Mañana domingo 15 de marzo se realizará en Vitacura el primer plebiscito vinculante en una comuna de la historia del país. Está en disputa el mantener las actuales condiciones urbanas o se permite la demolición de casas y jardines para construir grandes edificios, en tres barrios de esa comuna. El Ciudadano contribuye con difundir la opinión del arquitecto José Cruz Ovalle respecto de la idea de ciudad en disputa.
La realización de este plebiscito el próximo 15 de marzo -ordenado por la Contraloría General de la República , gracias la convocación de miles de vecinos- que el alcalde había rechazado sistemáticamente, es la ocasión para detener esta sostenida masificación que nuestra municipalidad está promoviendo. En vez de ejercer la función institucional que le compete y velar por el destino de la comuna, preservando su valor y defendiendo los derechos de los vecinos, se ha transformado en una suerte de empresa promotora de la especulación inmobiliaria. ¿Es que se trata acaso de forzarnos a emigrar a otras comunas, de pasarnos la vida emigrando dentro de nuestra propia ciudad? Este absurdo sinsentido es lo que podemos detener rechazando cada una de las tres modificaciones al plan regulador que propone la municipalidad. (Incluso aquellas que se hacen aparecer como mejoras de lo actual: el llamado “boulevard” propuesto para Alonso de Córdova va amarrado a una serie de torres de hasta 18 pisos y también al aumento de altura con edificios hasta 13 pisos entre Nueva Costanera y Narciso Goycoolea, desde Isabel Montt hasta Alonso de Córdova).
Es que esta masificación de la comuna ha ido en aumento: edificios en altura surgen en medio de barrios con casas; una población de torres ha inundado las riberas del río Mapocho, en la continuación de Av. Escrivá de Balaguer sobre la rotonda Carol Urzúa, en lo que debió ser un gran parque con viviendas de baja y media altura. Una fila de edificios ocupa el Sport Francaise cerrando el frente de este gran parque a la Av. Juan XXIII. La municipalidad viola el límite urbano autorizando un conjunto de edificios que ocupan los faldeos del cerro Manquehue, nuestro parque natural más importante.
Sin embargo, la alcaldía intenta hacernos creer que han aumentado las áreas verdes. Sirve de poco hacer con una mano lo que se está deshaciendo con la otra: gran extensión de áreas naturales en las riberas del río Mapocho y esas en los faldeos del Manquehue, que deberían ser parques naturales o plantados, han sido borradas… Los árboles y el jardín de cada casa que es derribada para reemplazarse por la superficie pavimentada de los estacionamientos del edificio que la sustituye es también un área verde suprimida para siempre. Se trata de lo que es irreversible. Sumando y restando desgraciadamente el saldo es altamente negativo.
La autorización por parte de nuestra municipalidad de la edificación de torres aisladas en distintos puntos de la comuna opera como una estrategia. La torre no puede convivir con la edificación de baja altura. Eso lo sabemos todos. Por ello la municipalidad termina finalmente otorgando la posibilidad de edificar en altura a todos los vecinos de la manzana para compensarles por la pérdida de valor de sus casas y sus sitios (ya se oye en los diarios la voz de algunos que viendo peligrar sus “compensaciones” o sus posibles negocios defienden las modificaciones propuestas por la municipalidad).
Entonces, ¿qué pasa con la manzana del lado? Primero será la manzana del lado y así sucesivamente… Es precisamente la justificación que hoy nos da la municipalidadpara proponer -como una de las tres modificaciones a la legalidad urbanística vigente-, edificios de 10 pisos (9+1 piso retrasado) en terrenos de 1.000 m2, con hasta 4 departamentos u oficinas por piso -y torres de hasta 13 pisos en caso de conjunto armónico-, entre Nueva Costanera y Narciso Goycoolea, desde Isabel Montt hasta Alonso de Córdova (entre Av. Bicentenario y Narciso Goycolea, desde O´Brien a Almirante Pastene, ya existe una muestra del horror que se nos propone).
Se trata concretamente de la “justificación” derivada del impacto de esas torres de 26 pisos (junto a las Ursulinas) -de cuestionada legalidad- que autorizó la propia municipalidad: tienen que “compensar” a esos vecinos la pérdida de valor de sus sitios. Tienen que “permitir una mejor gradualidad entre las distintas edificaciones del área”. (El Mercurio, 1 de marzo, pág. C10). Cada torre aislada es la brecha abierta a una futura “compensación”, a una futura “gradualidad” en las alturas. Se compensa a unos pocos, se perjudica a la inmensa mayoría y se devasta la ciudad. ¿Quién compensa a los ciudadanos de la destrucción de sus barrios?
Este tipo de justificaciones muestran el nivel de argumentaciones con la que se está manejando una institución que debiera gobernar el destino de una de las comunas con más ingresos de Chile. No hay ideas, esto no tiene nada que ver con el urbanismo ni con lo que significa pensar la ciudad. Son simplemente esquemas para otorgar legalidad a operaciones de especulación inmobiliaria, centradas en la avidez del dinero. Todos sabemos que los planes y proyectos urbanísticos dentro de barrios consolidados deben partir por reconocer su valor y permitir que conviva en armonía aquello que se propone con la realidad existente. El verdadero urbanismo sabe integrar dicha complejidad. Por eso nuestra disputa –como dijo Cristián Warnken en su columna del El Mercurio el pasado 5 de marzo- “no es contra la modernidad, sino a favor de ella, si la entendemos como lo contrario a la barbarie.”
Es importante que difundan esta carta, el rechazo a estas tres proposiciones de modificación de la legalidad urbanística vigente propuestas por la alcaldía significa poner un límite a la masificación y pérdida de valor de Vitacura, pero es también un rechazo a que la ciudad en vez de ser gobernada sea manejada desde la total ausencia de ideas; un rechazo a la falta de creatividad y, porqué no decirlo, a la ausencia absoluta de espíritu: la barbarie.
por José Cruz Ovalle
Arquitecto