Debate sobre Asamblea Constituyente
Que Chile está en permanente movilización no es novedad alguna. Secundarios, universitarios, los habitantes de Aysén, Freirina, Punta Arenas, junto a las protestas por conflictos socioambientales como HidroAysén, Punta de Choros, Castilla o la nueva Ley de Pesca, instalaron la sensación de un nuevo ciudadano, uno más informado, más conectado y más dispuesto a expresar lo que no le parece bien o, de plano, considera que está mal.
Un análisis ligero pareciera indicar que el clamor por una transformación social se está tomando las calles. Que los que se movilizan de norte a sur y de este a oeste, “daremos esta lucha cueste lo que cueste” según cantan en las calles y veredas, porque tienen el profundo interés de cambiar Chile desde sus cimientos. Es la sensación que queda al evaluar la masividad y la diversidad de las marchas, e incluso las acciones directas de presión como las barricadas, los cortes de ruta o las propias ‘funas’.
Es probable que en muchos casos las motivaciones sean más de grupos de presión que de verdaderos movimientos sociales. Y que apunten más a demandas particulares que pueden ser abordadas sin cambiar un ápice el modelo social e institucional.
Pero hay ocasiones en que los ciudadanos toman conciencia de que paliativos efímeros como la beca, el subsidio y el bono sólo se justifican por la urgencia que imprime la desigualdad. Que la tarea no es enfocarse en los efectos de los problemas sino en su raíz. Es el momento en que las personas comienzan a integrar un verdadero movimiento social.
Este cambio de foco genera el acercamiento de causas que se desarrollan separadamente. Pero cuando comparten el diagnóstico de que lo principal es luchar por la redistribución de la riqueza, de las cargas socioambientales y del poder, pueden unificar esfuerzos. Algo que no todos entienden. Se asume que sólo transformando de manera profunda el Chile actual y sus instituciones se logrará que estas últimas estén a disposición de lo que una mayoría demanda. Una ciudadanía que no confía, como lo señalan todos los estudios de opinión, en los mandatados para realizar y llevar a cabo tales transformaciones, como son los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
En Chile, un cambio profundo como el planteado sólo será viable si apunta al principal ordenamiento jurídico nacional, la Constitución. Pero por la falta de legitimidad de las instituciones no se puede encomendar tal tarea a quienes durante más de 30 años, mantuvieron el sistema tal cual lo conocemos hoy.
LA HORA DE LA REFUNDACIÓN
La pregunta que muchos se hacen hoy producto de las protestas, es si los chilenos se sienten identificados con el camino que ha transitado el país en temas fundamentales para la vida en dignidad de toda persona, como la salud, la educación, la previsión social; si están conformes con la mercantilización de bienes comunes naturales como el agua, los minerales y la biodiversidad biológica en su amplia concepción. Si están de acuerdo con el abuso y la imposición de modelos de vida a los pueblos originarios, las minorías sexuales, etc.
Es en este contexto que una Asamblea Constituyente, que no es sinónimo de hordas lanzadas a las calles para destruir el Congreso, La Moneda y la Corte Suprema como algunos sectores deslizan, cobra sentido. Con un mecanismo democrático y representativo que mandate a los redactores de una nueva Carta Fundamental, la que debiera ser posteriormente sometida a plebiscito.
El planteamiento de «no nos enredemos en los métodos» siempre alude a la máxima de Deng Xiaoping de que “da lo mismo el color del gato, lo importante es que cace ratones”. Porque quienes señalan que el mecanismo no es lo importante, obvian que la democracia es, esencialmente, un modelo donde los procedimientos no son meros trámites sino que están en su esencia. La democracia es sobre todo procedimientos, no entenderlo es simplemente tener escondido un pequeño dictador en el corazón.
Aunque ejemplos existen en Bolivia, Venezuela y Ecuador, que son los que utilizan quienes se oponen siquiera a que se discuta la idea, no son estos los únicos países donde se han llevado adelante procesos de este tipo. Colombia en 1991, Brasil en 1988, Puerto Rico en 1950, e Islandia en 2010 forman parte del repertorio vigente. Y, por cierto, la primera de la historia, la de Francia en 1789.
Sería voluntarista proponer para Chile un proceso constituyente igual a cualquiera de los mencionados. Cada país debe recorrer sus propios caminos, combinando su historia, su cultura, su identidad, en el fondo, su realidad, con principios altamente democráticos de participación y representatividad. Aunque el concepto tenga una carga intrínsecamente peyorativa, debe ser un proceso “a la chilena”. O, para que se lea mejor, “la vía chilena a una Asamblea Constituyente para una nueva Constitución”.
Lo que está claro es que para avanzar en esta dirección se debe hacer con el convencimiento mayoritario de la población. Por tanto, una vía democrática para hacerlo es la del plebiscito. Que los chilenos podamos expresar vinculantemente si estamos de acuerdo o no con el inicio de un proceso constituyente. Donde incluso, por las reglas lógicas de este tipo de procedimientos, quienes no están de acuerdo puedan expresarlo y tener la oportunidad de sumar a una mayoría a su posición.
Las voces disidentes ya se alzaron, y dos de los principales diarios de Chile, La Tercera y El Mercurio, iniciaron una campaña del terror. Todo desde el momento en que se abrió a la idea el presidente de la DC, Ignacio Walker, quien desde siempre ha señalado que la democracia plebiscitaria y asambleísta no le convence. También desde el Gobierno y la Coalición por el Cambio salieron voces a cuestionar la propuesta. Una idea que sería vista con buenos ojos por una parte importante del PPD, los socialistas y los radicales, además de otras fuerzas de la oposición.
Aunque la discusión se concentró en si la Concertación está de acuerdo o no con la idea, lo concreto es que ésta se viene impulsando desde la ciudadanía hace ya varios años, y organizaciones como el Comité de Iniciativa por la Asamblea Constituyente y Redes Chile, entre muchas otras, han mantenido la esperanza de que es posible transformar Chile desde sus bases.
Este es un proceso que requiere ampliar su musculatura con más chilenos, independiente de su origen político, social y cultural.
De la construcción social del nuevo Chile que transita el épico camino de la refundación nacional.
Por Patricio Segura
El Ciudadano Nº134, octubre 2012
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