Una reflexión sobre nuestro anti latinoamericanismo
Muchas veces se oye decir que los chilenos no tenemos identidad, que aquí se copia todo del extranjero, que nuestra aspiración ha sido y debe ser constituirnos en la región como la copia exitosa, aunque gris, de un imaginario mundo desarrollado que se ubica en el norte geográfico del planeta. Además de imposible (siempre se tiene una identidad, aunque sea siempre cambiante), esta creencia popular fue instaurada por los sectores más conservadores de nuestra sociedad y posee un sesgado interés político de hacer de esto una copia feliz de ese otro edén, el país isleño y separado, desentendido del curso latinoamericano, ajeno a las problemáticas continentales: la “excepción” de paz y estabilidad.
Pocos recuerdan que el 31 de marzo de 1866 Valparaíso fue bombardeado por una escuadra española y menos cuáles fueron los motivos que llevaron a este lamentable estado de cosas. En un tiempo como el presente, en que los problemas limítrofes con Perú tienen a nuestra diplomacia en carne viva; en que un pequeño grupo de soldados es filmado alzando cánticos injuriosos para con nuestros vecinos; en que son condecorados tres soldados bolivianos torpemente arrestados en territorio chileno; y en que nos vemos interpelados por la muerte de Hugo Chávez, emblema de la izquierda latinoamericana y, sobre todo, restaurador de la gran aspiración bolivariana, parece razonable interrogarse sobre quiénes somos, quiénes queremos ser y qué historia nacional hemos olvidado en el camino.
“Si para nuestra desgracia aun cuando la nación ponga su fortuna y su vida a disposición del gobierno no hay como prestar un eficaz e inmediato auxilio al Perú, entonces no queda al gobierno de Chile otro partido, dentro de la honra y la gloria de la patria, que el sacrificio. ¿No tiene ni puede tener Chile sino una nave para enviar en socorro del Perú? Pues bien, si tal es nuestra debilidad, el presidente de la República debe embarcarse en una nave e ir a hacerse matar en las aguas de Chincha”. Diario El Ferrocarril, 6 de mayo de 1864.
Entre la Guerra contra la Confederación Peruano Boliviana y la Guerra del Pacífico se cuenta una de las más bellas historias de compromiso continental en la que Chile ha participado. España había invadido unas islas peruanas en la costa limeña y el Perú intentaba resolver el asunto a través de su diplomacia. Una guerra con la península, aunque ésta estuviera bien de capa caída, no venía bien para una joven república y de forma titubeante se trató de evitar. Sin embargo, la prensa continental dio fuertes señales de protesta y Chile fue líder de esta manifestación. La discusión interna y, sobre todo, la negativa ambigua por parte de Chile de abastecer a los españoles en nuestros puertos dieron pie a una amenaza muy explícita por parte de los españoles el mismísimo 18 de septiembre. Apelando a que su dignidad republicana también pasaba por la del vecino, Chile le declaró la guerra a España en el mes de la patria de 1865.
“Chile es el único que puede auxiliar eficazmente al Perú despojado. Chile abatido, vencido, desarmado, la absorción no tiene obstáculos, el sueño se realiza, la Europa de las monarquías se come a la América de las repúblicas”. Diario El Ferrocarril, 16 de septiembre de 1865.
El asunto adquirió color de hormiga. Y la prensa nacional presionó al gobierno llegando a decir que si Chile no podía salir en defensa del Perú el presidente de la república (José Joaquín Pérez), debía embarcarse en una nave e ir a hacerse matar en las aguas de Chincha. En resumen, que si Chile no podía ayudar a Perú entonces no valía un peso como república y como país independiente, por lo tanto era mejor, para salvar un poco la dignidad, que el presidente se pegara un tiro en la cabeza lo antes posible. En pocos meses Chile se convirtió en un líder de la defensa republicana en Sudamérica y alentó al Perú a abandonar los medios pacíficos y unirse a la causa. Así se configuró la que sería la Alianza del Pacífico, a la que poco después se uniría una Bolivia que aún conservaba su soberanía marítima y Ecuador.
Aunque nos hicimos con la Covadonga en Papudo, (y, paradojas aparte, la hundimos en la Guerra del Pacífico contra el Perú), la cosa terminó mal. Una vez constituida la Alianza Americana se procedió a bloquearle toda posibilidad de abastecimiento a la flota peninsular. En venganza, como haciéndonos tapita, los barcos españoles nos bombardearon el Puerto de Valparaíso y un mes después intentaron hacer lo mismo con el Callao, aunque allí se combatió y hoy es un día de gloria nacional para el Perú. Nosotros, en cambio, casi lo hemos olvidado, igual como olvidamos nuestro caro compromiso.
La aspiración de unidad latinoamericana se fundó en el republicanismo que permitió pensar nuestros países como una unidad supranacional. Tanto fue así que en 1864 el gobierno peruano convocó a un encuentro con vistas a un Congreso Americano en el cual participó Manuel Montt, como enviado especial por nuestro país. Allí se pretendió crear una instancia que pudiera mediar en los conflictos limítrofes de los países del continente y que contribuiría al desarrollo de este nuevo mundo, civilizado, moderno y republicano. Fue en ese contexto, en el que Chile se embarcó en la noble empresa de la defensa continental.
Es cierto que después nos enfrentamos en una guerra con nuestros vecinos en la cual les quitamos un pedazo importante del cual se extrae hasta hoy nuestra mayor fuente de riqueza nacional, pero tampoco es menos cierto que el conflicto fue fundamentalmente con Bolivia y que Perú, salió noblemente en su defensa y fue la gran víctima de su compromiso y de su respeto a los acuerdos previos.
En un tiempo en que el único latinomaericanismo posible parece ser uno de corte chavista, y en que los sectores más conservadores de nuestra sociedad lo desacreditan en tanto lo consideran izquierdizante, parece sano recordar objetivos fundacionales como lo son los republicanos, ese “otro” latinoamericanismo que también ha sido (y puede ser) una posibilidad de futuro. La solidaridad del idioma, del pasado es mucho, pero mucho más es la solidaridad del bienestar, decía con una claridad suprema la prensa liberal. Lo principal es que ya en el siglo XIX intentamos un proyecto comunitario destinado a proteger y a revitalizar nuestras repúblicas. En esta identidad siempre cambiante, ¿quiénes queremos ser?… historias tenemos para regodearnos.
Por Daniela Belmar Mac-Vicar
Estudiante de Magíster en Historia, Universidad de Chile
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