La crisis del bosque nativo y la esperanza en su recuperación

Un informe concluye que las hectáreas de bosque nativo disminuyen por la sustitución de plantaciones de pino insigne y eucaliptus. En Tirúa, en tanto, comuna asolada por el modelo forestal, una experiencia comunitaria de reforestación con bosque nativo relumbra como tenue esperanza.

La crisis del bosque nativo y la esperanza en su recuperación

Autor: Absalón Opazo

Como 2 países distintos. El Informe País sobre el Estado del Medio Ambiente, editado en abril de 2016 por el Centro de Análisis de Políticas Públicas, dependiente del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, evidenciaba lo que varias investigaciones, en los últimos años, habían adelantado: el bosque nativo chileno presenta menguas importantes en la superficie que ocupa. Si en 1997 el Catastro de Recursos Vegetacionales Nativos fijaba su presencia en 13,4 millones de hectáreas, entre 1990 y 2010, se perdieron 313.921 hectáreas. En sentido contrario, para CONAF la cifra de bosque nativo ha ido en aumento, registrando 14,3 millones hás. el año pasado.

No obstante, otras mediciones son coincidentes y alarmantes. Por ejemplo, que la disminución del nativo se debe al reemplazo por “matorrales y praderas, sustitución por plantaciones forestales y habilitación agropecuaria”, siendo las regiones de La Araucanía y Los Lagos las más dañadas. Los incendios forestales, causados mayormente por el humano, son otra causa. En los últimos años, la ocurrencia de siniestros y la superficie quemada se disparó a cifras inusuales llegando, entre 2010-2015, a 15.278 hectáreas arrasadas al año. La mega sequía, en la zona centro sur, en dicho período, aparece como un factor. Lo anterior lleva a considerar el impacto del proceso de cambio climático en Chile, y la ausencia de políticas estatales consistentes para encararlo, cuestión que el Informe también comenta. Y eso que, por razones de tiempo, no se consideraron las consecuencias de los grandes incendios de enero pasado, donde también ardió bosque nativo.

En Temuco, Rubén Carrillo, biólogo de la Universidad de la Frontera (UFRO), confirma lo señalado en el Informe. “Lo que más ha aumentado son las plantaciones de pino y eucaliptus. No el bosque nativo”, declara. El año pasado, junto a algunos colegas, llamó la atención de gobierno y parlamentarios sobre la  grave situación del araucaria araucana o pewen, quizás un caso extremo pero ejemplificador de lo que está en juego.

“En un bosque hay especies herbáceas, arbustivas, arbóreas, de distintos tamaños; hay lianas, trepadoras, plantas parásitas, epítifas; hay una rica actividad microbiológica desde el suelo. Hay fauna, y una serie de interacciones. Siempre asociados a los ecosistemas vegetales naturales están los manantiales, que impactan en el resguardo de la humedad”, señala. “Las plantaciones son ecosistemas simplificados y elaborados por el hombre. Esto es lo que las empresas forestales, a través de los medios de comunicación, han tratado de instaurar diciendo ‘plantemos bosques’. No es así”.

De cuando llegaron las plantaciones

En castellano, Tirúa (Trurwa), puede traducirse como “lugar de encuentro”. Algunos también le otorgan la cualidad de sitio donde juntarse y preparar alguna acción. La comuna se emplaza en un territorio mapuche con muchas historias. Al extremo sur de la provincia de Arauco, región del Bío Bío. En plena zona lafkenche, donde lomajes y montes concluyen en el océano y el horizonte es cortado por la isla Mocha.

Carmen Carrillo vive en el sector llamado Alto Primer Agua pero el vital elemento no abunda precisamente allí. Tiene 47 años, y recuerda cuando era niña, que en Cerro Negro, su lugar de nacimento, a pocos kilómetros, “andaba a pata pelá y el terreno era esponjoso” por lo húmedo. “Ahora no. Hay puro pino. La gente les vendió a las forestales. O la misma gente plantó pino y euca porque el campo estaba muy malo. Las cosas que el campesino produce, como las papas o el trigo no le daban para vivir. Además, el Estado les bonificó, entonces, lo mejor fue plantar”, dice mientras ceba un mate.

Hoy el paisaje de Tirúa, así como de decenas de comunas cercanas, está caracterizado por las plantaciones de pino insigne, radiata y eucaliptus. El cambio comenzó a fines de los años 80 y se agudizó en democracia. Según el Censo Forestal y Agropecuario de 2007, 30.226 hectáreas, de 63.443, es decir el 48% de la superficie comunal, está cubierta por monocultivo. Acá están presentes los nombres predominantes del modelo forestal chileno: Arauco, Mininco y Volterra. No únicamente con predios propios. Son numerosos los pequeños propietarios que han plantado estas especies exóticas para luego vender el metro ruma a los gigantes del negocio. Mediante el Decreto ley 701, el Estado subsidiaba el cultivo. Así las cosas, es probable que las cifras de hace 10 años hayan empeorado.

