La radicalización ideológica, ser revolucionario en el mundo de las ideas, implica un proceso de polarización que llevan a cabo los individuos antes de tomar la decisión de formar parte de un actor colectivo revolucionario. Esta radicalización ideológica implica además la producción de imágenes de la política y vivencias que ellas implican, impulsando así el tránsito hacia una etapa superior que implica el vivir esa “revolucionariedad” en el diario vivir, la radicalización política.
En el caso de las personas que provienen del modus vivendi cristiano se plantea un tránsito tanto más dificultoso como intenso. El ingrediente cristiano tiñe, al mismo tiempo, el compromiso político (la militancia en el MIR), de un cromatismo religioso que contempla, incluso, el martirologio.
El sacerdote Rafael Maroto compartió imágenes políticas, estructuras afectivo-valorativas y un proceso de gestación de la alternativa revolucionaria similar a los religiosos del continente como Camilo Torres y Rafael Pérez[1]. Ellos re-significan estos elementos con la decisión de llevarlos a la práctica a través de su militancia en un partido revolucionario, en un partido de cuadros político-militares.
En el libro Memorias de militancia en el MIR, RIL Editores, 2014, del doctor en Estudios Latinoamericanos, Sergio Salinas, aparece una biografía del padre Maroto de la cual extraeremos algunos párrafos.
“La violencia originaria, raíz y principio de todas las demás violencias sociales, es la llamada violencia estructural, la injusticia de las estructuras sociales, sancionada por un orden legal injusto y orden cultural ideologizado, que como tales constituyen la institucionalización de la injusticia”. Ignacio Ellacuría S. J. [2]
Rafael Maroto Pérez nació el 10 de enero de 1913. Provenía de una familia muy cristiana y bastante religiosa: “Mi padre, siendo un hombre políticamente de extrema derecha, muy muy derechista, y así murió el viejito; sin embargo, era un hombre extraordinariamente comprensivo con toda la gente.”[3].
Su educación formal la realizó en el Instituto de Humanidades. “Ahí hice yo todos mis estudios, desde la preparatoria hasta el sexto año de humanidades. Fueron siete años, seis de humanidades y uno de preparatoria. Después pasé a estudiar Leyes a la Universidad Católica, e hice los estudios entre la Universidad Católica y la Universidad de Chile, porque después de segundo año pasé a la Universidad de Chile y terminé derecho. Y después de eso me fui al Seminario”[4].
En el año 1931, Rafael Maroto, que se encontraba estudiando Derecho, participa activamente en la lucha en contra del gobierno de Ibáñez. “Después viene el año ’32 con la caída de Montero, otro gran conflicto que se produjo, indudablemente para mí muy interiormente, con la República Socialista. Voy a señalar una opción clara: yo diría que si había alguna opción, era una opción dentro del sector cristiano, muy avanzada dentro del sector cristiano”[5].
Al salir del Seminario, sus amigos y compañeros afirmaban que Rafael Maroto tenía por delante una segura carrera eclesiástica pero decidió hacerse cura-obrero. El padre Maroto siempre buscó, como cura obrero, el ideal de proletarización, es decir trabajar como un obrero más. Este tema ya lo había hablado con amigos sacerdotes en los años 40, a los que respetaba mucho como monseñor Francisco Vives o el padre Alberto Hurtado. “En esa oportunidad solicitó trabajar como obrero en la población La Legua, petición que no fue aceptada”[6].
Algunos años después, esta petición fue aceptada. Y aunque Rafael Maroto fue nombrado párroco en La Legua siempre trató de ser un poblador más. “En el período en La Legua, creo que es uno de los períodos más importantes de mi vida. Yo recibí en La Legua mucho. Mucho más de lo que puede significar dar; siempre en las relaciones humanas hay un dar y un recibir. Yo no digo que ni diera algo; indudablemente, di, pero mucho más recibí que di”[7].
El historiador y planificador urbano Gonzalo Cáceres, recuerda con respecto a las personas que visitaban a los antiguos campamentos, llamados callampas: “el alza del compromiso, nos hace preguntarnos ¿Con quién? Por ejemplo, con las familias provenientes de toda la ciudad y que desde la década del ´10 se ubicaron en el Zanjón de la Aguada hasta interpelar con su fisonomía a sacerdotes como Rafael Maroto y a estudiantes de arquitectura como Mariano Puga. Obviamente, no todos los sacerdotes pensaban igual aunque los involucrados hundieran “…sus pies en el barro”[8].
