Ex guerrillero FARC: «Hay dinámicas que no van a cambiar de la noche a la mañana»

El ex combatiente reflexionó sobre las dificultades para desmovilizar al paramilitarismo y a sus intereses oligárquicos, y el desafío que enfrentan los ex miembros de la guerrilla al entrar en política y normalizar su vida en la sociedad colombiana.

Ex guerrillero FARC: «Hay dinámicas que no van a cambiar de la noche a la mañana»

Autor: Meritxell Freixas

La jornada de este lunes 26 de septiembre quedará escrita para siempre en los libros de historia como el gran día de la paz en Colombia. Tras 52 años del conflicto armado que cobró la vida de al menos 260.000 personas y más de cuatro años de negociaciones en Noruega y Cuba, finalmente el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos y las FARC-EP firmaron el Acuerdo Final de paz.

Aunque la firma constituya un hecho histórico, la lucha está lejos de haber terminado y queda un largo camino para consolidar la paz en el país. La dejación de armas por parte de los guerrilleros, el plebiscito, la amnistía general y la creación de la jurisdicción especial para la paz son las próximas etapas del proceso.

Para conversar sobre los desafíos de este enorme hito histórico, El Ciudadano conversó con el sociólogo y ex guerrillero, Jairo Cuarán, quien pasó 11 años de su vida dentro de la guerrilla.

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¿Cuáles son los retos que enfrentan ambas partes en la etapa de postconflicto que recién se inauguró?

El tema principal pasa por la reinserción plena de los guerrilleros. Hay personas que llevan muchos años en la guerrilla combatiendo y que han hecho de la guerra, su forma de vida. No saben hacer ninguna otra cosa a parte de combatir y eso tiene además un agravante: son personas que incluso han perdido sus habilidades sociales de relación con la población como tal.

Eso implica que si estas personas llegan a los centros urbanos, necesitan un tiempo de adaptación, de manejo de los códigos de la ‘civilización’. Los tiempos no son menores en este campo y una fase de reingreso a la sociedad no es, en ningún caso, menor a un año. Habrá gente que quizás no esté dispuesta a someterse a este proceso y preferirá volverse a un dispositivo de guerra de los que aún quedan, dedicarse a la delincuencia común o al tráfico de drogas. Eso va a incrementar los problemas de seguridad ciudadana.

Por otro lado, está el riesgo que corren los excombatiente cuando vuelvan porque está demostrado que los dispositivos del Estado han fallado históricamente en la protección a los excombatientes y eso explica que tal vez no todos estén dispuestos a tolerar la persecución, el exilio o la muerte de sus compañeros. A pesar de que eso está estipulado en los acuerdos, no se puede obviar lo ocurrido en los procesos anteriores, que ha sido la muerte de los guerrilleros y los principales cuadros del movimiento armado. Hay muchas cosas que detallar, puntualizar y pulir. Ahora mismo estamos en el primer paso de la obra gruesa de construcción del postconflicto.

Precisamente, tal y como usted recuerda, la experiencia que se vivió en el país durante el proceso de conversión del M-19 a la Alianza Democrática, que se saldó con la muerte de más de 3.000 exguerrilleros, constituye hoy uno de los temores principales de los guerrilleros en relación a su seguridad. ¿Qué tantas posibilidades hay de que en esta ocasión los paramilitares se desmovilicen y se dé garantía de seguridad a los ex miembros de las FARC?

Es improbable pensar que el paramilitarismo, en un acto de buena fe y de buena crianza, y la oligarquía que lo encabeza, con presencia política en el Senado y en la Cámara, renuncie de buenas a primeras a lo que ha conquistado por las armas en contra del movimiento social y popular. Hay un compromiso del Estado de desarticular a las bandas paramilitares, pero esto aún está por verse porque el paramilitarismo en Colombia y las prácticas del terrorismo de Estado hacen parte de una opción que el establishment construyó usando para ello sus mismas fuerzas militares.

Los ideólogos de la ultraderecha paramilitar hoy ostentan cargos públicos, encabezan organizaciones de ganaderos, de terratenientes, de latifundistas y así es improbable pensar que estas personas, en un acto de compromiso con la familia colombiana, opten por dejar de hacer lo que es su costumbre. De ahí el temor de los desmovilizados. Es improbable pensar de que no van a haber muertos después de que cuando se decretó la tregua unilateral de las FARC y la tregua bilateral -que ordenaron Timoleón Jiménez y Juan Manuel Santos, como comandantes en jefe de las fuerzas en conflicto- hubieron más de 50 – 70 muertos de líderes de los movimientos sociales como el Movimiento Marcha Patriótica, de las comunidades donde se asentarán los puntos transitorios de desmovilización para el desarme guerrillero, etc.

