Es triste decirlo, pero la forma más apropiada de celebrar el cinco de octubre para la Concertación de Partidos por la Democracia, sería que aquellos envejecidos líderes recordaran, de partida, su propia denominación y sus discursos de entonces e hicieran un mea culpa por el olvido en que dejaron después de aquel triunfo histórico a todo un pueblo que se ilusionó, trabajó y logró derrotar al tirano, pese a lo cual, nunca más fue llamado a ser protagonista del acontecer político. Éste quedó reservado como un juego privado para aquellos profesionales de la política, quienes prefirieron dejar a la ciudadanía huérfana de toda conducción y entenderse con los supuestos derrotados en el plebiscito, con quienes se han dado por décadas un muy buen modus vivendi de “democracia de los acuerdos”, “política de consensos”, “justicia en la medida de lo posible” y otros dislates, cada cual más alejado de la democracia representativa que había existido en Chile hasta el golpe de Estado de 1973 y que pretendíamos recuperar a partir de octubre de 1988 y plasmarla en una nueva Constitución de origen legítimo y ratificada por el pueblo soberano.
Sin embargo y a poco de asumir en 1990, el presidente Patricio Aylwin nos informó que la esperada transición a la democracia ya había concluido exitosamente y que vivíamos en una democracia plena (con los tribunales aplicando la ley de amnistía, ejercicios de enlace, senadores designados, el dictador de comandante en jefe, etc., etc.), afirmación meramente voluntarista y tan alejada de la realidad que nadie se lo creyó y hubo de ser sucesivamente repetida por todos los presidentes que lo sucedieron.
Lo cierto es que mientras sigamos regidos por nuestra peculiar institucionalidad ad hoc marca Jaime Guzmán & made in UDI, impuesta por la dictadura, con todos sus enclaves autoritarios y mecanismos contramayoritarios, partiendo por el fraude electoral institucionalizado que representa el antidemocrático sistema binominal (33%=66%), no podemos catalogar a nuestro país como una democracia representativa.
Finalmente y a 24 años de aquel lejano 5 de octubre, la conciencia del engaño a la ciudadanía se ha hecho cada vez más universal y mayoritaria y los embaucadores de este largo cuarto de siglo, no pueden pretender conducir nada y debieran tener el decoro de pasar a segunda fila y dejar el protagonismo a gente nueva, de cualquier edad, pero que nunca avaló -que la hay y mucha- esta verdadera política de conciliábulos que se ha dado entre la Alianza de derecha que apoyó a la dictadura y la Concertación de Partidos por la Democracia (sic), en lo que bien merecería pasar a llamarse en la historia nacional, la República Aliancertacionista, aunque el nombre de república le quede grande.
Por Rafael Enrique Cárdenas Ortega