Una pobladora recordó que en los tiempos de la población el sacerdote sólo era conocido como Maroto, no más. “Yo trabajé con él, fuimos dirigentes los dos de esta población. Aunque era mujer, yo le gané por votos, se puede decir, y el salió segundo y quedó como vice-presidente de la población. Eso es en el año 59”[9].
Fotografía del campamento Nueva La Habana en los años sesenta[10].
El periodista y escritor español Eduardo Blanco Amor lo recuerda así: “Este cura es ágil, joven y claro como un chico. Alma de niño transparente también en sus ojos azules. Lleva la ropa mínima para ser cura –se ve de inmediato que es cura hacia adentro- y su sacerdocio gozoso, como deportivo, que así debe ser, le anda bailando en los ojos de agua y en las manos llenas de una indecisa agitación que no se sabe sí va a resolverse en bendición, caricia o faena menestral. Lo que sí se adivina es que no se bendecirán sobre la grey la clava fanática ni asperjarán sobre ella la lumbre del que condena las almas sin haberse antes ocupado de la tarea de salvar los cuerpos en que anda implícita. A éste que digo, le llamo no P. Maroto, que el nombre pasó a alias, sino P. Callampa. Y cada vez que se lo llamo, le tiembla en los ojos la alegría como si lo condecorase con la palabra”[11].
Relata el periodista gallego una visita a la población: “El P. Callampa me guía por su laberinto donde ‘viven’ 12.000 almas, ‘buenas tardes, Padre’, ‘buenas tardes, Padre’. El saludo le rodea como una salmodia cariñosa. Sale de los labios de los niños de pies desnudos y ojos aún confiados; lo dicen las mujeres, deteniendo un instante el quehacer o el comadreo: lo pronuncia, como oblicuo, el hombre ‘de otra ideología’ que no sabe cómo reaccionar contra esta mansedumbre, contra esta abnegación”[12].
Continúa el relato del escritor hispano señalando que: “La esperanza abre ya aquí sus remansos, sus formas prácticas. El cura me muestra el socavón de detritus cegado por el trabajo colectivo, en el que empieza a dibujarse una plaza que reflota a los niños del hondón de la basura para atraerlos a la superficie de sol, de juego. Algunos trabajadores van aupando los ladrillos, domingo a domingo, para que la callampa eche raíz en tierra que aún es de nadie, que aún está en veremos y que aún el Fisco puede reivindicar para su frecuente estupidez. Las flores lujo también del pobre, asoman por el borde del ex utensilio culinario o de lata que trajo aceite, y un arbolillo surge por allí con aire de ‘buenos días’. Sí, la gran simiente de la esperanza empieza aquí a echar sus grumos, por este lado donde la voz de Cristo debiera ser declarada de utilidad pública”[13].
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Eduardo Blanco Amor, en este artículo, señala que: “La voz del cura llamó al corazón de unos y otros, y las voces contestaron hasta el límite donde el relapso de la ‘ideología’ o el contumaz de la vagancia o el vino se defienden en posiciones que, dentro de sí, saben que son indefendibles”[14].
El joven sacerdote que tenía por delante una segura carrera eclesiástica y que era un brillante predicador había optado por los pobres. “Rafael Maroto tenía una gracia muy excepcional: la capacidad de bajar en los escalones institucionales y sociales, para subir en calidad de militante y revolucionario”[15].
Como recuerdan algunos pobladores de la parroquia San Cayetano de la Población La Legua: “Podría haber tenido una carrera eclesiástica brillante pero decidió hacerse cura-obrero y fue obrero en la construcción del Metro de Santiago. Fue un fiel seguidor de esa tradición francesa del siglo XX por la que muchos sacerdotes decidieron no vivir de la limosna parroquial sino que trabajar como obreros no sólo para estar cerca del mundo de los obreros sino que cerca del mundo que había conocido Jesús de Nazaret”[16].
