Paradojas de la historia: ¡el mutualismo chileno había sido el precursor de las leyes sociales, y luego, esas mismas leyes se transformaban en una de las causas principales de su decadencia!
Coincidiendo hoy 17 de abril con el nacimiento del destacado mutualista libertario estadounidense Benjamín Tucker (1854), damos inicio a una serie de artículos sobre la práctica de la mutualidad y la teoría del mutualismo. Comenzamos con el extracto de un texto escrito por el historiador chileno Sergio Grez aparecido a comienzos de 1994 en la revista Mapocho.
La mutualidad chilena, pionera de esta forma de asociación en América del Sur, fue el germen del movimiento obrero y popular nacional, estando a la cabeza del esfuerzo unificador del mutualismo latinoamericano. Tanto por los beneficios materiales que ofrecía, como por el sentimiento de dignidad que imbuía a sus adherentes, el mutualismo llegó a ser –a comienzos del siglo XX- la principal forma de organización popular, teniendo a menudo el papel de promotor de las demandas sociales.
Pero, luego, las nuevas formas de organización popular –especialmente el sindicalismo-, y la puesta en práctica de las leyes sociales, lo condujeron a una larga crisis, obligándolo a una existencia bastante precaria. Hoy en día, dada la gran cantidad de trabajadores carentes de seguridad y previsión social, la mutualidad tiene la oportunidad histórica de volver a ser un actor importante en la construcción de un sector económico solidario.
LAS PRIMERAS SOCIEDADES MUTUALISTAS (1853-1858)
Aunque es posible detectar algunas tentativas abortadas de creación de sociedades similares antes de 1850, un elemento decisivo en la formación de las primeras mutuales chilenas durante la década de 1850, parece haber sido la influencia ideológica de los principales líderes de la Sociedad de la Igualdad: Santiago Arcos y Francisco Bilbao. Estos jóvenes, que habían vivido en Francia y abrazado las nuevas ideas de reforma social, predicaron, a su retorno a Chile, los principios de la revolución de 1848, logrando considerable resonancia entre sectores de obreros y artesanos urbanos.
Consumada la derrota liberal en 1851, la idea de crear sociedades mutualistas comenzó a germinar entre algunos grupos de obreros y artesanos urbanos: esas organizaciones debían ser políticamente neutras y agrupar a todos los trabajadores de ciertas especialidades tras el objetivo del socorro mutuo y, eventualmente, de la educación popular. Así, surgieron la Unión Tipográfica de Santiago, fundada el 18 de septiembre de 1853 por el peruano Victorino Laínez, y dos años más tarde, en mayo de 1855, la Sociedad Tipográfica de Valparaíso.
Estas primeras mutuales agrupaban a un sector de élite de los trabajadores manuales. Más que una situación económica ventajosa, un grado superior de instrucción –aunque fuese el simple hecho de saber leer y escribir- caracterizaba a los tipógrafos, situación que los ubicaba en una posición de avanzada en el contexto general de los trabajadores manuales.
1861-1879: LA PRIMERA ETAPTA DE EXPANSIÓN DEL MUTUALISMO: EL IMPULSO DE FERMÍN VIVACETA
Las primeras sociedades mutualistas fundadas después de la guerra civil (1859) fueron las “sociedades de artesanos”. Estas instituciones agrupaban a obreros y artesanos sin distinción de oficio, excluyendo a los peones y sirvientes domésticos.
La primera de esas sociedades fue la que surgió en Santiago a comienzos de 1862, por iniciativa de Fermín Vivaceta, la más relevante figura del mutualismo chileno. Esta sociedad –bautizada de Artesanos “La Unión”– se proponía instalar una caja de ahorro destinada a socorrer a los artesanos enfermos, incapacitados para el trabajo o ancianos –sin distinción de nacionalidad- y a sus familias en caso de fallecimiento del socio, además de impartir cursos vespertinos para los trabajadores.