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También las fuerzas insurgentes han incurrido en un fenómeno que ya es público, que es lo que ellos llaman un delito conexo y que es el tráfico de estupefacientes. Por las dinámicas que se producen alrededor de este fenómeno, probablemente habrá venganzas, y morirá gente. Ahí ya no será un problema de conflicto armado, sino de seguridad pública, de seguridad ciudadana. El Estado tiene la oportunidad de afianzarse y de desmontar de una vez por todas y para siempre la doctrina de la guerra de intensidad y del enemigo interno que ellos mismos auspiciaron y que establishment apoyado por la política imperialista de Estados Unidos y de la burguesía nacional ha hecho al interior del país. Sería un buen inicio pensar que en este nuevo marco tienen predisposición para cumplir lo firmado respecto al paramilitarismo.

¿Confía en que este acuerdo supone el fin de la violencia contra campesinos, indígenas y movimientos sociales y que mejorará las condiciones sociales?

La violencia no cesará de buenas a primeras. Hay un acto formal del término de hostilidades entre la guerrilla y las fuerzas oficiales, pero es indiscutible que el Gobierno sigue propiciando violencia policial en contra del movimiento social a través de los escuadrones antidisturbios. Es indiscutible que han habido muchos asesinatos selectivos de movimientos como Marcha Patriótica, militantes del Partido Comunista, defensores de Derechos Humanos, periodistas, etc. Creo que en eso no hay que equivocarse: hay unas dinámicas sociales que no van a cambiar de la noche a la mañana y que de pronto sólo la movilización social y la consolidación de la ciudadanía en formas activas del ejercicio democrático logrará mejoras en este ámbito.

Y por la parte de las FARC, ve factible el proceso de dejación tal y como está planteado en los acuerdos? ¿Será un abandono real de las armas?

A las FARC hay que abonarles que históricamente es la única guerrilla en Colombia que ha tenido unidad y control de mando. Ha consolidado eso por la vía política y cuando ha tenido que hacerlo por la vía militar, también lo ha hecho. Como en el caso de las otras organizaciones comunistas, las FARC decidieron en un evento nacional que van a sumarse al proceso de dejación de armas ante la ONU y es inviable pensar que no lo van a hacer o, por lo menos, que no lo va a hacer un porcentaje mayoritario.

El gran asunto viene después porque las FARC son un ejército que no se ha dado el tiempo de formarse política e ideológicamente, sino que se ha dedicado a operar como una institución total. Por eso, no es fácil pensar que de buenas a primeras van a entrar a la actividad política con todos los pormenores que implica la naturaleza misma del fenómeno político en la sociedad.

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Sin embargo, en este campo es bastante halagueño decir que las FARC tienen los elementos orgánicos para comprometerse a una dejación plena de armas, a pesar de que algunos sectores no lo harán porque saben que está en entredicho la continuidad de su modus vivendi.

¿Cuáles son los retos y desafíos para la guerrilla en el hecho de convertirse en movimiento político, que parece que tras la X Conferencia del grupo se decidió que sería Movimiento Bolivariano por una Nueva Colombia?

El primer desafío que tienen es pensar en la reconstrucción de su imagen y en actuar verdadera y certeramente en política. Está por ver saber cuántos van a asumir la verdad frente el país de los sucesos ocurridos en el marco del conflicto. Hay una carga simbólica e histórica muy compleja de manejar de la verdad entorno al proceso de violaciones contra la población civil en el marco de la guerraNo creo que en las FARC esto sea borrón y cuenta nueva, perdón y olvido, como en otros casos de guerrillas que fueron derrotadas anteriormente por el Estado.

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En el caso de las FARC, esto no será tan fácil porque la degradación en el desarrollo de la guerra en que la guerrilla incurrió lesionó de manera transversal el tejido social. Y al lesionarlo de esa manera, en el discurso de las personas hay diferenciaciones, por ejemplo, gente de 50 o 60 años que se refiere a las FARC como insurgentes, rebeldes o revolucionarios; pero de los 40 años hacia abajo, la gente no sabe si son bandidos o son delincuentes.  Y la gente aún más joven, que es un caudal importante de los que entrarán a confrontar y debatir con las FARC en el terreno de la política, es gente que derechamente ha crecido con el lenguaje de los medios de comunicación, escuchando al expresidente Uribe y su séquito del Centro Democrático diciendo que no hay un conflicto interno, sino que es una amenaza terrorista, etc. En este caso, por ejemplo, las FARC van a tener un desafío mayor para reconstruir su imagen política, posicionar su accionar y discurso, y distanciarlo de su responsabilidad histórica.

