Pedro Castillo ha sido proclamado presidente de la república del Perú para el periodo 2021-2026, después de cuarenta y tres días de la segunda vuelta, y luego de un sistemático sabotaje político y jurídico del fujimorismo y sus aliados. El discurso del “fraude” solo sirvió para que la ultraderecha peruana se coagulara como una de las fuerzas más reaccionarias de la región. Pero un escenario de ataques diarios en las portadas de los medios y resabios de cuartel era previsible. La definición estará en la dirección del cambio.
Para los gobiernos progresistas los plazos son cortos, los aliados suelen ser fugaces y las esperanzas desesperan. Por eso los desafíos del profesor se moverán en el inmediato y mediano plazo. Podemos organizar estos desafíos en dos bloques: la ciudadanía plena y soberanía nacional e internacional. Ambos se corresponden con las promesas que llevaron a Pedro Castillo a ser el presidente de los de abajo.
El profesor ha dejado explícito su deseo de que el Perú deje de ser un país con ciudadanos de primera y segunda clase: “el voto de La Molina, San Isidro y Miraflores – los distritos de la clase alta- tiene el mismo peso que el voto del pobre”– sostuvo. La exigencia por una ciudadanía plena es una prioridad para el plazo inmediato, y la gestión de la pandemia será su centro de operaciones: expandir el Estado hasta el último tramo de sus fronteras, refinanciar el presupuesto, resolver las brechas de aprendizaje y atención médica, dignificar materialmente a los trabajadores, especialmente a los que se encuentran en la planta más baja. Hay que recordar que Castillo proviene del sindicato de docentes, y uno de sus aliados principales fue el gremio de enfermeras.
A lo anterior se agrega la reactivación de la economía popular. Si la gestión de la pandemia tuvo como eje la repetición de la fórmula del chorreo, que ha recibido críticas incluso dentro de los sectores tecnocráticos más moderados, el gobierno de Castillo deberá invertir el orden: movilizar la microeconomía precarizada, para que las promesas del cambio se hagan carne en el campo y la ciudad, en sus corazones y bolsillos. Sin embargo, este cambio de eje deberá correr en paralelo con una de sus principales promesas de campaña y que será posiblemente el parteaguas de su gestión: recuperar la soberanía estatal a partir de un nuevo marco constitucional, para reorganizar la economía y recuperar el control de los recursos naturales, como sucedió en otros países de la región.
Aunque no se ha definido cual será la ruta a seguir, aparece en el horizonte un nuevo contrato social a través de una Asamblea Constituyente, una reforma integral de la constitución que pase por el Congreso, un referéndum nacional, o la reforma concreta del propio capítulo económico. Ninguna de estas opciones ha quedado descartada.
La recuperación de la soberanía también deberá expresarse en las relaciones internacionales. El profesor ha dado señales de estar en las antípodas del Grupo de Lima. Se ha mostrado próximo a tener una agenda común con los bloques latinoamericanos, con apertura a forjar nuevas relaciones con China, la UE, Rusia y EE. UU. En un escenario de crisis del globalismo y los aletazos del trumpismo unilateralista, la salida regional y multilateral será una de las vías más importantes para que los países de la región resurjan después del descalabro pandémico.
Todo ello tendrá condiciones de posibilidad en tanto el presidente Castillo pueda sostener una coalición lo más diversa posible para apalancar las principales expectativas de cambio, al mismo tiempo que su gobierno resuelve con medidas concretas la vida de los peruanos más humildes. Si Castillo logra concretar una buena parte de estas promesas, no sería una exageración afirmar que una nueva independencia es posible, pero ahora sí, con todos y todas.
Ernesto Mori
Perú
El Ciudadano