1. Que la pureza es un invento para dominar, disciplinar, resolver problemas de mala conciencia, ofrecer sentidos altruistas a escala individual, mantenerse al margen de los acontecimientos altamente contradictorios, no lineales y que desborban los manuales y las academias. Que la pureza produce en sus víctimas, temblores de idealismo, orden para mirar, platonismos deslavados e improbables. Que la pureza es estupenda para reemplazar los somníferos, desdeñar al prójimo y enjuiciar desde los altares religiosos o laicos, valga la redundancia. En fin, que la pureza ideológica, política, sexual, retórica, resulta más bien un reflejo tranquilizador ante el movimiento dialéctico de las cosas, lo concretamente problemático de la realidad, el dinamismo multidimensional del paisaje humano. Y cuidado, porque la pureza no tiene que ver con la ética rebelde. Ella está prendida de errores y dudas, pero se fortalece en su concreción insobornable, en el comportamiento conciente y coherente, desalojado de egoísmos. La pureza es la ilusión del Opus Dei. La ética rebelde es la unidad de sentido incuestionable del Che y tantos otros y otras.
2. Ante la debacle política de las fuerzas de inspiración revolucionaria en Chile, primero vino el dolor sordo, luego la necesidad de resistir (en el sentido de sobrevivir), después más golpes, y finalmente el enfrascamiento, las maneras sectarias, el mundo cuesta abajo, y el maximalismo principista. La vocación de minoría resultante de un proceso complejo de vaciamiento político marca el derrotero malogrado de un conjunto de siglas sin más proyecto que la nostalgia, las evaluaciones parciales, el voluntarismo y el acuartelamiento en un leninismo convenientemente editado y un marxismo monumentalizado, vuelto máximas inmóviles, desnaturalizado de su propia realización y producción histórica. Los puros duermen bien, pero no transforman el orden de las cosas. En el mejor de los casos, convierten la realidad en materia de calzado mal fabricado para el pie alado de lo que debería ser, pero no es.
CONTEXTO Y COYUNTURA
3. Después de 35 años del fin de la “vía chilena al socialismo”, el país es administrado por los intereses del gran capital, bajo la hegemonía inhumana de las relaciones económicas, políticas, culturales, simbólicas y sociales del fetiche de la mercancía y la supuesta teoría del libre mercado (que en la práctica, promueve los oligopolios, la concentración de la riqueza y osifica la sociedad y desigualdad de clases y la dependencia del capital financiero y especulativo). El pacto interburgués que puso término a la dictadura militar y abrió el actual período de gobiernos civiles, ha mantenido intactos los resortes profundos de los intereses del capital y su dinámica antipopular. Gobierno tras gobierno, la Concertación , primero acudiendo al temor de los cuartelazos, y luego actuando francamente desde el acomodo y la conveniencia, ha consolidado una sociedad estamental, sin derechos sociales asegurados para las grandes mayorías, y ha terminado de desmantelar y vender a privados las rémoras de la propiedad estatal. De esta manera, los gobiernos concertacionistas –cuya confianza la burguesía, recién a casi 20 años de elecciones, comienza a relativizar- han prometido cambios pro populares reiteradamente incumplidos; impedido la organización de los trabajadores y el pueblo; y castigado cualquier asomo de cabeza de los de abajo, muertos mediante. El Estado subsidiario, tutelado transitoriamente por la Concertación, ha reducido su “vocación ciudadana y democrática” a insuficientes programas sociales (que, sin embargo, han bajado las cifras de la extrema pobreza, pero que, en la práctica, evidencian la radicalidad y el saqueo del mismo modelo administrado por la dictadura), mientras en la realidad dominante ofrece señales de descomposición, envejecimiento de horizontes de sentido (si es que lo tuvo, más allá de la buena publicidad de los primeros años), corrupción, reformas aparentes, alienación, desastres en el ámbito educacional, sanitario y medioambiental, precariedad y pésimo pago del empleo.
