianza y el apoyo de los trabajadores del centro. La gente les regalaba frutas, bebidas energéticas, galletas, yogurt o agua. Muchos oficinistas llegaban sólo a dejarles alguna cosa para apoyarlos. Carlos calcula que en algunos días llegaron más de cien personas a dejar aportes. El dinero que recibían era para cargar el celular y comprar alimentos.
Una vez a los corredores de madrugada les llegó una pizza a las 3 de la mañana que alguien les pasó a dejar. Otro día un camión repartidor de agua pasó, se detuvo y uno de los peonetas les dejó un bidón de agua. “Sigan luchando, cabros” -les dijo.
También llamaron la atención de los turistas que cada mañana llegaban a tomar fotos al palacio de gobierno famoso en el mundo por haber sido bombardeado. Incluso algunas familias de paso en Santiago incluían a los estudiantes en sus fotos junto a ellos como un recuerdo de estos días en la ciudad.
Una de esas mañanas unos turistas brasileños que visitaban la Plaza de la Constitución se les acercaron. No podían comprender que la educación no fuese gratuita. Se extrañaban porque estábamos pidiendo algo tan básico.
Tampoco faltó quien pasara y les gritara a la mesa o los corredores “váyanse a estudiar” o “están puro hueveando”. Una vez escucharon que una señora les gritó: “esto no hubiese pasado con mi general. Ojalá que vuelva pronto”.
“El apoyo fue grande, pero no faltó un mínimo porcentaje de rechazo” -relata Carlos.
El grito que hizo fama se escuchó cuando un corredor novato híper estimulado partió como si se tratase de una carrera de velocidad. La chica que estaba en la mesa se paró y le gritó en medio de la plaza “¡lentito para que dure!”.
LAS NOCHES Y SUS TURNOS
Los turnos más complicados de hacer fueron las noches de fin de semana. Pese a que había momentos en que sólo estaba alguien a cargo de la mesa y otro trotando, teniendo que turnarse entre ellos hasta que alguien llegara a levantar el turno, la bandera jamás dejó de rodear la Moneda. Una noche muy fría un par de ellos fueron levantándose en cada vuelta durante 4 horas.
Una de las noches en que los visitamos pasó por allí Ricardo, quien estudia Ingeniería en el Duoc y vive en Lo Espejo. Eran las dos y cuarto de la madrugada y nos cuenta que “después del carrete me dieron ganas de correr y aquí estoy”. Su trote duró hasta pasadas las tres.
Los más asiduos comentan que la noche era el mejor momento para correr. El smog de la ciudad está bajo, las calles vacías y pocos autos circulan. Los únicos espectadores de esa hora son la decena de policías franqueados en torno a La Moneda.
Las noches de lluvia era cuando llamaban más personas para apuntarse en el listado. “En las noches no llueve tan fuerte como el día. Tuvimos suerte en eso” -cuenta Diego.
La hora más difícil era entre las 7 y las 9 de la mañana. El ánimo decae, comienzan a pasar los autos, es la hora más fría del día. La ciudad amanece. “Vas corriendo y comienzan a aparecer los autos que horas después coparán el centro de Santiago. El frío hace muy pesado el ambiente y el smog se hace sentir a esa hora” -cuenta José.
Carlos confiesa que “con el cansancio, con el sueño, con el frío lo único que uno quiere es ir a la cama a acostarse”. Además como a partir de las 9 de la mañana el tránsito es más fluido, los cansados corredores debían estar más alertas que hace un par de horas.
Jacqueline recuerda que hubo días en que “llegábamos de madrugada y estaban allí corriendo. A veces estaban enfermos, venían saliendo de una bronquitis y aparecían acá”.
Mientras el Gobierno se hacía el leso, se sucedían los ministros de Educación, citaban a nuevas reuniones a los dirigentes de la Confech, se entregaban propuestas; éstas eran rechazadas, ellos seguían corriendo.
Con los meses se pedía que carreras, universidades o grupos que querían participar se hicieran cargo de un turno completo. Así en el cuaderno de registro aparece una noche del lunes Nutrición y Dietética a cargo de que la bandera no pare; al otro día es el turno de Ingeniería y al otro le toca a un grupo scout, a quienes relevarán los de Medicina y estos son relevados 24 horas después por la familia Aránguiz que también se apuntó para participar.
Carlos recomendaba a quienes llegaban “venir con el estómago liviano, consumir líquido para no deshidratarse, calentar previamente para evitar algún desgarro o calambre y hartas ganas”.
Al momento de llegar los novatos se les hacía un tutorial en el que se les indicaba que quien pasara y se interesara debía anotarse, cambiar el marcador cada una hora o consejos para estirarse. Una familia de primos llegó a quedarse en una de las noches. Al otro día fueron relevados por los jóvenes de una parroquia.
