La discusión sobre el financiamiento de la educación ha ensombrecido la necesaria democratización de las instituciones universitarias, experiencia que los estudiantes chilenos de los ’60 tienen mucho que contar: La Universidad como eje fundamental de las transformaciones sociales, la posibilidad de los estudiantes de elegir las autoridades de sus planteles, la modernización de la gestión universitaria fueron grandes hitos que colocaron a la juventud chilena de esa época a la vanguardia de los movimientos juveniles mundiales.
Eran los tiempos en que soviéticos y gringos enviaban perros, ranas, ratones y chimpancés a dar vueltas alrededor del globo. La CIA había matado a Ernesto Guevara en Bolivia y el mundo se escandalizaba con las fotos en blanco y negro de niños corriendo desnudos entre la jungla y el napal de Vietnam. El golpe de Estado en Brasil hizo que Paulo Freire se exiliara en Chile. Quilapayún daba monumentales conciertos mientras un incipiente Inti-Illimani se formaba entre peña y peña en la Universidad Técnica del Estado (UTE, hoy Usach), y junto con Víctor Jara, sonaban los Doors, Hendrix y los Beatles. El partidismo político estaba por doquier. Los votos de la derecha iban en picada histórica. Si para 1958 votaban 1 millón 500 mil personas, para 1970 la cifra crecería a 3 millones 500 mil. Frei Montalva aceleraba la reforma agraria y la DC controlaba la Fech.
El 8 de agosto de 1967, un joven estudiante de la Católica llamado Jaime Guzmán se encadenaba la entrada de su Casa Central para impedir infructuosamente que los estudiantes se la tomaran. El año siguiente sería el turno de la Universidad de Chile, aunque ya en 1966, una temprana convención estudiantil para la reforma universitaria declararía: “el hombre de cualquier lugar de la Tierra presencia la desintegración de una sociedad decadente y ve acercarse la posibilidad de otra nueva, más digna y más humana para él”. Como diría el checo Kundera, estábamos cabalgando sobre la historia.
LA OLA REFORMISTA EN LA CHILE
Fue un año antes del Mayo del ’68. Un manifiesto emanado de los profesores de Arquitectura de la U. Católica de Valparaiso marcaría el primer hito de la ola reformista. El documento incluía un diagnóstico de las universidades latinoamericanas. En los meses siguientes, los ánimos reformistas se extenderían a todas las universidades del país exigiendo una reformulación de la función de las universidades y una inclusión de todos los estamentos en la toma de decisiones. El 11 de agosto de ese mismo, la toma de la Casa Central de la UC amanecería con un gran lienzo en su frontis que decía “Chileno, El Mercurio Miente».
La ola reformista avanzaba en todo el país, y en la Chile el conflicto prendió cerca de Macul con Grecia. A fin de año, en la Facultad de Filosofía y Educación –lejos, la más numerosa de todas las facultades- se formó una comisión entre estudiantes y profesores que postuló un 25% de ponderación para el estamento estudiantil en la elección de autoridades universitarias, en concordancia con las demandas de otras universidades.
Al año siguiente, los estudiantes participarían de la elección del historiador comunista Hernán Ramírez Necochea como Decano de la facultad. Sin embargo, el voto estudiantil no estaba contemplado en la normativa vigente. De esta manera, la elección de Ramírez Necochea violaba de facto la institucionalidad, entrando en directo conflicto con el Consejo Universitario.
Después de una reunión del Consejo se decide intervenir la Facultad de Filosofía para restaurar la institucionalidad. La medida provoca la protesta de los delegados de izquierda y la renuncia del otrora rector Eugenio González.
Para entonces, el co-gobierno universitario ya era una realidad en la UC y la idea ya comenzaba a prender a estudiantes de otras latitudes de la Chile. Con los ánimos encendidos, el 24 de mayo de 1968, los estudiantes del Instituto Pedagógico (de Filosofía) y la Fech se toman la Casa Central de la Chile.