4. De este modo, Chile padece la mutación y extinción del Estado tal como se conoció hasta 1973. El aparato fiscal, históricamente de contenido burgués, actualmente se expresa anémicamente en su peso burocrático, poderosamente en su papel militar, y defensor a ultranza de la propiedad privada en materia jurídica. Hoy el Estado parece ser una caja fuerte repleta de dólares para la contención parcial de eventuales conflictos sociales (Transantiago, Fondo de Estabilización del Precio Petróleo, bonos miseria) y útil como aval de los poderosos en apuros; tiene el monopolio de la fuerza militar; es el guardia privado de la burguesía; y sostiene un parlamento monocorde y legitimador del poder de los privilegiados. La extraña transparencia sin contradicciones del rol del Estado chileno en una sociedad de clases, mandata la reconstrucción de las fuerzas anticapitalistas al calor de la lucha entre capital y trabajo, en sus maneras más desnudas, multidimensionales y originarias.
5. Las cifras oficiales de 2008 hablan que el promedio de los trabajadores gasta más de lo que gana y adeuda un año de salario; menos de la mitad de la fuerza laboral está contratada; apenas un 8,7 % puede negociar colectivamente (independientemente de los magros resultados de los convenios); el desempleo se empina sobre el 8 % a nivel nacional (aunque números más reales superan con creces la cifra oficial) ; la inflación para el 40 % más pobre está en un 20 %; la pobreza es femenina y juvenil; el subcontratismo y la precariedad laboral campean y el descrédito del sistema político supera el 50 %. Asimismo, la desaceleración económica producto de la crisis cíclica del capital financiero parasitario y del alza estructural de los precios de los alimentos y la energía, destruyen el poder adquisitivo de las remuneraciones, mientras el Banco Central aumenta las tasas de interés para paliar la inflación a costa de las grandes mayorías. Las proyecciones del Ministerio de Hacienda en materia de crecimiento varían a la baja. Al respecto, el 2008 el país crecerá alrededor de un 4 %, el número más bajo de la región.
6. El modelo de reproducción capitalista inaugurado a mediados de los 70 del siglo pasado, y hoy perfeccionado, legitimado y consolidado por la Concertación de Partidos por la Democracia, sólo ha profundizado la diferencia de clases que ha convertido a Chile en uno de los países más desiguales del mundo (entre las 15 naciones de peor distribución del ingreso del planeta). El 60 % de los chilenos sobrevive con menos de $ 82 mil pesos mensuales, en tanto el producto por habitante es cuatro veces mayor. De 1990 al 2005, la brecha entre el 5 % más privilegiado de la sociedad respecto del 5 % más pobre, aumentó de 110 a 220 veces (hoy la distancia es superior). Los estándares educativos son extraordinariamente deficitarios (de paso, destruyendo el mito burgués de la educación como vehículo de movilidad social, y proletarizando a la marginalidad social juvenil mediante los 12 años de escolaridad obligatoria); existe una insuficiente e ineficiente salud pública (donde se atiende el 80 % de los chilenos); hay crisis de la vivienda y creciente demanda de los derechos sociales básicos insatisfechos. La tasa de cesantía entre los trabajadores jóvenes oscila entre el 15 % y 20 %, y Santiago es la séptima ciudad del mundo donde más horas se trabaja.
7. Asimismo, por arriba, el poder criminaliza y reprime “a la antigua” la movilización social y laboral, las demandas históricas del pueblo mapuche, y emplea como mano de obra barata la fuerza de trabajo femenina, adolescente e inmigrante.
8. En el país, los grupos económicos más poderosos y diversificados son los Angelini, Luksic y Matte, cuyos capitales puestos en la explotación cuprífera, forestal, pesquera, industrial, eléctrica, portuaria, y comercio, se convierten, en un mismo movimiento, en capital financiero a través de la propiedad de bancos y entidades financieras de crédito y colocaciones, como el Banco Chile, BICE y otros. Es decir, los patrones de Chile, cuyos capitales hace tiempo están transnacionalizados, han concentrado extraordinariamente sus beneficios y diversificado sus propiedades.
9. De este mismo modo, el Ministerio y la Dirección del Trabajo –donde se atrincheran restos del “progresismo” concertacionista- emplea groseramente a la CUT –multisindical más numerosa del país, pero presa una mañosa burocracia funcional- como apéndice y extensión de sus políticas.