Los años 1862-1879 representaron la primera etapa de difusión a gran escala de la idea mutualista. Durante esos años se crearon sociedades de artesanos en más de quince ciudades, fundándose en Santiago y Valparaíso mutuales de cigarreros, carroceros, sastres, zapateros y de herreros, y la primera mutual de “sectores medios”, la Sociedad de Socorros Mutuos entre Institutores e Institutrices de Valparaíso (1879).
Por esos años, las asociaciones de artesanos de Santiago, Valparaíso y Chillán fueron los motores de una prolongada campaña (alrededor de dos años), por intermedio de la cual los trabajadores increparon por primera vez, de manera coordinada, al poder político, criticando el modelo de desarrollo económico dominante.
1883-1890: EL ASCENSO DEL MOVIMIENTO OBRERO Y LA GRAN DIFUSIÓN DEL MUTUALISMO
En 1885, la Sociedad de Artesanos “La Unión” de Santiago propuso la creación de una coordinación permanente de las sociedades obreras de todo Chile. Para lograr este objetivo, se realizó en la capital, el 20 y 21 de septiembre de ese año un “Congreso Obrero”, en el que participaron delegados de la mayoría de las sociedades de obreros y artesanos.
Las conclusiones del Congreso abarcaban una vasta gama de tópicos (sociales, económicos, reivindicativos), subrayando la voluntad de unificación del naciente movimiento obrero (se preveía la publicación de un periódico común). Las principales demandas de tipo económico eran las mismas que el movimiento mutualista había levantado desde sus inicios: protección de la industria nacional y establecimiento de cooperativas, mutuales y cajas de ahorro. La única reivindicación política también portaba el sello de la continuidad: la reforma del servicio en la Guardia Nacional sobre bases de estricta igualdad para todos los ciudadanos.
Este movimiento conoció, entonces, una nueva fase de expansión. La forma más novedosa de organización mutualista durante este período fue la representada por las primeras sociedades de socorros mutuos femeninas, fundadas a partir de 1887 por obreras costureras de Valparaíso y Santiago, pero abiertas a todas las trabajadoras. La fundación de mutuales femeninas tuvo como consecuencia indirecta, una mejor disposición de los trabajadores para aceptar que las mujeres jugaran un papel activo en las organizaciones populares.
A fines de la década 1881-1890, la red de organizaciones populares –mutuales, filarmónicas de obreros, cajas de ahorro, cooperativas, sociedades de “ilustración”, etc.-, cubría casi todas las ciudades del país. La multiplicación de las organizaciones obreras planteaba el problema de su coordinación a fin de acrecentar su eficacia. Los simples acuerdos de tipo bilateral o multilateral (pactos o alianzas), demostraron ser insuficientes frente a las exigencias (de socorro mutuo, de representación ante los poderes públicos, etc.), a las que debían responder estas agrupaciones.
A partir de 1887, se comenzaron a dar los primeros pasos para la creación de coordinaciones permanentes de las asociaciones populares. La primera (y la única iniciativa exitosa durante mucho tiempo) tuvo lugar en Valparaíso: fue la Liga de Sociedades Obreras, inaugurada el 5 de agosto de 1888.
Aunque accesible a una franja aún minoritaria de los sectores populares urbanos, gracias a los beneficios materiales que ofrecía, y por la dignidad que proyectaba a sus adherentes, el mutualismo se convirtió durante la segunda mitad del siglo XIX en el núcleo del movimiento popular, sobrepasando frecuentemente el cuadro de simple socorro mutuo: las principales iniciativas privadas de educación popular (escuelas vespertinas y conferencias populares) y una gran parte de las cooperativas fueron promovidas y apoyadas por las mutuales, que a veces asumieron además el papel de organizadoras de las demandas obreras frente a los patrones, prefigurando la acción de tipo sindical del siglo XX.
En el plano sanitario, las autoridades encontraron en estas instituciones un valioso colaborador en las campañas de prevención y combate de las epidemias que asolaban periódicamente al país.
1891-1924: LOS AÑOS DE PLENITUD
El mutualismo vivió entonces una situación contradictoria. Por un lado, siguió siendo la principal forma de organización popular. Sin embargo, para muchos activistas obreros, el mutualismo ya había cumplido su papel histórico.
