Hay voces en el parlamento, que han esgrimido la idea de que al terminar con la constitución de 1980, Chile terminará con la que pareciera una eterna “transición a la democracia”, en palabras del Senador Navarro: “La transición política post dictadura termina sólo con una nueva Constitución”, lo que se quiere sugerir implícitamente de parte de este y otros políticos es que, una vez creada e instaurada una nueva constitución se desvinculará totalmente el Estado del legado del régimen fascista iniciado en 1973.
Pero las principales 3 precauciones -a nuestro juicio- que debe tomar todo aquel que se jacte de patriota son: 1) Que las constituciones no desbordan la realidad del Estado, de hecho, son una serie de postulados ideológicos y normativos que orientan las actividades de los poderes descendentes y ascendentes del Estado, sin agotar las posibilidades prácticas de esos poderes de un modo análogo a las normas de la RAE para con el lenguaje. Además, dada la existencia de Estados sin constitución (Israel, Inglaterra, &c.) se deduce que no es requisito la existencia de una constitución para la existencia de un Estado. Por otra parte, estos presupuestos de fundamentalismo constitucional se basan en la idea del llamado <Estado de Derecho>, una redundancia, puesto que todo Estado contiene normas organizativas, normas de coacción, entonces el Estado siempre es de Derecho y la tesis fuerte aquí es que sin Estado no hay Derecho, cuestión que no es válida para aquellos que sostienen la posibilidad de un derecho natural (música celestial) o un derecho internacional -lo que existe son variedad de tratados entre Estados que el que tenga mayor fuerza podrá exigir cumplir al resto de mejor forma, en otras palabras los imperios son el derecho internacional- ambas ideas metafísicas; y 2) La idea de transición -tan manoseada para justificar el estado de las cosas en la actualidad- no es más que un eufemismo para evitar hablar del continuismo realmente existente, continuismo (o Anamorfosis diría Gustavo Bueno) que el régimen fascista pudo llevar a cabo por el hecho de transformarse internamente debido a la fuerzas exteriores que determinan la política nacional (Dialéctica de Estados imperiales), fuerzas que una vez que pudieron barrer con la influencia en Chile de la URSS (lo que se tradujo como el haber defenestrado al PCCh y corrientes marxistas revolucionarias) y consolidado el capitalismo liberal, se dedicaron de la mano de Ronald Reagan a penetrar aún más en la economía chilena instaurando una democracia de mercado pletórico. No es raro, ergo, que existan los mismos partidos aceptados por la dictadura y, un PCCh socialdemocratizado perfectamente incorporado a las democracias homologadas de corte liberales-socialdemócratas y democratacristianas; y 3) Todo el esquema jurídico-político-militar, todo lo que es el Estado, además de estar determinado por la influencia de la lucha de otros Estados (Dialéctica de Estados) también tiene sus contradicciones internas, el Estado internamente no es armonioso, sino que hay clases que están en constante disputa por intereses, ya sean estas clases religiosas (Católicos, adventistas, islámicos, &c.) como también económicas (Burguesía, proletariado, terratenientes, &c.). Entonces, hay que considerar estas y otras fuerzas internas para no reducirlo todo a un llamado “la gente”, “pueblo”, “la ciudadanía”, “los de abajo” y menos “la mayoría”, esto porque se debe esclarecer el panorama, no confundirlo todo con conceptos borrosos.
El cambio necesario para nuestro país es una ruptura revolucionaria y patriota de izquierdas, una que tenga en consideración los poderes políticos dominantes en el orbe y plante cara a ellos con una fuerza superior, por tanto proponemos la posibilidad y el debate a una unidad político-económica y cultural Iberoaméricanista, es decir, la oposición al capitalismo depredador anglosajón, al socialismo Chino, mutatis mutandis al Bolivarianismo por sus componentes irracionalistas (dígase: indigenismo, islamización de Venezuela a través de las alianzas con Irán, &c.) y otros males de este siglo XXI.
La historia no ha terminado.
por Izquierda Iberoamericana