El padre Maroto cuenta que le tocó vivir la persecución contra el Partido Comunista cuando vivía en La Legua. “Logré conversar con muchos que llegaban y que estuvieron detenidos en ese momento, y yo me moví, y me tocó salir francamente a la defensa frente a esa persecución que se daba contra los comunistas. Entonces ya me tenían calificado a mí como hombre de izquierda, aunque yo creo que todavía no había logrado personalmente, llegar a ser un hombre verdaderamente de izquierda, pero ya estaba calificado como tal. Esa experiencia me ayudó extraordinariamente a serlo, en realidad”[17].
Posteriormente el padre Maroto fue designado Vicario Episcopal. “Eran los años en que en toda América Latina y en la Iglesia Católica a nivel universal, muchas cosas comenzaron a cambiar o, por lo menos, a cuestionarse”[18].
Para el padre Maroto es difícil describir cómo se fue produciendo la evolución desde su compromiso social al político. Afirma que su vivencia en la población la Legua, donde algunas personas lo llamaban el padre Callampa, lo marcó profundamente y lo hizo sentirse un hombre del pueblo pese a su origen social alto. “Y se fue continuando en el tiempo, se fue haciendo cada vez más fuerte, siendo que tuve otros cargos que no tenían nada que ver con esa situación. Yo fui Vicario, por diez años fui Vicario del Cardenal. Eso me separó un poco de ‘la papa’, donde se está dando la lucha, pero la inquietud seguía muy fuerte”[19].
En 1964, el padre Rafael Maroto es nombrado capellán del palacio La Moneda hasta septiembre de 1973.
Luego del 11 de septiembre de 1973, muchos de los participantes de un grupo de sacerdotes partidario de la teología de la liberación, llamado Movimiento Calama, tuvieron que salir de Chile. Por otra parte, José Aldunate afirma que los partidarios de la naciente teología de la liberación como Rafael Maroto, Mariano Puga, José Correa, Santiago Fuster “optamos por continuar. El Golpe nos dispersó, estuvimos algunos trabajando y en 1975 nos reunimos todos en Santiago. En Santiago, pues, nos organizamos para rehacer el Movimiento Calama que debía de ser semiclandestino, bajo el epígrafe de EMO (Equipo Misión Obrera). La ausencia forzada de Juan Caminada nos favoreció en cierta manera para adaptar su Proyecto a las realidades de un país y una Iglesia bajo una Dictadura Militar”[20].
El mismo padre Maroto afirmó, en una oportunidad, que cuando decía el concepto de pueblo lo hacía como cristiano, “en el sentido del Reino que comienza aquí en la Tierra, al irse construyendo una sociedad justa, al irse construyendo una sociedad en la cual todos tengan prácticamente los mismos derechos; ésta es la Victoria Final. La Victoria Final es alcanzar esa sociedad justa a la cual aspiramos, esa sociedad solidaria, y que yo lo digo con toda franqueza, con toda sinceridad, para mí tiene un nombre: es la sociedad socialista”[21].
Pero al compromiso social que había acompañado al padre Maroto durante toda su vida se sumaba su compromiso político como militante del MIR desde el mismo momento del golpe militar. “Creo que en realidad me incorporé a la Resistencia desde el primer momento. Mi intervención respondió a una postura que entonces se vio como la única posible. El ejercicio de esa resistencia se realizó a través de las organizaciones que el pueblo se fue dando, tratando de participar realmente en ellas, de ir clarificando pensamiento dentro del mismo pueblo, animando, comprometiéndose con la realidad, e impulsando de alguna manera la movilización”[22].
En un artículo de la revista Punto Final se señala que “en el comité central del MIR, el cura Maroto era Absalón, el hijo rebelde de David. Fue el primero de los religiosos -y religiosas- que abrazó la militancia en ese movimiento. Al MIR pertenecieron numerosos sacerdotes y monjas que compartieron su fe con la Teología de la Liberación y con el marxismo, haciendo complementario lo que parecía antagónico”[23].
En 1988, Rafael Maroto asumió la presidencia del último congreso del MIR. “La organización ya estaba minada por el cáncer de la división, que llevaría a su desintegración. Más adelante Maroto participaría en varios -pero inútiles- esfuerzos por reconstruir el MIR. Tuvo, asimismo, un rol activo en iniciativas que partieron de ‘Punto Final’, como los foros -que generaron el Comité por la Unidad de la Izquierda, que presidió el ex ministro Pedro Vuskovic-; en el Movimiento de Izquierda Democrático Allendista (Mida) y más tarde, en la fundación del partido Fuerza Amplia de Izquierda (FAI) que Maroto presidió”[24].