LACRIMÓGENAS Y UN POLICÍA TROTANDO
La relación con la policía pasó en estos casi tres meses trotando de una primera distancia a una escondida relación. De día pasaba piola, pero de noche uno que otro carabinero de esos que se aburren de custodiar toda la noche un palacio de gobierno vacío, les decían a los corredores al momento de pasar “vamos que se puede”.
Una de esas noches se les acercó un grupo de carabineros. Los que estaban en la base se asustaron, pero los policías les dijeron que se quedaran tranquilos. Les traían agua caliente y querían felicitarlos por la iniciativa. “Nos ha tocado de todo un poco” -dice José.
Los días complicados fueron los de protesta. En aquellas jornadas la policía cerraba Teatinos y Morandé y los chicos tenían que hacer un trayecto en forma de herradura. Lo peor eran los gases lacrimógenos, que sorteaban su efecto con una bufanda.
Diego cuenta que uno de esos días se llevaron a tres compañeras detenidas en la esquina de Morandé con Alameda, ya que mientras trotaban empezaron a gritar consignas contra Piñera. Otro tipo vestido de astronauta le quiso sacar el gorro a un paco. También se fue preso.
Un día a las 8 de la mañana llegó un tipo con un buzo de carabineros. Se inscribió, cogió la bandera negra y comenzó a trotar. Dio un par de vueltas y fue asaltado por un piquete de fuerzas especiales que lo detuvo, le exigieron su identificación y le dijeron que era una falta muy grave a la institución. Alcanzó a dar 3 vueltas antes de irse detenido.
LA DESPEDIDA
El sábado que pasó se cumplieron las 1.800 horas. Para que el cierre fuese en grande se organizó una tocata en el Parque Almagro. La hora era a las dos y media de la tarde. Horas antes carabineros cerró las calles Teatinos y Morandé, por lo que los corredores tuvieron que dar sus vueltas finales más largas.
El ritual final fue pasar la bandera de mano en mano a través de una fila humana. Carlos hace ver que “esta protesta fue para concientizar a la gente que nos vio a diario. Ahora esta protesta es social, es ciudadana y va más allá del movimiento estudiantil”.
A la celebración final se invitó a todos los que estuvieron corriendo y apoyando. Allí estaba Carlos, Diego, José y miles de más. También estaba María Teresa, quien corrió luego de que un día su hija llegara a casa diciéndole “mamá te inscribí para una corrida”. María Teresa fue y dio cinco vueltas.
Bruno, estudiante de psicología de la UDP que también llegó a correr, pensó al principio que 1.800 horas era demasiado. “Creí que los tres meses que íbamos a estar corriendo era mucho y que se iba a destrabar el conflicto e íbamos a seguir corriendo. Pero terminamos de correr y el Gobierno no ha cedido” -sostiene. A Jacqueline, la dueña del quiosco, le da “rabia que el Gobierno no se de cuenta del valor de la demanda, que es justa”.
Otro que llegó a celebrar es Marcel Claude, economista que calculó que 1.800 millones de dólares financiarían de manera adecuada un año de educación superior, cifra que dio el número a la protesta. Marcel confiesa que “me siento halagado que ese dato lo usaran para construir este hecho histórico y novedoso. Nunca ha habido una manifestación de este tipo en Chile, se parece cuando en la guerra de Vietnam una multitud de jóvenes rodeo el Pentágono y lo quisieron sacar de sus cimientos”.
Luego agrega que “el cálculo es hecho a partir de que se necesita un 1,5% del PIB para financiar la educación superior. Se supone que el estándar de los países desarrollados es ese. Un dato no más, a partir de eso calculé los 1.800 millones de dólares”.
Elías Bascur, esposo de Jacqueline, es el más abrazado por los muchachos. “Voy a echarlos de menos, me encariñé con muchos. Estoy muy contento con lo que hicieron. En el momento más frío del año se les ocurrió hacer una protesta de ese tipo y le echaron para delante, no más” -nos relata.
Ese mismo día, María Inés, la corredora más anciana, cumplió 81 años. Pero a partir de esa noche en Agustinas no se sentirá cada cierto tanto el “vamos chiquillos ¡vamos! ¡Vamos!”con que los que estaban en la base apoyaban a los corredores cada vez que pasaban.
Fueron 75 días corriendo y más de 4 mil los corredores. El eco de sus apresurados pasos ya no retumbarán en los fríos muros del palacio de Gobierno. Para Jacqueline “la calle Agustinas quedó triste”.
Por Mauricio Becerra R.
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