La toma dura cerca de tres semanas y termina con el acuerdo de formar la Comisión Central de la Reforma, con representatividad estudiantil. Los decanos, renuncian o disponen sus cargos a elecciones basadas en las nuevas lógicas de participación impulsadas por los planteamientos reformistas. Si bien la toma fue liderada por la Fech (encabezada por Jorge Navarrete, DC), los comunistas se impondrían en el Consejo, ahora conformado fuertemente por decanos izquierdistas. La pugna por el liderazgo universitario se manifestaría en cada etapa de la reforma, a la par de la situación nacional.
LA REFORMA Y DESPUÉS
Entre 1968 y 1972 ocho universidades escogerían a sus máximas autoridades a partir del co-gobierno. Se lograba, en definitiva, la democratización del poder universitario. En 1969 asumiría el primer Rector escogido bajo una lógica triestamental, Edgardo Enríquez en la U. de Concepción, padre de Miguel Enríquez (MIR) y, por lo tanto, abuelo de MEO.
La universidad de Chile haría lo propio eligiendo a Edgardo Boeninger como rector, un intelectual orgánico de suma importancia -para bien o para mal- durante la transición democrática post-dictadura. Como guinda de la torta, se escogería como Secretario General de la Casa de Bello al mismísimo Ricardo Lagos Escobar. Eran tiempos muy distintos. Para esos años esta gente tenía un pensamiento de izquierda.
En otras dimensiones, la consigna “Universidad para todos” se correspondería con aportes crecientes del Estado a las universidades. Para 1965 había poco más de 60 mil estudiantes y, en el ’73, serían más de 146 mil. La UC había creado el Departamento Universitario Obrero Campesino (Duoc) para la investigación, la extensión y la capacitación de las clases trabajadoras. La UTE multiplicaría por seis la proporción de estudiantes de familias campesinas y obreras entre su alumnado. Aún había que hacer mucho para deselitizar y extender la Universidad a toda la sociedad, pero llegó el 11 de septiembre.
En su Declaración de Principios, la Comisón de la Reforma en la U. de Chile dejó extendida sus intenciones para la comunidad: “la función universitaria en los países subdesarrollados no puede ser, exclusivamente, conciencia de necesidad del cambio, sino que debe transmutarse en voluntad y decisión de cambio. Esto debe traducirse en un compromiso con todas aquellas fuerzas que luchan por producir los más profundos cambios sociales, participando junto a ellas y estimulando sus iniciativas”.
UNA DE LAS TAREAS PENDIENTES
“Durante la reforma aparece un discurso que me cautivó completamente”, recuerda Francisco Brugnoli, profesor de la Facultad de Artes durante la época. Brugnoli piensa en el rol paternalista que tenía la extensión en la Chile, “desde el saber se llevaba a las clases desposídas un mensaje que pudiera enriquecer sus vidas”. Como respuesta a esta forma que tenía la universidad para relacionarse con la sociedad, comenzaría a producirse otra tendencia: “el medio social también era un medio productor de conocimiento. Era el discurso de Paulo Freire sobre la transformación de la universidad brasileña”, afirma el entrevistado.
Se trataba, entonces, de integrar el concepto de “interacción”, “transformar la extensión en comunicación”. No es llegar e ir a dar un concierto, una conferencia, una exposición, tenía que haber algo más. Con la reforma, “quedamos en el análisis y en la práctica de algunos ejercicios, algunos experimentos”. Y, como lamenta Brugnoli, después del ’73 sólo se podia saber de Carmina Burana, Las Cuatro Estaciones y la Quinta Sinfonía como vínculo de la Chile con la sociedad.
Hoy, frente a la demanda por mayor Aporte Fiscal Directo, Brugnoli afirma con fuerza que “tenemos que demostrar que la universidad es necesaria, no basta con reclamar. Decir que la Chile produce más investigación que cualquier otra U, tampoco basta. Ese discurso penetra a la comunidad científica, o a la comunidad del conocimiento. Pero no es un discurso político, no está en la base de la nación. Tenemos que convertirnos en politicos del conocimiento, de la reflexión”, concluye. Mientras, ésta y otras universidades se movilizan con el fin de lograr un cambio que repercuta en todo el sistema universitario, igual que el ’67.
Por Camilo Salas