Rafael Maroto falleció a los 80 años, el 10 de julio de 1993. “En una helada mañana, el 10 de julio de 1993, entregó su vida confiadamente a ese Dios que él supo anunciar con valentía, el Dios de la justicia, la libertad y la dignidad. Sus funerales transformaron el frío grisáceo del invierno santiaguino en una fiesta de resurrección primaveral. Predominaba el respeto, la gratitud, el homenaje a uno de esos hombres que nunca mueren, que siempre resucitan en el corazón del pueblo al que han amado y por el que han dado hasta la última gota de energía”[25].
El padre Aldunate al recordar al padre Maroto señala que “Rafael fue tremendamente consecuente con sus convicciones. Eran dos: su fe religiosa y su compromiso con el mundo obrero. Fue también, hasta el final, plenamente responsable con sus compromisos miristas. Falleció en plena posesión de su fe y en su identidad sacerdotal. No es verdad que fuera excomulgado. El arzobispo de entonces, Mons. Francisco Fresno, lo visitó en su lecho de enfermo y convino con él un acuerdo: mientras fuera vocero del MIR, no celebraría rito católico alguno, pero permanecía en plena posesión de sus facultades sacerdotales. Nunca fue excomulgado”[26].
Por Aldo Fernández
NOTAS
[1] Ambos militantes del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Colombia.
[2] S. J Ignacio Ellacuría, “Trabajo no-violento por la paz y violencia liberadora”, Revista Reflexión y Liberación, año 1, vol. 4, dic-febrero, 1990, Santiago, 6p.
[3] Jorge Narváez, Maroto. Testimonio de un cura revolucionario, Santiago, Terranova Editores, 1986, parte en la página 1973, 2015-2016p.
[4] Ibid. 2017p.
[5] Ibid., 2029p.
[6] Ibid.
[7] Ibid. 2054p.
[8] Gonzalo Cáceres Q., Con la barriada al centro. Viviendas al margen, 1957-1977, Bifurcaciones, Revista de Estudios Culturales Urbanos, 22 de enero de 2013:
http://www.bifurcaciones.cl/2013/01/con-la-barriada-al-centro-viviendas-al-margen-1957-1977/
[9] Jorge Narváez, Maroto: testimonio de un cura revolucionario, op. cit., 2049p.
[10] Gaviotas blindadas, Historia Archivada #1 La experiencia del poder popular en Chile, 28 de noviembre de 2012: http://gaviotasblindadas.blogspot.com/2012/11/la-experiencia-del-poder-popular-en.html
[11] Eduardo Blanco Amor, El padre Callampa y su población, revista Política y Espíritu, año IX, N°95, 1° de julio de 1953, Santiago, 13p.
[12] Ibid.
[13] Ibid. 13-14p.
[14] Ibid.14p.
[15] Leo Wetli, Rafael Maroto Pérez: Sacerdote, profeta y revolucionario, Centro de Estudios Miguel Enríquez, 2p: http://www.archivochile.com/Memorial/caidos_mir/M/maroto_perez_rafael.pdf
[16] Mario Aguilar Benítez, Aniversario Pascua Rafael Maroto, 10 de julio 2013: http://g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=12628
[17] Ibid. 2054p.
[18] Ibid.
[19] Ibid.
[20] José Aldunate, “El movimiento Calama. Una experiencia que hizo historia en Chile”: http://www.cronicadigital.cl/news/columnistas/aldunate/18906.html.
[21] Jorge Narváez, Maroto: testimonio de un cura revolucionario, op. cit., 1981p.
[22] Jorge Narváez, Maroto: testimonio de un cura revolucionario, op. cit., 1981p.
[23] Revista Punto Final, Rafael Maroto P.: fulgor de fe y esperanza en la lucha revolucionaria, edición Nº 761, 6 de julio, 2012: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=152741
[24] Revista Punto Final, Rafael Maroto P.: Fulgor y muerte, op. cit.
[25] Leo Wetli, Rafael Maroto a 10 años de su muerte, revista Punto Final: http://www.puntofinal.cl/547/rafaelmaroto.htm
[26] José Aldunate, Un amigo, Rafael Maroto, op. cit.
El Ciudadano