10. Lo cierto es que en Chile aumenta sostenidamente el sector de trabajadores contratistas y subcontratistas (más del 70 % de la fuerza productiva y de servicios del país ya está tercerizada); en general, las mujeres ganan un tercio menos que los hombres por realizar el mismo trabajo, y la línea de la pobreza está delimitada arbitrariamente en los $ 50 mil pesos; cifras, en general, que consolidan el funcionamiento de una democracia antipopular y una burguesía sin proyecto de desarrollo para el conjunto de la sociedad.
11. Un 70 % de la fuerza laboral en Chile cambia de empleo (o de relación contractual) entre 3 y 4 veces al año y menos de la mitad cuenta con un contrato de trabajo indefinidido. Por su parte, la fuerza laboral ligada a la explotación de productos agrarios sufre condiciones laborales todavía peores que los trabajadores de las grandes ciudades. Su situación de obrero agrícola, empeora aún más en el llamado «sector temporero» donde los salarios son miserables y los trabajadores (normalmente mujeres y adolescentes) laboran en peligrosas condiciones de higiene y seguridad. Sólo marginalmente logran cristalizar sus demandas a través de una pequeña expresión sindical.
12. En la actualidad, los países capitalistas centrales, como efecto de la llamada “burbuja inmobiliaria” originada en Norteamérica, viven una crisis económica que ha pasado de una “desaceleración económica”, a una eventual recesión de dimensiones todavía insospechadas. Pese a la clásica “tendida de mano” y liquidez proporcionada por los bancos centrales de USA, la Unión Europea y Canadá, entre otros, a las entidades financieras en riesgo de quiebra, se transita de una crisis crediticia a una crisis de mercado. Resumidamente, se asiste a un proceso de contracción de la demanda de consumo de los norteamericanos (que representa el 72 % del crecimiento imperial) con inciertas consecuencias. Según los analistas de la propia burguesía, el enorme crecimiento de China (alrededor de un 12 %) ha ralentizado el despliegue de la crisis a escala mundial. Gran parte de la producción cuprífera chilena se exporta a los países asiáticos, y en especial a China. Sin embargo, un reflujo de los niveles de consumo de las grandes economías podría incidir en la demanda del cobre chileno, cuyos valores sometidos a la mundialización del capital financiero y especulativo importaría la crisis a un país tan frágil –aunque con importantes ahorros todavía (30 mil millones de dólares)- como Chile.
13. Durante el 2006, las masivas protestas escolares contra la bancarrota de la educación pública, y luego el 2007 los trabajadores forestales, los subcontratistas del cobre, y otros múltiples sectores menos estratégicos para el capital, rompieron la paz de cementerio reinante en el país, realizando largas huelgas por reivindicaciones económicas, cuyas demandas políticas (renacionalización del cobre, por ejemplo) se diluyeron al no contar con un movimiento popular debidamente organizado. Sin embargo, los trabajadores -la clase que produce la riqueza de Chile- retoman paulatinamente su rol histórico tras el cual debe ordenarse el conjunto de rebeldías anticapitalistas y demandas multisectoriales del país. El escenario de emergencias laborales parece reiniciar lentamente un nuevo ciclo de lucha de clases.. Ante el pavor de la burguesía, hasta la iglesia católica ha denunciado las ominosas inequidades del modelo y propuesto un salario mínimo, incluso mayor que el negociado por la CUT de Martínez. Del mismo modo, el gobierno ha instalado una «Mesa de Equidad Social» y habla de pacto y cohesión social (acordados por los de arriba y sin pueblo) para «aligerar» la violencia de la explotación frente a eventuales movimientos de los de abajo que podrían espantar inversionistas y aminorar ganancias.
14. Como resulta histórico –salvando algunas nuevas maneras-, los dispositivos materiales que reproducen el sostén cultural e ideológico de la alienación requerida por el capital se encuentran en la escuela, el ejército, la iglesia, la empresa, el relato político dominante y el control monopólico de la clase en el poder de los medios de comunicación de masas (en especial, de la televisión). En su conjunto, los dispositivos de la alienación propalan la resignación, la igualación del consumo a la felicidad, la fatalidad del actual orden de cosas, el temor, la espectacularización de los acontecimientos y sus personajes, el espejismo de la enseñanza formal como palanca social, los metadiscursos para especialistas, la mala conciencia, la participación bajo control e irrelevante, el analfabetismo funcional, el consenso como imposición vertical, la lumpenización de las relaciones sociales, la idiotez indolente y el egoísmo.