Las consecuencias sobre el agua han sido devastadoras. Son numerosos los sitios de esta comuna, como Ponotro, que deben ser abastecidos por camiones aljibe.

Jimena Painen vive en un sector llamado Las Misiones, a metros de un aeródromo. Nació y creció en este lugar, hasta que, junto a su familia, viajó a Santiago a trabajar. Al retornar, advirtió los contrastes. “Mi papá lo plantó todo de euca y ahí se notó el cambio. Mi abuelito recibió bonos y plantó hectáreas y se acabó el agua”, relata ella, que incluso trabajó en un vivero de eucaliptus (“se daban rápido como lechuga”, ilustra). La mujer añade que en sectores vecinos, incluso, han ocurrido peleas entre los comuneros debido a la escasez del vital elemento. Además, otro hecho le hizo constatar cómo había cambiado el paisaje: “Un día decidimos ir a buscar los frutos (del bosque) pero nos dimos cuenta que ahora había que pagar flete; había que salir muy lejos”, cuenta.

Cerrar cuencas

Hace 3 años, desde la Dirección de Desarrollo Comunitario de la Municipalidad de Tirúa, y en específico desde la Oficina de Mujeres, empezó una iniciativa que podría cambiar tal panorama. “En marzo de 2014, durante el Mes de la Mujer, realizamos encuentros donde se convocó a organizaciones de mujeres y se problematizó la situación de las forestales”, cuenta Susana Huenul Colicoy, 34 años. Ella había arribado, poco antes, desde Santiago con un anhelo: Regresar a trabajar a Wallmapu con organizaciones sociales.

Los encuentros tuvieron la modalidad del nütram, es decir, la conversación mapuche. Al evento fue invitado Claudio Donoso, experto en el impacto que las plantaciones forestales han dejado en el sur. “A muchas mujeres les hizo harto sentido reflexionar en cómo la forestal, que lleva tanto tiempo instalada acá, era la causante de problemas graves de agua”, recuerda Susana Huenul.

El resultado de aquellos nütram fue la configuración de un nuevo eje de trabajo de los grupos de mujeres, donde el municipio comenzaría a alejarse del rol de asistencia, y se transformaría, más bien, en un instrumento de apoyo de los procesos comunitarios.

Durante 2014 se efectuó la primera campaña de arborización, donde se entregaron árboles a los grupos y se sensibilizó en la importancia del bosque nativo. “Nadie tenía este conocimiento. Yo, la verdad, tampoco. Veía esa loma y (pensaba que) ojalá estuviera pelada pero luego de las capacitaciones es donde uno empieza a despertar”, recuerda Carmen Carrillo, dirigenta del grupo Santa Mónica y presidenta de la Red Comunal de organizaciones de mujeres.

Una medida que se hacía urgente era erradicar plantaciones del nacimiento de las aguas. Ejemplo del cuestionamiento que emergía fue que algunas mujeres comenzaron a concretarlo en sus propios predios. Había que “cerrar cuencas”, es decir, “sacar el pino y el euca, cercar para que no entren animales y volver a plantar con nativo para que haya agua, otra vez”, explica Carmen Carrillo. En paralelo, las organizaciones empezaron a recorrer lugares donde aún existía bosque nativo para recolectar algunas plantas y reforestar en los suyos. En tales salidas las acompañaron hijos y familiares.  Se recuperaron saberes antiguos. Conocer tal planta, y para qué servía. Intercambiar conocimientos. A la vez, aparecieron otras reflexiones: “A mi papá le costaba entender… Le costó sacar los euca del agua. Él antes botaba los canelos”, relata Jimena Painen, del grupo Milla Rayen. “Él decía que a los 7 años sacaba su metro ruma y tenía su plata. Ahora no, vamos a buscar los canelos con él”.

Contra el asistencialismo

En 2015, para subrayar el rol que le tocaría a las organizaciones, algunas mujeres se interesaron en la idea de crear viveros con especies nativas. Susana Huenul valora el apoyo que han tenido desde Donoso y Gerardo Ojeda, ingeniero forestal valdiviano. A través de los viveros se dispondría de plantas necesarias para reforestar y proteger las cuencas. En 2016 partieron los primeros para los grupos Santa Mónica y Millarrayen, con un total de 18 integrantes. Este año pretenden ampliar a 3 viveros.

