Una experiencia de cooperativa vecinal enfrentada a los embates del dinero y la propiedad privada

Esquina de las calles Libertad con Compañía

Una experiencia de cooperativa vecinal enfrentada a los embates del dinero y la propiedad privada

Autor: Wari

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Esquina de las calles Libertad con Compañía. Un pizarrón apoyado en la acera invita a comprar «PAN» para solventar una «ESCUELITA». El portal de la casa está abierto de par en par, suenan cajones al ritmo de un landó y hacia adentro vemos cómo una antigua escalera sube serpenteando junto a un colorido mosaico de bienvenida. De diez que pasan, un par siempre detiene el ritmo para revisar el diario mural que mira hacia la calle. Otros menos, quizás los de siempre, ingresan, saludan, comparten alguna ronda de mate y vuelven a la vereda con su agradecido pan en la mano.

Eso ocurre desde afuera. Adentro el ritmo va más intenso. Desde 2011 que un grupo de vecinos dedicados al trabajo artístico y sociológico, comenzó a arrendar esta casa para albergar los talleres de la Orquestita de Integración Latinoamericana. Arreglaron la infraestructura del inmueble, mejoraron la conexión eléctrica, sumaron instrumentos, libros, herramientas, y todo lo necesario para mantener una gran casa. Le pusieron Escuelita Abierta para Creadores y Libres.

Se fueron activando redes de solidaridad entre vecinos. Agregaron plantas medicinales por los balcones y habilitaron una sala para el registro sonoro. Así el espacio comenzó a ser utilizado para todo tipo de talleres; de idiomas, de música, yoga, teatro, pintura, danza, literatura, foros, charlas, reuniones y cuanta cosa pública lo necesitara.

«La idea de la orquestita siempre fue fomentar la integración de las familias chilenas con aquellas provenientes del Perú, Colombia, Ecuador, Haití, y los demás países. Comenzamos con niños entre cinco y 11 años que no necesariamente tenían formación musical, y con quienes en cuatro meses ya estábamos presentando una obra con repertorio que incluía expresiones sonoras de las diferentes latitudes del continente», cuenta Analya Andrade, una de las gestoras del proyecto.

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EN BUSCA DE FÓRMULAS COTIDIANAS PARA LA AUTOGESTIÓN

Al ser una escuela centrada en el trabajo con niños y niñas, por lo general para recaudar fondos se hacían cenas pero sin venta de alcohol. Cenas con plato único, más jugos naturales, ventas de té, café, queques, pan de la casa con el agregado musical de cortesía. Pero como canta el merengue, el costo a la vida subió otra vez. Y esto obligó al grupo a crear nuevas estrategias para financiar el proyecto.

A fines de 2013 la corredora del inmueble llamada Sylvia Robles -de la empresa Lotaprop– subió a 400 mil el arriendo mensual. A esto se sumaban los gastos básicos de luz, agua, gas, Internet, más los insumos diarios para alimentar de manera saludable a quienes participan de los talleres, dando un total de 230 mil. El agregado de ambos montos despliega el batatazo: ¡630 mil al mes!

Ya en enero de 2014, en pleno trabajo con niños de Santiago y regiones, empezó a tambalear el proceso por el acoso constante de esta corredora, que solicitó el espacio por mora en el pago del mes de enero.

«A fines de marzo la señora Sylvia ingresó a la escuelita de manera violenta junto a su marido pidiendo que abandonáramos el espacio, argumentando que las condiciones en la que teníamos la casa era lamentable, sin considerar que antes acá vivían indigentes y personas que no cuidaban del espacio, se prestaba la casa para fiestas con llave y las instalaciones de agua estaban hechas pebre», explica Analya.

Los días pasaban, los talleres seguían en curso, pero con ello también crecía la deuda con la corredora. «El desafío nos llevó a desarrollar un trabajo también con los niños grandes, los padres y madres que debieron asumir un rol más activo para generar recursos de forma cooperativa», explica Edson Perdiguero, fotógrafo y permacultor brasileño encargado del nuevo diseño de gestión.

Armaron una sala de ensayo para bandas musicales a nivel semi-profesional. La comenzaron a arrendar por 50 mil pesos mensuales por el derecho a una sesión de media jornada cada semana. El mínimo a conseguir fue de ocho grupos, y con eso llegaron a los 400 mil para el arriendo mensual. Los 230 faltantes se lograron por medio de la venta de pan integral.

Paso a paso el nuevo sistema de organización comenzó a dar frutos. Cada día un encargado de la casa debía gestionar la producción, promoción y venta de mínimo siete bandejas de pan (a dos mil pesos cada una), además de orientar a los vecinos respecto al uso de los diferentes espacios de la casa. Pero tal como ocurre con los créditos bancarios, la deuda avanzó más rápido que la recaudación mensual.

La primera semana de junio llegó la notificación de demanda interpuesta por la señora Herminda Atero, dueña de la propiedad, quien puso término al contrato sin conocer antecedentes de las condiciones en las que la Escuelita se había hecho cargo del lugar: Instalación de baños en mal estado, filtraciones a la propiedad conjunta, problemas eléctricos y suciedad. Todo el esfuerzo había sido en vano.

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Tras esto, el 21 Juzgado Civil de Santiago dictaminó que los miembros de la Escuelita debían pagar dos millones de pesos a la dueña, incluyendo las costas del proceso. El grupo decidió constituirse como organización funcional comunitaria en el registro de la Municipalidad de Santiago y, con el nombre de Cooperativa Cultural Familiar, se acercaron a la corredora para comprar el inmueble mediante un proyecto de gobierno, pues la inversión hecha durante cuatro años por concepto de arriendo era importante y mediante la autogestión podían mantener el espacio. Pero tal moción fue rechazada sin comentario alguno.

Hernán Vega, vecino que junto a su hija Lya colabora activamente en el proyecto, reconoce que la noticia llegó en el peor momento. «Justo estábamos comenzando a desarrollar un modelo de autogestión educativa que requiere de un largo plazo para conocer sus efectos. Ahora debemos velar porque se mantenga la escuela. Los niños seguirán viniendo y si no tenemos casa estamos en problemas».

Kevin Tripol, joven de 11 años proveniente del Rimac, Perú, dice que «no es bueno quedarse sin casa, porque acá juego con mis vecinos, hacemos percusión, tomamos once, almuerzo y dibujamos». Anderson Legarda, limeño de 15 años, agrega: «En la Escuelita nos pasan instrumentos y aprendemos de música de mi país y de los otros países. Aparte que todo es gratis.»

Ante esta situación, una pareja de vecinos que mantiene en uso los terrenos de la estación fantasma de la Línea 5 del Metro (entre Cumming y Quinta Normal), decidió acoger los muebles, libros, herramientas, obras artísticas, disfraces, telas, equipos de sonido e instrumentos musicales de la Escuelita. Pero esto no asegura un espacio definitivo, ya que tales terrenos también se encuentran en litigio con la empresa estatal.

«Y ahora lo que nos queda es juntar de alguna manera esos dos millones para que no nos embarguen los instrumentos. Luego retomar el proyecto en otro espacio (…) Realizaremos una actividad masiva para recaudar fondos el día 6 de septiembre en un lugar por confirmar, con bandas amigas invitadas y mucho newen para continuar este proceso. ¡Mientras tanto seremos la Escuelita Sin Casa!», remata Analya Andrade.

Contacto: [email protected]

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Por Juan Pablo Rioseco Díaz

El Ciudadano


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