Impresiones de una tarde lluviosa en la toma del Liceo Amunátegui de Santiago

  Una tarde lluviosa en Santiago

Impresiones de una tarde lluviosa en la toma del Liceo Amunátegui de Santiago

Autor: Cristobal Cornejo

 

Una tarde lluviosa en Santiago. Cientos de colegios y universidades paralizadas o en toma a lo largo de Chile. Adentro de ellos, se combate el frío, el hambre y la humedad con los métodos que estén al alcance de la imaginación. Más allá de la comida y el abrigo está el calor de los compañeros que se unen en la lucha por un presente y un futuro que asegure que nadie que no tenga dinero se vea excluido de educarse, por ende, de crecer y liberarse, al menos relativamente.

En Santiago centro, el Liceo Amunátegui, ubicado en el tradicional Barrio Yungay. Una actividad cultural que calienta motores para el paro nacional del último jueves de junio, un mes que ha tenido a cientos de miles de personas en las calles –estudiantes y trabajadores- manifestándose contra la deslegitimada educación privatizada. La gente ha tomado en sus manos la responsabilidad, ahora exigen el turno del Estado, aunque muchos van más allá en su crítica.

Ocupado hace varias semanas, el Liceo congrega esta tarde a varias decenas de jóvenes que, desafiando la lluvia y el frío reinantes, se reúnen en torno a manifestaciones musicales que amenizan la cuenta regresiva para la que se prevé como una histórica jornada de movilizaciones.

Una banda que mezcla ska, punk y ritmos latinos es la excusa para un sorprendente despliegue de energía adolescente. Sorprende el nivel de producción de la tocata, la que –aunque disminuida cuantitativamente por la lluvia- se yergue orgullosa y significativa en el viejo dicho “somos poco, pero locos… alegres y combativos”.

Una fogata improvisada y necesaria, hoy más que nunca, seca ropas humedecidas, reúne cuerpos lozanos y los proyecta en sombras que evocan casi al hombre en su caverna, ese que sabe cuál es su presa y dónde encontrarla, que se apoya en la manada y coopera, tal como funcionan las cosas aquí, sin jerarquías, en constante entropía y sinergia. Y con rocanrol de fondo.

“No se golpeen entre ustedes –le dice el vocalista del combo rock al círculo que tiene al frente. Guardemos eso pa’ otros”, continúa, y algunos parecen entender que no se trata de una critica a su expresión de júbilo corporal, sino que nunca se debe perder de vista el punto exacto en donde pegarle a la bola.

“Aquí estamos haciendo vida, construyendo futuro”, dice el percusionista cuando se toma el micrófono y los jóvenes responden con un grito por el Liceo, apenas la música deja un minuto de silencio entre canción y canción.

En otra esquina, “Porfia2hechos” presenta una pequeña producción audiovisual realizada por estos días, donde se muestra un recorrido por cuatro colegios tomados de Santiago. En él se muestran las marchas, la cotidianeidad de las ocupaciones de establecimientos que parecen cárceles, y los propios actores y actrices explican sus demandas, así como sus deseos para el presente y futuro.

Entremedio, alguien pasa a llevar el enchufe y todo a negro. Con la luz de un tubo fluorescente y el fuego venido de hojas de cuadernos y leña espontánea, logran revivir el proyector. Nadie se queja, no hay pifias, porque todos saben que esto (y cosas peores… como cuando llegan los pacos) pueden pasar en una toma.

Mi compañero me deja. Minutos después, mientras tomo nota de algunas ideas, una chica se acerca y me dice “¡¿Qué onda?!”. Ya intuyo las razones de su interrogante, no me he presentado, he actuado como observador participante, y el estado de alerta es regla en estas situaciones.

Le comento de lo mojado de mis pies, dilatando el instante de peligro. “¡¿Qué onda tú, po’?!”, insiste, a la vez que llega un joven de lentes y gorro e indaga: “¿De dónde soi?”.

No estiro más las dudas y me presento, aclarando quién soy y de dónde vengo, que he venido a partir de una invitación personal, que soy de un medio de comunicación, que si lo conocen, que si hay problemas….

No los hay, aunque me quedo con la sensación que se alejan caminando no muy convencidos.

Mientras un profesor de música llamado Manolo se suma a las actividades con su guitarra y sus canciones, me acerco a la fogata y busco secar mis pies. La lluvia ha regresado. El frío se intensifica. La recepción es menos desconfiada que hace un momento, aunque debo responder las mismas dudas. ‘Es que aquí no pasa ná’ con los sapos’, escucho. Ya lo sé, no me imaginaba lo contrario. Aquí está claro quien lleva la batuta.

Entre comentarios ridiculizantes sobre las vacaciones adelantadas, pronósticos para el paro del jueves, bocanadas de humo y una confraternidad que se expresa a nivel material e inmaterial, soy vencido por el frío de los pies al avanzar el anochecer. Me retiro rápido y silencioso, como el humo que sale por sus risueñas bocas escolares.

Una noche de camaradería queda por delante y la jornada se alargaría hasta las 12 de la noche. Al día siguiente, el 30 de junio, las calles esperaban por una protesta multitudinaria que se debía alimentar. La jornada tendría que ser histórica.

Por Cristóbal Cornejo

Fotografías: Mauricio Díaz Buccioni

El Ciudadano


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