La matanza ocurrida hace 45 años en Indonesia es probablemente una de las más grandes y sin embargo más desconocidas del siglo XX. Más de un millón de comunistas y simpatizantes fueron asesinados por la dictadura castrense presidida por Haji Mohammad Soeharto, mejor conocido como Suharto. Esta operación fue mediada por el gobierno de Estados Unidos, quien ensayó sus manuales de contrainsurgencia por primera vez a gran escala utilizando a Indonesia como laboratorio de experimentación. El producto: la comprobación empírica de la efectividad de una intervención tanto dentro de las fuerzas armadas como de los montajes para legitimar los golpes de Estado, y así inclinar la balanza a su favor en el contexto mundial.
En los meses previos al golpe de Estado en nuestro país se podía leer en las paredes de la Universidad de Chile “se viene Yakarta”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Indonesia, que en ese entonces era colonia holandesa, fue invadida por Japón iniciando una lucha nacionalista por la independencia que terminó con la expulsión de los nipones y el rechazo a Holanda en sus intentos de recolonización. Dentro del movimiento nacionalista se destacó el líder independentista Sukarno, quien pasó a ser el presidente de la nueva indonesia. Sukarno instauró rápidamente una república profundamente presidencialista, con una economía regulada en parte por el Estado, con varias empresas y recursos estatizados. Indonesia encabezó al conjunto de los países no alineados durante los primeros años de mitad de siglo.
Para gobernar, Sukarno se apoyó básicamente en las fuerzas armadas y el Partido Comunista de Indonesia, PKI, el tercero más grande del mundo en la década del cincuenta con más de tres millones de miembros. La dirección política del PKI estaba guiada bajo la dirección propuesta por la Unión Soviética durante la era posterior a Stalin, la cual consistía básicamente en la idea de la revolución a través de la vía pacífica de las instituciones democráticas liberales.
Las relaciones entre el PKI y el ejército eran antagónicas, ya que este último era fuertemente pro occidental producto de la adoctrinación llevada a cabo por Estados Unidos a través de programas de capacitación entre ambos ejércitos.
En el análisis de la Casa Blanca se estimaba de vital importancia el rumbo que adoptaría Indonesia para la configuración geopolítica mundial. Con el triunfo de la Revolución Cubana y la consolidación de la Revolución China, el sudeste asiático era un elemento fundamental dentro del escenario de la guerra fría debido a los intereses capitalistas en las capacidades del mercado (solo en Indonesia vivían 150 millones de personas) y la riqueza en recursos naturales de los países asiáticos.
Pero principalmente el gobierno estadounidense temía el efecto dómino que podría provocar alguna revolución socialista en la zona, adoptando una campaña de intervención directa con el fin de abortar los incipientes procesos revolucionarios en los países asiáticos. Indonesia fue el primero en ser influido por las articulaciones imperialistas de Washington tras la Guerra de Corea, momento en que se inició la intervención flagrante de Estados Unidos en sus zonas de “interés”.
Con la excusa de un falso atentado, análogo a lo que en nuestra experiencia nacional fue el “plan zeta”, las fuerzas del ejército se tomaron el poder con Suharto a la cabeza, quien rápidamente implementó una campaña de exterminio en contra de todos los miembros del PKI, incluido mujeres y niños además de simples simpatizantes.
La cifra que entregó la CIA en ese momento estimaba los muertos en 250.000. Entidades como la ONU estiman el total en más de un millón de victimas. La dictadura de Suharto duró más de tres décadas y fue conocido como el gobernante “más corrupto del mundo” por la prensa mundial, hecho que no limitó el entusiasta apoyo de Estados Unidos con la dictadura castrense hasta sus últimos días.
Por Sebastián Fierro Kalbhenn
Fotografía: withfriendship.com
El Ciudadano