En un comienzo, las fronteras entre el mutualismo y el sindicalismo eran bastante imprecisas. Así, por ejemplo, la primera central mutualista, el Congreso Social Obrero, fundado en 1900, se pronunció a favor de la lucha por la jornada de ocho horas; por la defensa del trabajo contra el capital; contra el sistema de ficha-salario; por la liberación de sindicalistas encarcelados, y llamó a la huelga general a comienzos de 1908 para protestar contra la masacre de Santa María de Iquique.
En algunas ciudades, a comienzos del siglo, las mutuales eran todavía el mejor instrumento para convocar a la movilización popular: así ocurrió en Santiago en octubre de 1905, con motivo de las manifestaciones contra la carestía de la vida (en especial del precio de la carne).
Además, es necesario señalar que la Federación Obrera de Chile (Foch), fundada en 1908, se autodefinió en su primer Congreso realizado en 1911, como una sociedad de socorros mutuos que buscaba establecer relaciones amistosas con los poderes públicos e intervenir, de manera igualmente amistosa, en los conflictos del trabajo. Sólo en 1917 la tendencia revolucionaria se impuso al interior de la Foch, reivindicando la lucha contra el sistema capitalista, la huelga como medio legítimo de acción y la instauración de un sistema socialista como objetivo final.
La separación entre sindicalismo y mutualismo era ya mucho más clara: desde 1919 la Foch y el Congreso Social Obrero simbolizaban esos dos caminos que se ofrecían al movimiento popular. Esto no impedía la unidad de acción –como fue el caso en 1919, en el marco de un amplio organismo unitario, la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (Aoan), creada a fin de luchar contra el hambre y la carestía de la vida-, ni tampoco el surgimiento de corrientes al interior de las mutuales que propugnaban una acción más cercana al sindicalismo.
EL IMPACTO DE LA LEGISLACIÓN SOCIAL
Sólo en septiembre de 1924 –después de cuatro años de dilaciones parlamentarias, y bajo la presión del ejército-, fueron aprobados los proyectos de ley del presidente Alessandri Palma (base del futuro Código del Trabajo) por el Congreso Nacional. De esta manera, fueron votadas, entre otras, la ley 4.057, que otorgaba el derecho de sindicalización a los trabajadores y la ley 4.054, que creó el Seguro Obligatorio contra Enfermedades e Invalidez, financiado con aportes del Estado, de los patrones y de los trabajadores.
Esta ley otorgaba la posibilidad a los mutualistas de no cotizar en el seguro nacional, de continuar haciéndolo solamente en su mutual y de recibir, sin embargo, los mismos beneficios que los asegurados. En la práctica, eso fue imposible por varias razones: principalmente, por las numerosas exigencias burocráticas y materiales impuestas a los mutualistas para poder cumplir esas funciones de reemplazo del seguro estatal; luego, la imposibilidad real de las sociedades de socorros mutuos de entregar a sus miembros los beneficios previstos de la ley.
Por otra parte, el año 1928 se reglamentó, finalmente, la ley de sindicalización, la cual estableció que una de las tareas sociales prioritarias del sindicato debía ser la mutualidad en salud entre sus afiliados. De esta manera, la organización mutual obrera quedaba sumida dentro de la industria, sujeta a la legislación y control propio del sindicato formal.
El impacto sobre las sociedades mutualistas fue rudo. Aunque los beneficios sociales previstos por la nueva legislación no comenzaron a sentirse plenamente hasta los años treinta, una vez que terminó la crisis política que sacudió al país entre 1924 y 1932, la obligación de los trabajadores de cotizar en el Seguro Social, provocó una sangría muy dolorosa en las mutuales. Ante la imposibilidad de pagar dos cotizaciones –una a la Caja del Seguro, otra a la mutual- numerosos trabajadores comenzaron a desertar de las sociedades de socorros mutuos.
Paradojas de la historia: ¡el mutualismo chileno había sido el precursor de las leyes sociales, y luego, esas mismas leyes se transformaban en una de las causas principales de su decadencia!
