La población que sigue en Kobane (el 90% ha huido, la mayor parte hacia Turquía) se defiende, calle por calle, desde hace más de tres semanas. La batalla vital que se libra en estos momentos en Rojava (el Kurdistán de Siria) no es una guerra entre dos ejércitos. Es una lucha desigual entre una población civil mal armada (“los kurdos están sólo armados de su coraje y de viejos kalashnikov”, expresaba a medios kurdos el doctor francés de Médicos Sin Fronteras Jacques Bières después de salir de Kobane) y un auténtico grupo militar (de más de 10.000 hombres) que combate con armamento pesado: la brutal máquina de guerra del Estado Islámico, surgido en Iraq antes de implantarse en Siria durante la guerra actual, en la que ha combatido contra Bachar al-Assad.
Si bien la ofensiva islamista contra Kobane se recrudeció este verano –por el rearme del Estado Islámico tras la toma de Mosul en Iraq y luego por sus derrotas militares en ese país–, los ataques yihadistas contra los kurdos de Siria no son nuevos. Empezaron hace ya dos años ante la indiferencia internacional a pesar de las masacres perpetradas contra la población kurda y las numerosas peticiones de ayuda por parte de los responsables kurdos. Así lo pedía, por ejemplo, Sahlem Muslim, copresidente del Partido de la Unión Democrática (principal partido kurdo en Siria), en una entrevista que concedió a quien esto escribe hace justo diez meses en París.
Después de meses de asedio islamista, la intervención internacional ha llegado en octubre a Kobane después de que la coalición dirigida por Estados Unidos decidiera intervenir en Siria, tras hacerlo en Iraq este verano, con bombardeos aéreos y armamento proporcionado al Kurdistán iraquí, aliado de Occidente. Pero en Siria, los bombardeos no han servido para salvar a Kobane de su agonía. Los portavoces de las YPG, las milicias populares kurdas que combaten en Kobane, con una fuerte presencia de mujeres (como la que se autoinmoló a primeros de octubre para evitar el avance de un tanque islamista en la ciudad), los consideran insuficientes.
En Rojava no hay empresas petroleras extranjeras como en el Kurdistán de Iraq; y mientras los kurdos de este país son socios de potencias como EE UU y practican una realpolitik a golpe de petróleo gestionando una región autónoma (tras la invasión extranjera en Iraq iniciada en 2003), los kurdos de Siria se inspiran en la propuesta del confederalismo democrático (un proyecto político para Oriente Medio basado en la democracia participativa, elaborado por Abdulah Ocalan, el líder kurdo en prisión en Turquía) y tienen un solo aliado: el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), la guerrilla kurda de Turquía, declarada “organización terrorista” por EE UU, la UE y Turquía, entre otros.
Seguramente por ello, la situación que se vive en Rojava no ha merecido una atención relevante de los mass media ni de la comunidad internacional. De momento, las protestas organizadas en todo el mundo (en ciudades como Londres, París, Estambul o Berlín) han sido protagonizadas por kurdos.
El rol opaco de Turquía
Mientras tanto, los kurdos siguen acusando a Turquía de apoyar directamente a las “fuerzas oscurantistas” que atacan a su población, como califica a los islamistas Sahlem Muslim. Son numerosos los indicios que circulan por las redes sociales y que apuntan a la probable implicación de Turquía: transporte de armamento hacia los grupos islamistas en Siria, imágenes de yihadistas heridos en Siria atendidos en hospitales de Turquía, fotos de militares turcos con combatientes del EI, o declaraciones oficiales, como las del presidente turco, el islamista conservador Recep Taryp Erdogan, para quien “el PKK y el EI son lo mismo para Turquía”. Parece estar claro que Turquía no quiere, justo al otro lado de su frontera, un Kurdistán autónomo (los kurdos de Siria se proclamaron autónomos de facto en 2013).
El 2 de octubre, el Parlamento de Ankara aprobó sumarse a la intervención en Iraq y Siria para frenar el avance islamista. Pero los kurdos ven en ello un chantaje y un afán para controlar a sus hermanos del otro lado de la frontera. Desde hace meses Turquía mantenía la frontera cerrada, impidiendo que llegara la ayuda humanitaria y militar a los kurdos de Siria. Finalmente la abrió hace unos días ante la avalancha de refugiados kurdos (160.000 la habrían atravesado ya), pero la mantenía cerrada, con frecuentes cargas con gases y carros de agua, para los centenares de kurdos que intentan atravesarla en sentido contrario para combatir a los islamistas en Kobane. Abdulah Ocalan, por su parte, ha advertido a Turquía de que la caída de la ciudad supondrá el punto y final del proceso de paz iniciado por el PKK y Ankara en 2013. Mientras, Kobane apuraba su resistencia agónica al grito de “no pasarán”.