Operación Okupa

La muerte de Mauricio Morales justificó concretar un sueño largo tiempo esperado por el Gobierno: allanar las casas okupas que han proliferado en Santiago


Autor: Sebastian Saá

La muerte de Mauricio Morales justificó concretar un sueño largo tiempo esperado por el Gobierno: allanar las casas okupas que han proliferado en Santiago. Varias han sido invadidas por la policía desde la explosión del 22 de mayo, pero no se ha hallado muchas pruebas que vinculen la fabricación de bombas con el movimiento okupa, ni tampoco a un supuesto cómplice de Morales que estaría prófugo. El Ciudadano rescata el relato de una de las casas asaltadas en las primeras horas de la incursión policial. Se trata de una gran casona ubicada en el barrio Yungay, cuyos habitantes han generado fuertes lazos con el barrio.
Felipe había terminado recién de sobar la masa el viernes 22 de mayo, cuando sintió un golpe fuerte en la puerta de la casa en la que vive junto a otros 10 jóvenes en las esquinas de Cueto con Andes, en el barrio Yungay de Santiago. El pan iba a estar listo en una hora -como todos los días- y permitiría pagar parte del arriendo del inmueble. Pero esa tarde todo sería distinto.

La noche anterior una explosión sacudió el entorno de la Escuela de Gendarmería. El bombazo anunció, para el fiscal Xavier Armendáriz, una pista contundente para dar con los autores de más de 70 bombas hechas estallar en las inmediaciones de instalaciones policiales, del diario Las Últimas Noticias, la capilla castrense, el Consejo de Defensa del Estado, automotoras y bancos desde el año 2005. Claro que no había víctimas fatales ni muchas pistas. El único detenido hasta ahora era un borracho que acuchilló a su polola en el Parque Forestal. Pero esta vez el estallido había volado en mil pedazos el cuerpo de Mauricio Morales Duarte, quien llevaba la bomba en su mochila.

La prensa y el Gobierno acusaron, en las horas siguientes, que una cámara de vigilancia registró a un cómplice que habría huido del lugar. También pusieron especial énfasis en que Mauricio era anarquista, se vestía de negro e, incluso, tenía tatuajes satánicos. El pretexto era perfecto para asaltar diversas casas ocupas.

En las horas que siguieron a la explosión, fue allanado –por la PDI- el Centro de Estudios La Idea, ubicado en la calle Rafael Sotomayor 449, y carabineros rodearon la Biblioteca Sacco y Vanzetti, desde donde se opuso resistencia. La casa siguiente sería la de Andes con Cueto.

LA MASA EN LA COCINA

Juan, uno de los moradores de la casa, estaba metiéndose a la ducha cuando un policía entró al baño. Desnudo, fue apuntado con una UZI en la cabeza. Ni alcanzó a vestirse y en short lo llevaron al comedor, en donde habían agrupado al resto de los moradores. Felipe no quiso tirarse al suelo, por lo que fue golpeado por carabineros.

Estuvieron media hora tirados en el suelo y cualquier movimiento podía significar un golpe. Mientras tanto, un ejército de policías registraba las piezas y un grupo de Labocar disponía una mesa del patio central para realizar análisis. Un alicate y un probador de corriente usado por Jorge, quien está construyendo su estudio de grabación, despertaron las sospechas de los peritos. No pillaron nada.

A la media hora uno de los policías les dijo los motivos del allanamiento: hace dos años vivió ahí Mauricio Morales, quien había sido detenido en una protesta el 2006, momento en que dio como dirección la casa de Cueto.

Por la casa han pasado más de 50 personas desde que fue arrendada hace 7 años. Las 10 piezas que tiene, un patio interior -y su ubicación- la hacen preferida por jóvenes a los que les gusta realizar trabajos sociales. Sus habitantes han hecho talleres de hip hop, jornadas de educación
popular y diversas iniciativas dirigidas hacia el barrio.

Los que ese viernes estaban en el interior de la casa fueron puestos contra la pared, con las manos en la nuca. Allí estuvieron desde las 3 hasta las 7 de la tarde. Uno de ellos dio vuelta la cabeza y recibió un contundente manotazo policial. “Los policías también hacían pasar las balas de las UZI y tú sólo sentías el ruido porque estabas de espalda”- cuenta Tuerca, uno de los habitantes de la casa.

También les quitaron sus celulares, los filmaron mientras estaban en el suelo y les sacaron fotos. Cada uno debió posar junto a un número en la puerta de su pieza.

Se incautó un computador Mac donado recientemente para editar música, otros 7 PC, 2 cámaras de fotos, una de video, 10 cintas que eran el material de un estudiante de periodismo, 8 pendrives, libros, afiches de actividades y fotos en papel.

Uno de los moradores acusa que en uno de los PC está su tesis de grado, la que estaba lista. “Incluso iba a ser incluido un extracto en un libro de una universidad, pero como me lo quitaron no podré ser parte de la publicación”-sostiene.

Afuera se congregaban vecinos impactados por el trato a los chicos. Unos amigos de Jorge, que llegaron a ver qué pasaba, fueron retenidos por carabineros durante una hora. Los niños del barrio tampoco entendían lo que pasaba con los tíos de los talleres. Hace unas semanas concluyó Chiquitín Pum Pum, taller orientado a hijos de inmigrantes sobre mecanismos de integración, iniciativa que tuvo gran acogida. Otros tantos acudían a la biblioteca reunida en la casa.

Algunos vecinos fueron a poner velas a la fachada de la casa. Cuando preguntaban el motivo de la incursión, los policías les decían que era un allanamiento por drogas.

A las horas los policías se fueron y los moradores recién pudieron asumir las dimensiones de lo ocurrido; algunos vecinos solidarizaron con ellos y otros llegaron a comprar pan integral. Pero no había, la masa había crecido en la cocina echándose a perder.

Ninguno de los chicos quiere dar su nombre. “Nos sentimos hostigados y perseguidos”-cuentan. “Se llevaron muchas de nuestras herramientas de trabajo, las que usamos para mantener y financiar el arriendo de esta casa. Estos días tenemos que rapear sin música y hay un disco parado en proceso de edición”.

Además, cada vez que hablan por sus celulares se escucha un eco.

por Mauricio Becerra R.


VEA ADEMÁS: Gabriel Salazar, historiador: «Las experiencias de autogestión no son huérfanas»

El Ciudadano


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano