Se organizaron y ocuparon casas abandonadas en el centro de Santiago. Entre los edificios nuevos y las construcciones, levantaron oasis temporales. Hoy viven en comunidad, proyectando sus futuras viviendas. Defenderán a muerte los terrenos de la especulación inmobiliaria, porque la vivienda es un derecho humano, dicen.
El terremoto también dejó destrucciones a medias. Muchos arrendatarios vieron cómo los propietarios de sus casas recibían ayuda para reconstruir, pero ellos las utilizaban en sus otras propiedades. Es lo que le pasó a Claudia Pacheco: “Vivimos más de un año en una casa en la que todos los días recogíamos escombros cuando llegábamos en la tarde”.
Ella y cientos de vecinos del Barrio Matadero-Franklin, de Santiago Centro, se organizaron al alero del Movimiento de Pobladores en Lucha (MPL) y aunque el Ministerio de Vivienda (Minvu) les aseguró que no existían, buscaron propiedades abandonadas en el centro, hasta que las encontraron.
Prepararon la ocupación y el 4 de mayo de 2011 declararon “inmueble recuperado por la autogestión” (IRA) una vieja casa ubicada en Santa Rosa 1165, antiguo lugar de acogida de religiosas, a la que llamaron “Casona Esperanza”.
Hoy viven siete familias y los 13 niños que hay, recorren de punta a punta una casona que parece transplantada de inicios del siglo XX. Sin embargo, sus condiciones son mejores que en los cités de la época, los que no son muy distintos a los de hoy.
“Yo pagaba 120 mil -pesos mensuales- por una casa sin luz ni patio”, cuenta Claudia Pacheco, hoy convertida en una de las dirigentas de Esperanza. Confiesa, eso sí, que la decisión no fue fácil: “Nos costó atrevernos, porque no sabíamos si nos iban a desalojar al tiro”, agrega.
Los dueños de la casa -el Arzobispado de Santiago– visitaron la ocupación y los tranquilizaron diciéndoles que “la Iglesia no desaloja familias”. Los padres Alfonso Baeza y Rodrigo Tupper se entusiasmaron con el nivel de organización y ahora forman parte de la mesa que tramita la entrega de los terrenos.
“Cuando llegamos pusimos 25 lucas para arreglar la luz, el agua, poner puertas, estucar. Ahora pagamos 10 mil, porque la idea es ahorrar para el subsidio”, explica la joven de 29 años, quien trabaja como vendedora independiente.
Siguen haciendo turnos de ayuda cooperativa para las labores de la casa, que son muchas, incluida una huerta. Están terminando la “escuelita” para los niños -una casa club como las de antaño- donde reciben la visita de estudiantes universitarias que les hacen reforzamiento. Otras jóvenes imparten un taller de danza y de danza afro.
EQUIPO SOÑADO
Dos más son los lugares recuperados en el Centro de Santiago por los pobladores: “Protectora de la Infancia” (en Santa Rosa con Santa Isabel) y “Bogotá Popular” (Lira 1652).
“Al principio averiguamos cuáles eran inmuebles fiscales, porque a la larga nos pertenecen a todos. Nosotros pensamos el derecho al suelo urbano no como una mercancía”, explica Héctor Rodríguez, dirigente de “Protectora”.
Esta casona estuvo abandonada por cinco años, en los que las cañerías, el cableado y las puertas fueron robados. “Bogotá”, en tanto, es un terreno más pequeño, donde recién se están instalando familias.
Entre edificios, “Protectora” es un verdadero oasis, con árboles frutales, sombra y grandes salones interiores. En el patio juegan los cinco niños con el perro Kropotkin -un quilterri con cara de pitbull-.
Viven ocho familias repartidas en diez piezas, que comparten un baño mientras se habilita otro. “Esta es una propiedad colectiva, no somos dueños, somos ocupantes-usuarios”, aclara el dirigente.
Hicieron arreglos en conjunto, a través de talleres de oficio, que van de casa en casa. “Yo le enseño a todos, todos cooperan. Así, cuando funciona un arreglo, la alegría es de todos”, dice don Héctor, quien se define como “maestro chasquilla”.
DE AQUÍ PARA SIEMPRE
Los proyectos de vivienda en “Esperanza” y “Protectora” son para 29 y 30 familias, respectivamente. Según Rodríguez, para fines de este año deberían tener el terreno asegurado, el 2012 presentar el proyecto y obtener los recursos, y construir el año 2013, de mano de los mecanismos de autogestión que tiene el MPL.
“Las soluciones de la vivienda social son muy lentas, dependen de una voluntad política que no viene de ningún Gobierno de turno, sino que debemos conseguirlo con autogestión, movilización. Así hemos logrado que Bienes Nacionales, Serviu y el Arzobispado estén en una mesa viendo cómo resuelven el asunto”, afirma don Héctor.
Más allá de la importancia de la vivienda, lo que más rescatan los ocupantes es la experiencia de otra forma de vida. “Esta es una vida nueva, una vida que no conocíamos; es una apuesta a un cambio, donde todos aprendemos”, dice el dirigente.
“Yo nunca había vivido en comunidad, y he aprendido harto”, dice Claudia, con los ojos brillantes de dirigenta hecha en la práctica, quien incluso viajó este año a Venezuela al encuentro de la Secretaría Latinoamericana de Vivienda Popular, del que el MPL-IRA es miembro. “Uno esta súper cerrada, no quiere prestar nada a nadie. Un niño se puede tomar un yogur y no le da al del lado. Fue difícil, pero todos los domingos hacemos reuniones donde conversamos los problemas en la cara. Es que vamos a vivir juntos toda la vida”, dice convencida. “Acá nos sentimos libres, esa es la sensación que tenemos”, concluye, mientras los niños ordenan la “escuelita” y se preparan para una foto.
Por Cristóbal Cornejo González
Fotos de Andrea Ramírez
El Ciudadano Nº115, primera quincena diciembre 2011
Actualización: Bienes Nacionales amenaza con desalojar Inmuebles Recuperados por Autogestión en centro de Santiago