Otro objetivo de los criaderos era que las mujeres accedieran a una iniciativa productiva, comercializando plantas. “La política pública de los bonos es muy fuerte, entonces es un desafío desarrollar alternativas a esa política asistencialista. Acá se puede intencionar una política local que permita desarrollar iniciativas con las bondades que ofrece el territorio, cuidando no replicar que todo esté centrado en el dinero; otorgando valor a todo lo simbólico que significa hacer plantines de especies nativas para reforestar y recuperar el territorio tan dañado por las plantaciones forestales”, señala Susana Huenul.

Al visitar su vivero, Carmen Carrillo nos cuenta que el nativo es difícil de producir. Muestra las almacigueras. “Hay que tener harta dedicación”, dice. El proceso de  hacer almácigos toma de agosto a septiembre. “Se requiere mucha humedad, con arena y tierra de hoja. La semilla hay que ponerla al refrigerador porque hay que hacerla hibernar”, relata. Una vez que la planta ya está crecida, se traslada desde la almaciguera a una bolsa con tierra. Viene el “endurecimiento”, es decir, sacar al exterior la planta para que se aclimate. En el lugar se aprecian matas de maitén, roble, olivillo, lingue y ulmo. Algunas han sido producidas mediante otro sistema llamado “por estacas”. Es el caso del chilco (de uso medicinal y clave para recuperar el agua), la salvia y el corcolén.

Recuperaciones

“Algunos ingenieros forestales nos han hablado de esta tríada básica para el ciclo de la vida que es agua, bosque y suelo”, indica Susana Huenul. “Desde el mundo mapuche también se concibe todo conectado. De este modo, la gente no puede trabajar la huerta si no tiene agua o si los suelos están erosionados, afectando un derecho básico como es el derecho a la alimentación; o la soberanía alimentaria que la entendemos como el derecho a decidir cómo alimentarnos y producir los alimentos”, dice.

La recuperación del bosque nativo conlleva muchas cuestiones. No sólo es traer de vuelta árboles, cuyos frutos como la mutilla y el ñefn sirven como base para alimentos y bebidas. O los hongos asociados, como changles, gargales y diweñes, y sus diversas propiedades medicinales. También contiene una recuperación de saberes: “El despojo a los mapuche no fue sólo de tierra sino también de conocimientos. Entonces, en la medida que se active la memoria, se vuelve una aliada para pensar el futuro. En ese proceso viene reflexionar sobre qué tenemos, todavía, pese a la invasión forestal: Frutos del bosque y sus propiedades alimenticias y medicinales. Esto es conocimiento nuestro”, indica. Con ese mismo sentido, los grupos de mujeres han participado en trafkintu (intercambios) con diversas organizaciones de Wallmapu.

Sin embargo, la recuperación va más allá y resuena hondo en Tirúa, que ocupa titulares como uno de los puntos sensibles del llamado “conflicto mapuche”. En varios cruces de caminos, Carabineros exhibe su dispositivo represivo: Camionetas, jeeps blindados y tanquetas. El 31 de marzo, Marisol Maril y su esposo, Miguel Huenchuñir, acompañados de su guagua, fueron baleados por personal policial, en el camino entre los sectores de Curapaillaco y Ralún. Hace algunas semanas, Osvaldo Torres, antropólogo y docente de la Universidad de Chile, difundió por twitter un video donde se aprecia a civiles armados, realizando un control de identidad a los pasajeros de una camioneta en una carretera en Tirúa. Asimismo, la comunidad Ayin Mapu, del Lov en resistencia Huentelolén, en Lleu Lleu, ha denunciado el reciente hostigamiento de Carabineros.

“Los medios sólo muestran la defensa que nuestra gente realiza del territorio, ocupado por Matte, Angelini y Volterra, con la venia del Estado que dispone de policía militarizada para que les cuiden el negocio pero, detrás de eso, está la defensa de la vida en todas sus dimensiones: Agua, alimentación, salud, religiosidad. Como dice Elikura Chihuailaf, la lucha mapuche es por ternura, por amor. Una ama estar acá, en contacto con naturaleza. Eso estamos defendiendo”, señala Susana Huenul.

El aeródromo de Tirúa se localiza a metros de la casa de la familia de Jimena Painen. A metros del vivero de su grupo. El ruido de los aviones, en algunos momentos del día, es ensordecedor. Ella cuenta que, en verano, cuando hay incendios, los aparatos cisterna de las empresas forestales se multiplican desde las primeras horas del día. “Una se estresa aunque, en el fondo, se acostumbró”, comenta mientras muestra orgullosa unas plantas de copihue que le costó cultivar pero que ahí están, lentamente, mostrando sus hojas. Como promesas.

“A mi abuelito no le gustaba mucho que nos metiéramos en lo mapuche”, recuerda. “Se hacían nguillatun por acá, y queríamos averiguar y él no quería. Pero después, en Santiago, una se dio cuenta de la importancia de esas cosas”.

Texto y fotos por Felipe Montalva


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