Antes de morir, el todopoderoso empresario Gianni Agnelli, l’Avvocato, dijo bromeando y con cierto aire de intriga: «¿El asesinato de Aldo Moro? Nada se sabrá mientras los asesinos vivan. ¿Las Brigadas Rojas? No, no… Ellos fueron los ejecutores, sí, pero no los verdaderos protagonistas».
En Italia, hablar del secuestro y homicidio de Aldo Moro -primer ministro entre 1963 y 1968 y desde 1974 hasta 1976- supone adentrarse en una enmarañada trama de especulaciones y medias verdades que salpica a todo tipo de personajes vinculados al poder. Es el asunto sucio por excelencia del país, y en él se ha implicado a la CIA, masones, la Mafia y hasta el Vaticano.
Los hechos sucedieron el 16 de marzo de 1978, día en que el Congreso italiano iba a votar una moción de confianza favorable al gobierno de Giulio Andreotti, por primera vez con el apoyo del Partido Comunista. Pero ese día, Moro, líder de Democracia Cristiana, orador paciente, hábil negociador y conservador ilustrado, no llegaría a la Cámara. Había sido seleccionado como objetivo por las Brigadas Rojas, la organización revolucionaria que puso en jaque al estado italiano a finales de los setenta. «Democracia Cristiana era el Estado y debíamos purgarlo», confesó en 1998 Franco Bonisoli.
UNA ACCIÓN SIN RETORNO
Semanas antes del atentado, Bonisoli vio por casualidad a Moro dirigiéndose a la Iglesia de Santa Clara. La organización comprobó que el político realizaba el mismo recorrido a diario y decidió actuar.
Llegó el día señalado, y la acción fue rápida. Moro viajaba en un Fiat y un Alfa Romeo lo escoltaba con tres policías a bordo. A las 9 de la mañana, los brigadistas bloquearon el coche de Moro desde Via Stresa, provocando el choque del Alfa contra el Fiat del ex primer ministro. En medio de la confusión, los terroristas, con uniformes de Alitalia, sacaron sus armas y abrieron fuego a discreción. Sacaron al político de su coche y huyeron del lugar.
Dos días después, el 18 de marzo, Il Messaggero de Roma recibió una llamada: «En un fotomatón de la plaza de Torre Argentina encontrarán una bolsa con nuestro primer comunicado». Y así fue. En el comunicado, las Brigadas anuncian el comienzo del «proceso» a Moro, al que no tardan en considerar «culpable». Junto a la nota, una foto en la que se ve a Moro en mangas de camisa da la vuelta al mundo. Durante su cautiverio, el político intentó convencer a su partido y al Papa Pablo VI a que accediese a las demandas de las Brigadas, supuestamente dispuestas a intercambiarle por presos.
Italia vivió en vilo durante 55 días. Al final, su cadáver apareció el 9 de mayo, en el maletero de un coche estacionado en pleno centro de Roma. ¿La verdad? Hay cientos de versiones, pero muchos investigadores coinciden en que su asesinato fue orquestado por la CIA. Según su viuda, Kissinger le advirtió: «Debe abandonar esta actitud de incluir a los comunistas en su gobierno… o lo pagará caro». Y acertó.
El pasado domingo 9 de mayo se cumplieron 32 años después de su asesinato a manos de las Brigadas Rojas.
Sin embargo, a pesar de las consecuencias del crimen, aún se desconocen las causas reales del secuestro. Desde 1978, las hipótesis sobre quiénes fueron los verdaderos implicados en el crimen nunca han cesado.
En el libro Doveva morire (Tenía que morir), publicado en febrero de 2008, Ferdinando Imposimato, uno de los magistrados encargados del caso, denunció «las mentiras, omisiones, zonas oscuras y maniobras» cometidas por las autoridades para desviar a la policía y a la magistratura.
«Descubrí por casualidad, 15 años después, documentos del comité que manejó el caso. Al leerlos se entiende claramente que se aplicaba una estrategia para eliminar a Aldo Moro», denunció en una entrevista a la agencia AFP.
LA FAMILIA DA SU VERSIÓN
Por si fuera poco, el psiquiatra estadounidense Steve Piecznik declaró al diario La Stampa que se infiltró en las Brigadas Rojas para que asesinaran al político democristiano. «Su sacrificio evitó que los comunistas entrasen en el poder, con lo que el país se habría hundido». Estas declaraciones han conmocionado a la familia Moro, cuya hija, Maria Fida, ha dado su versión a los medios italianos.
«Mi padre murió porque era un pacificador. Nunca sabremos la verdad -escrita con uve mayúscula-, pero está claro que había una serie de voluntades, y no sólo en Italia, para borrar a esta persona del escenario político. Es muy cómodo decir que fueron las Brigadas Rojas. Pero no fueron sólo ellas», asegura.
Por Jesús Centeno
Fotografía: La foto durante su cautiverio, difundida por las Brigadas Rojas, dio la vuelta al mundo. AP
Fuente: Público.es