15. Históricamente, las posibilidades de la construcción de la hegemonía de los intereses de los trabajadores y el pueblo están ligadas a las luchas concretas contra las relaciones de dominación, el capital y los patrones; la alfabetización política; la arquitectura sincrética, mestiza, creativa, cultural y simbólica devenida de las necesidades y experiencias concretas propias de las grandes mayorías; la religión liberadora; la ética insobornable; la solidaridad; la dignificación de los contenidos y formas genuinas de las clases dominadas; y la edificación incesante del malestar colectivo frente a los privilegios de la minoría en el poder.
MATERIALES PARA UNA TÁCTICA
16. El archipiélago microscópico de los empeños anticapitalistas de toda laya, como efecto complejo y dinámico de un período todavía no explícito y franco de lucha de clases, se debate entre el movimientismo autoreferente y restringido temáticamente, el localismo insuficiente, el aparatismo político social, y la ausencia de un nuevo proyecto histórico emancipador de los trabajadores y el pueblo que contenga potencias nacionales, vocación necesariamente internacionalista, de mayorías y de poder.
17. Por su parte, la dirección de los partidos de la izquierda tradicional y un conjunto de iniciativas menores y parciales apuestan a la inclusión sistémica crítica, subordinando los embriones de movimiento social a sus agendas políticas y de supervivencia orgánica. Al respecto, la crisis de conducción de la izquierda tradicional se manifiesta a través de desprendimientos que adquieren carácter orgánico autónomo, marcha a otros empeños políticos, o simplemente, destrucción de militancia popular.
18. Por otro lado, en potencia, con algunas certezas y abundantes dudas, agrupaciones anticapitalistas todavía simbólicas, pero involucradas concretamente en episodios de lucha social, ya comienzan a arriesgar y producir volitivamente ciertas condiciones para dar pasos hacia la unidad. Se trata, diferenciadamente, de organizaciones estudiantiles secundarias (y cierta presencia universitaria), organizaciones poblacionales ligadas a la demanda por la vivienda y contra el alza del costo de la vida, iniciativas sindicales de pelea que implícita o abiertamente apuestan a la independencia política de las clases subalternas y critican dura y fundadamente la conducción progubernamental de la CUT; originarios por la defensa de recursos vitales (agua, tierra) y proyecciones identitarias; grupos por una Asamblea Constituyente (con todas las consideraciones críticas al respecto), la renacionalización del cobre, el fortalecimiento de la sociedad civil, mediombientalistas resueltos, autonomistas e, incluso, genuinos colectivos socialdemócratas antineoliberales, entre otros. Cada uno de estos capítulos de reorganización popular todavía camina por vías paralelas, pese a que, de acuerdo a las prácticas y los discursos allí dominantes, existe un diagnóstico general más o menos común del actual período. En cada uno de estos polos de reagrupación hay una sólida sintonía en torno a la necesidad de la lucha directa contra el poder y sus expresiones; formas democráticas de funcionamiento y constitución; preeminencia de la lucha de masas; e independencia del sistema de partidos políticos hegemónico y a las instituciones que sostienen el modelo. Sobre las estrategias respecto del poder, la discusión sobre el papel de la participación en la democracia electoral, los sujetos principales de la transformación necesaria y los bordes de las convergencias, todavía se hacen a puerta cerrada, mirando hacia atrás y para los territorios transfronterizos. El debate tarda en comenzar, pero sus piezas iniciales ya existen.