Un punto muy destacado del acto de la firma del Acuerdo Final fue cuando Timochenko pidió perdón a las víctimas del conflicto. ¿Qué significado puede tener para las FARC esa disculpa pública?

El perdón es una cosa más individual. No hay que confundir. Es necesario construir, con los diversos actores sociales, nuevas formas que lleven a una auténtica noción de reconciliación política y de cultura de paz. Eso necesariamente implica repensar la sociedad en todas sus formas: en lo económico, político, educativo, respecto a la salud, a cómo se construye la ley, etc. En este campo hay muchas esperanzas, pero de todas maneras no van a cesar los encontrones porque hay una pseudocultura de la violencia en Colombia, que incluso hace que los mismos intelectuales y académicos se nominen a sí mismos violentólogos. No va a ser sencillo transformar todo un fenómeno cultural.

Sobre el plebiscito del próximo 2 de octubre, las encuestas dan una victoria al ‘Sí’. Sin embargo hay un porcentaje de 12 puntos de indecisos y los márgenes entre el Sí-No alcanzan, en algunos sondeos, apenas 4 puntos porcentuales. ¿Con estas cifras, cuál es el riesgo real de caer en una división social creada por el conflicto y que se instale en esta etapa de posconflicto?

A pesar de las encuestas, la gente no sabe cómo es un país en paz. La generación de los 40 hacia abajo no lo sabemos. Ahí está el gran asunto. ¿Queremos seguir estando en un país que no da posibilidades para nadie, donde al que es disidente, al que piensa diferente, al que tiene una visión de género distinta se lo masacra, se lo tortura, se lo exilia; o queremos apostar por un país que empiece a reconstruir su historia? Yo creo que la gente quiere eso último. Sobretodo porque la mayoría nacional en Colombia es la que ve a sus hijos que retornan de los campos de batalla mutilados o que han sido desaparecidos. En ese aspecto es la opción. Quien está dispuesto a dar el ‘Sí’ es el que está dispuesto a jugársela por tener patria, como diría el poeta Carlos Casto Saavedra.

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Las encuestas no son necesariamente coincidentes con lo que va a suceder. Creo que la gente que está empezando a saber cómo es un país sin hostilidades todos los días. Entre tener un nivel de homicidios por debajo del 5% a tenerlo en un 78%, la consciencia dice que no hay dónde perderse. Es inevitable y ojalá sea por un margen amplio que la gente salga y se pronuncie por un nuevo y mejor país.

Colombia históricamente ha estado dividida no sólo por la distribución de la riqueza sino también por las opciones y visiones sobre cómo construir el país. Eso no es nuevo. Lo que es nuevo es renunciar a mezclar la política con las armas, y ya que la guerrilla más antigua y grande del mundo ha dado el paso, lo ideal es que la olgarquía ahora también lo dé.

¿Cómo avanzar hacia la paz definitiva también con los otros grupos insurgentes? ¿Hay opciones de que el Ejército de Liberación Nacional (ELN) imite los pasos de las FARC?

Pensar en la paz definitiva en un país que viene de un conflicto de medio siglo es pensar en la utopía de Tomás Moro. Hay que dejar correr lo que va a suceder cuando se implementen los acuerdos, será relevante el rol de la comunidad internacional verificando el cumplimiento de los compromisos pactados por los actores, etc. Y dependerá de eso que las otras fuerzas se vayan sumando. Supongo que las guerrillas estarán expectantes por ver cómo se apliquen los marcos de justicia transicional. Eso va a llevar a que la gente que antes era reacia a reconstruir el país, a renunciar a la mezcla de las armas con la política, vaya regresando.

Históricamente el ELN ha sido más partido que guerrilla, por lo tanto incluso podría ser más fácil pensar en que,  si el Estado le cumple a la insurgencia los acuerdos, pequeñas unidades que hay del ELN y del Ejército Popular de Liberación (EPL) ingresen a la legalidad y se pueda establecer los parámetros de reconstrucción del país .

 

Meritxell Freixas

@MeritxellFr


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