Estas últimas semanas las hinchadas de los dos grandes equipos de Chile, Los de Abajo (Universidad de Chile) y Garra Blanca (Colo -Colo) , han salido a las calles para manifestar su rechazo al Plan Estadio Seguro. De forma pacífica y familiar, han exigiido la vuelta del bombo y del carnaval propio del fútbol sudamericano,mientras el gobierno de turno hace caso omiso e insiste en la represión como forma de control social.
El año pasado se aprobó la ley n° 19.327, el conocido plan estadio seguro, medida adoptada por Cristián Barra, con motivo de erradicar de los estadios chilenos las hinchadas organizadas, argumentando en que en ello radica la violencia al interior del estadio, lo que según los «expertos» implicaba la prohibición de la organización de los fanáticos de los clubes deportivos, conocidos como hinchas.
Diferentes voces opositoras se han rebelado a favor de la cultura barrística y el entorno que rodea este mundo.
Según Carlos Gómez, académico y antropólogo de la Usach “La violencia es la no aceptación de que en realidad yo no puedo tener satisfechas todos mis requerimientos. Ante la violencia en los estadios, la pregunta que uno debe hacerse es ¿A qué está respondiendo esta violencia? ¿Qué necesidad no es satisfecha? el problema de fondo en la violencia del estadio no se responde con represión, lo único que hace es esconderlo”, argumentó.
Este programa gubernamental permite a carabineros filmar y fotografiar a todos los que asisten a un espectáculo deportivo, violando la privacidad de cada uno; además prohíbe ver los partidos de pie, entrar con globos, papel picado y banderas, además del característico bombo que cumple un rol tan importante en mostrar unidad en el cántico para las barras sudamericanas.
Carlos Soto, miembro del Movimiento Autónomo Los de Abajo, señaló que “nosotros hemos apoyado todos los esfuerzos que haga el gobierno para hacer del fútbol un espectáculo seguro, pero lo que sucede hoy en día es distinto, ellos están señalando que la barra es en sí mismo un fenómeno violentista, algo a lo que, por supuesto, nosotros nos hemos opuesto”.
Y es que Carabineros o las mismas empresas dueñas de los clubes , deberían hacerse cargo de resguardar la seguridad en los recintos deportivos. Contratar y disponer de tecnología de punta para escanear bombos como en los aeropuertos y contar con todos los accesorios necesarios para mantener el carnaval propio de la barra chilena, con bombo y papel picado, situación que no ocurre y que las dirigencias no pretenden abarcar, posiblemente porque no está “dentro de su presupuesto ”.
Claramente no existe un esfuerzo por parte del empresariado para mantener la tradición y cultura sudamericana, observamos como el fútbol moderno comienza a despedazar lo pasional y sentimental de este deporte, y lo sustituye por el dinero, que ha llegado a ser un concepto esencial en la disciplina del balón pie, “el modelo neoliberal no deja títere con cabeza” .
Quienes se han visto mayormente perjudicados son los equipos pequeños, como el caso de Magallanes, con su característica bandita; además detodos los equipos de provincias, donde la ciudad se identifica con sus colores, música y cánticos sobre el tablón.
Este fútbol moderno se ha asentado cada vez más en la cultura chilena, la privatización de la totalidad de los equipos profesionales, la influencia de grandes empresas, como por ejemplo el Canal del Fútbol, han ensuciado este deporte, pasión de multitudes.
Con mucha razón Carlos Soto afirma que “se busca en términos políticos, aplastar el único espacio crítico que existe al interior de la hinchada, que son las barras organizadas, quienes son los únicos que se pueden oponer, hoy en día, a las sociedades anónimas dentro del fútbol”.
Por José Miguel Peiret
El Ciudadano