19. Cada una de estas iniciativas, por sí solas, e incluso todas juntas, todavía no contienen el tonelaje suficiente para influir significativamente en el escenario político nacional. Sin embargo, en la potenciación combinada y organizada de sus luchas se abren posibilidades, hoy inexistentes aún, de convertirse en referente de trabajadores y pueblo (o pueblos como distinguen algunos). En rigor, son embriones de pueblo para-sí, que de manera parcial irrumpen incidentalmente en la arena de la lucha social, lejos del calendario gastado de las izquierdas tradicionales. Su composición tiene de microorgánicas de inspiración rebelde (más que de marxistas y revolucionarias de acuerdo a las categorías de la década de los 60 y 80 del siglo pasado), grupos de inspiración ácrata, independientes antisistémicos, generaciones jóvenes, ex militantes de destacamentos populares, etc. El camino para concertar los tiempos necesarios para su unidad (sin perder identidad, ni subsumirse al sector eventualmente más arropado políticamente) tiene mucho de voluntad, trabajo en terreno, construcción de confianzas, respeto mutuo y superiores alturas políticas. Aquí se habla de empeños que efectivamente consideran su visibilización y la lucha real en perspectiva de superar los aparcelamientos y las miradas cortoplacistas y puramente económicas o testimoniales.
20. Si el malestar social y político que resume cada uno de estos empeños respecto de las desigualdades, injusticias y mala vida que ofrece el actual modelo a las grandes mayorías lograra, paso a paso, dinámica y flexiblemente, constelarse en tiempos relativamente acotados y mediante la producción de incidentes unitarios, sin duda, resultaría un avance de calidad ante el panorama reinante.
21. ¿Pero cómo alcanzar la unidad? Si el punto de llegada táctico para la etapa se resumiera en la construcción de un Frente Anticapitalista (regido por la independencia política de la clase y con el nombre que se convenga), es decir, una expresión político social amplia, con vocación de masas, de mayorías, con convicción de lucha, multisectorial, de existencia nacional, éticamente incuestionable, democráticamente devenida; fuertemente propagandística (en su sentido polidimensional), prácticamente solidaria, inclusiva, porosa, como una suerte de continente de los de abajo, cuyo total sea más que la suma de sus partes, y constituya la superación concreta de la agregaduría de siglas vacías, ya se estaría frente a un nuevo actor político popular que, en potencia, podría formalizarse como alternativa en el futuro.
22. Pero un Frente Anticapitalista es un punto de llegada. En cada activo de intervención y construcción genuina de trabajo político de masas, las organizaciones convocadas deben ser capaces, premeditadamente, de condensar las demandas, formas de organización y tramado concreto que explicite la necesidad de la unidad bajo los contenidos antes anotados, y que, a la vez, sea capaz de provocar los hechos político sociales, en alta sintonía popular y democrática, que precipiten no tan sólo el encuentro, sino que la necesidad del encuentro, la materia básica, irreductible, de la necesidad de la consolidación y frecuencia del encuentro.
23. El punto de arranque táctico está en las iniciativas políticas de masa concretamente existentes. La facultad dinamizadora de las organizaciones sociales y políticas (o político-sociales) debe considerar un puñado de contenidos tremendamente nítidos, elementales, simbólicamente decodificables para amplias franjas de trabajadores y pueblo. Esos contenidos subyacen en cada una de las luchas sociales actualmente en situación embrionaria. El rol del motor político constituyente es la traducción sintética de las demandas más acuciantes y que, al mismo tiempo, faciliten la acción directa y la confrontación de acuerdo a las proporciones del continente de fuerzas en construcción. Ni vanguardismos, ni economicismos posibilistas. Y asimismo debe rastrear los métodos más adecuados, más simples e incuestionables, más básicos y amigables, y ponerlos rápidamente en práctica.
24. El establecimiento de un Frente Anticapitalista no se crea en frío. Sus componentes iniciales ya existen como dispersión, e iniciativas locales, sectoriales y regionales. Al respecto, las voluntades políticas deben poner en tensión sus habilidades, multiplicar sus empeños y colocarse a disposición de un horizonte táctico claro, evaluable periódicamente, rectificable, autocrítico, perfectible. La voluntad política convocada, paulatinamente se acera en el ejercicio de la unidad popular, y comparte, obligatoriamente, los modos y contenidos de la recomposición premeditada y concordada democráticamente de las fracciones de los trabajadores y el pueblo en disposición creciente de lucha.
Andrés Figueroa Cornejo