LAS TENTATIVAS DE SUPERACIÓN DE LA CRISIS (1925-1990)
Los mutualistas afrontaron la crisis con una estrategia múltiple: Primero, trataron de reforzar y de ampliar el campo de sus actividades. Así, desde mediados de los años veinte, dieron especial atención a los problemas de vivienda de los sectores populares y privilegiaron los progresos comunitarios: cooperativas de consumo, bibliotecas, farmacias, pavimentación de calles. Algunas mutuales comenzaron incluso a construir poblaciones para sus adherentes.
Otra línea de trabajo contra su propia crisis fue la concreción de la unidad orgánica de las organizaciones mutualistas a nivel nacional. Desde comienzos de los años treinta se realizaron esfuerzos para crear una confederación que agrupara a todas las sociedades de socorros mutuos del país y que pudiera llenar el vacío dejado por el desaparecimiento del Congreso Social Obrero.
En 1936 fue fundada la Central Mutualista de Chile, pero a pesar de su nombre, se trataba, en realidad, de una coordinación puramente capitalina. Luego, en 1937 se creó un Consejo Mutualista Provisorio, y finalmente, en diciembre de 1939, la Confederación Mutualista de Chile, que agrupó a más de quinientas sociedades de socorros mutuos de todo el país.
La estrategia unitaria tuvo prolongaciones a nivel internacional. Desde mediados de los años treinta, la Confederación Mutualista de Chile tomó la iniciativa para consagrar la unidad de la mutualidad latinoamericana. El III Congreso Nacional Mutualista, realizado en marzo de 1944, acordó promover la formación de una Confederación Mutualista de América Latina. El I Congreso Latinoamericano de Mutualidades tuvo finalmente lugar en Santiago en septiembre de 1953 con delegados de siete países.
El tercer aspecto de la actividad mutualista fue la lucha por cambiar la legislación social para permitir la supervivencia de la mutualidad. Se trataba de obtener el derecho de cotizar solamente en las sociedades de socorros mutuos, pero recibiendo al mismo tiempo todos los beneficios del seguro obligatorio estatal. La petición no fue acogida por la Cámara de Diputados.
La reforma de la ley 4.054, promulgada finalmente en 1952, desvaneció las esperanzas del movimiento mutualista. Los representantes obreros ante el Consejo de la Caja del Seguro debían ser nombrados por los sindicatos, quedando excluidas las sociedades de socorros mutuos. Las protestas de los mutualistas y de algunos parlamentarios salidos de sus filas de nada sirvieron.
La promulgación de la ley 15.177 –denominada “Ley Mutualista”- en 1963, que otorgaba a la Confederación Mutualista de Chile el estatuto de corporación de derecho público, tampoco arregló las cosas. Inmediatamente después del voto de esta ley, estalló una larga crisis al interior de la Confederación: renuncias, acusaciones recíprocas, Federaciones intervenidas por ésta, sanciones contra ciertas mutuales, etc.
El golpe de Estado militar de 1973 con sus secuelas de represión generalizada contra el mundo popular, prohibiciones de todo tipo a los derechos de reunión, de asociación, de petición y de expresión, no hizo sino agravar la situación del mutualismo. El local de la Confederación fue allanado por los militares y quemados gran cantidad de sus libros y archivos. Poco tiempo después, el entonces presidente de la institución, un militante socialista, fue obligado a presentar su renuncia.
Extractos de La Trayectoria Histórica del Mutualismo en Chile (1853-1990). Apuntes para su Estudio. Sergio Grez T. Aparecido en Mapocho, revista de Humanidades y Ciencias Sociales, N° 35. Primer semestre de 1994. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos.
Artículo publicado originalmente en el boletín La Hoja de las Organizaciones Económicas Populares N°99, septiembre-octubre 1994.
Fotografía: Fundación de la Sociedad de Socorros Mutuos «Igualdad y Trabajo». Barrio Yungay. 6 de mayo de 1894. Fuente: www.memoriasdelsigloxx.cl