Por los que vienen, por los que fuimos… y por todos

Por este mismo medio leía una columna que, entre otras cosas, invitaba a marchar el 21 de agosto, agregando la frase: “Por los que fueron”, después del “por los que vienen” de la Confech

Por los que vienen, por los que fuimos… y por todos

Autor: CVN
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Por este mismo medio leía una columna que, entre otras cosas, invitaba a marchar el 21 de agosto, agregando la frase: “Por los que fueron”, después del “por los que vienen” de la Confech. Con notable sensibilidad, el columnista exponía las pellejerías de una educación pública y un entorno repleto de carencias de los que fueron niños habitando las poblaciones de Chile. Mientras leía, pensaba que, en realidad, yo no experimenté eso que contaba el columnista: no viví en una población, en mi casa sí había libros, mi madre estudió en los mejores colegios públicos y después en la Universidad de Chile. Es más, mis padres se tragaron eso de la educación privada y asistí a un colegio particular pagado.

Pero, en fin, qué importa no haberlo sido, pensé también.

Y es que ya no se trata sólo de quienes fueron víctimas de esa educación pública, se trata de una sociedad entera que debe entender de una vez por todas que la educación es un derecho, y no un bien de consumo. Más aún: esto es por construir una verdadera sociedad, no esto que tenemos hoy en día, que no es más que una suma caótica de individuos compitiendo entre sí, donde señorea el “sálvese quien pueda”, el “aplastaos los unos a los otros”, o quizás el axioma de Nicanor Parra: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”.

Hoy, es tarea de todos cambiar esta lógica del metro cuadrado.

Recuerdo a los cabros del Instituto Nacional, siempre los primeros en pararse para exigir educación gratuita y de calidad. Ellos que, paradójicamente, sí tienen una educación gratuita y de calidad. En la paradoja está la grandeza, pues no lo hacen por ellos, lo hacen por los otros. Lo hacen porque la solidaridad y la empatía también son parte de una formación integral. “A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder”. Ir a marchar es un acto de solidaridad, no de caridad. Es un acto donde todos somos uno, uno diciendo: esto no me gusta, quiero que esto cambie, no quiero que me impongan un país.

Esto es por los que vienen, por los que fueron y por todos.

Esto es por los 43 compañeros de Pablo que se perdieron en la pasta base, que los agarró la muerte o que hoy sobreviven en un trabajo penca. Pero también es por los 30 y tantos compañeros míos, victimas de esa estúpida promesa donde pagar era sinónimo de calidad, siempre dependiendo de la estabilidad laboral de los padres; recuerdo, por ejemplo, la historia de un compañero de curso, que sus padres, a causa de una repentina cesantía, no pudieron pagar la mensualidad del colegio y, por semejante delito, se le prohibió la graduación de 4° Medio. En protesta, la mitad del curso decidimos no asistir a la ceremonia de graduación. Por eso, esto también es por nuestros padres y madres. Cuánto hubiese preferido que mis padres, en vez de pasarse el día transformando tiempo en dinero, hubiesen ocupado ese mismo tiempo para descansar, para caminar por el parque o para simplemente estar juntos. En fin, para vivir, y vivirse.

Por eso, insisto: esto es por los que vienen, por los que fueron, pero también por todos los demás. Por todos a los que este sistema invita a desconfiar del otro, a parecer en vez de ser, a padecer y no hacer. Y sí, señor Pablo Paredes, a mí también me emputecen esos tipos que se hacen de izquierda por abajismo, y no por la convicción, profunda y trascendente, de modificar las injusticias de este modelo, de entender que es imposible sentirse cómodo mientras mi vecino debe lidiar con la enfermedad impagable de su hijo, o con los aranceles de carreras que ya no prohíbe la dictadura, que ahora las prohíbe el precio. Y también, como a usted, me da rabia ese argumento insustancial de la derecha, cuando hablan de la “libertad de elegir”, como si alguien que atraviesa todo Santiago para ganar un miserable sueldo mínimo, alguien que trabaja como esclavo y sigue siendo pobre, pudiese darse el lujo de elegir el colegio para sus hijos. Es triste, da pena y también rabia, mucha rabia. Da rabia cómo este neoliberalismo salvaje reduce la condición humana a la acumulación de bienes y la competencia.

Cuando pienso en todo esto, inmediatamente se me vienen a la cabeza, y al alma, los niños y niñas en las poblaciones, jugando en los remolinos de tierra, con la cara sucia, víctimas de un sistema de educación excluyente, que educa en función de la billetera, y pienso en sus padres, en la frustración de ser pobres, y saber que sus hijos repetirán esos destinos de oráculo griego. Y entonces recuerdo una frase de Gabriela Mistral: “Muchas de las cosas que nosotros necesitamos pueden esperar, los niños no pueden, ahora es el momento, sus huesos están en formación, su sangre también lo está y sus sentidos se están desarrollando, a él nosotros no podemos contestarle mañana, su nombre es hoy”.

Por esos niños que serán, por los que fuimos niños, por los padres, por las madres, por los que ahora somos apoderados, por Chile y por todos, yo también invito a marchar este 21 de agosto.


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