Lúcido en grado máximo, sin haber ingerido ni una sola gota de alcohol en el cuerpo; y, por tanto, sin el entendimiento nublado por los vapores etílicos, ni la lengua como lija, y tampoco con eructos que dejan un regusto rancio en la boca, ni con las tripas declaradas en rebeldía después de haber recibido cantidades desmesuradas de cadáveres, en esta mañana de holocausto que ha afectado a las ciudades de mi país, de las cuales la gente ha desaparecido como si un arma química los hubieras exterminado, reflexiono en sordina…
“Vuelve el pobre a su pobreza; el rico a su riqueza; y el señor cura a sus misas”. Estos versos, pertenecen a Serrat, el gran artista catalán; y vienen a cuento a propósito de que la muchedumbre que se congregó para recibir el advenimiento de este nuevo ciclo convencional, que el tiempo tal como lo entiende el vulgo y como lo medimos los simples mortales no existe en el universo, deberá regresar a sus cadenas, antes de que se hayan disipado los efectos de la curadera, de que sus estómagos hayan podido procesar todo la inmundicia que consumieron, para transformarla en detritus, y luego eliminarla por los ductos establecidos por la naturaleza para tal efecto, aunque existe la posibilidad que la evacuación resulte más compleja de lo imaginable; que se produzca una obturación, o que las aguas servidas se rebalsen, y que la mierda llegue hasta las coronilla de los celebrantes.
Recibieron el año nuevo, para agradecer que la esclavitud sea soportable, que los grilletes de que son portadores estén bien ajustados, que los movimientos que pueden hacer sean cada vez menos o más dificultosos, que sus movimientos y desplazamientos se limiten a su trabajo, la casa, el televisor, algún sitio destinado al entretenimiento masivo, y la realidad virtual donde muchos se encuentran atrapados, y de vuelta a donde los amos los explotan y les extraen la energía para cada vez hacerse más ricos y poderosos a costa de aquéllos y aquéllas que si quisieran mancomunarse y alzarse podría alterar el curso de la historia; pero pareciera ser que se han acostumbrado al peso de la prisión que transportan consigo a donde van. No en vano Aristóteles dijo que el ser humano era un animal de costumbre, que a todo puede habituarse, incluso- agrego yo- a la miseria, a la degradación, a la servidumbre moderna, disfrazada de libertad.
Me pregunto, con toda la apertura mental y con la mejor buena fe de que soy capaz: qué hay que celebrar; y las respuestas fluyen y se entrelazan como si fueran eslabones que se aferran unos a otros, o serpientes salidas de alguna cueva, y que enlazaran en torno a mi mente y la apretaran hasta asfixiarla, hasta obligarla a gritar algunas verdades personales, que no todos compartirán, pero porque como yo creo en la democracia y en la libertad como arquetipos, como utopías, tengo que tener la mínima consecuencia de aceptar que difieran de mí; y, por tanto, admitir que por lo menos se prestarán para algo, lo que fuere, incluso para despreciarlas.
Retornar a trabajos, en los cuales, por ejemplo, se les sufraga el sueldo mínimo, si es que tiene la suerte de encontrar alguno que les permitan por lo menos sobrevivir, con jornadas laborales que los agotan hasta dejarlos como piltrafas, cuando deban sufrir largas distancias, en la grandes ciudades, para llegar a sus hogares; o, como aparente contrapunto, cuando provienen de las faenas mineras del norte, donde les han chupado hasta la última gota de energía, para dejarlos en franquía por pocos días, mientras las riqueza naturales del país desparecen por arte de magia en las atroces mandíbulas de las trasnacionales, pero llegan bajo la manipulación, el canto de sirena, el espejismo de estipendios atractivos, lo que logra disfrazar y encubrir su falta de libertad; por lo cual no reclaman.
En cuanto a la democracia, ¿acaso hay que celebrar que el poder esté distribuido entre algunas familias, algunos partidos políticos?; ¿que los diputados, senadores, diputadas, senadoras, sean rostros como una maldición, presentes por siempre, y que nadie se atreva jamás a cuestionarles hasta arrancarlos de sus sillas curules, porque aquello pone precisamente en riesgo la democracia, es decir sus prebendas y granjerías; contra lo cual combatió y murió luchando el presidente mártir Allende?. Huelga decir que los electores y electoras, no tiene ni el más ínfimo poder real, para intervenir en las elecciones, a las cuales se les convoca cada cuatro años, a sufragar por los candidatos y candidatas impuestas por los partidos que proceden como mafias; que no nos han otorgado la facultad de revocar el mandato de alguna autoridad, y que no lo harán por cuanto ello amenazaría su dominación; y que si alguien tenía la peregrina idea de que nos permitirían incidir en gestación de una nueva constitución, que se vaya olvidando, o que se prepare para pasar una buena temporada en manicomio.
Podría pasar demasiado tiempo desmenuzando la sintomatología de esta fiesta; y me figuro que ya deben haber emergido detractores encarnizados, con voluntad de extermino- reales o imaginarios- que han de querer mandarme a paseo.
Pero no puedo ignorar el hecho de que hasta la fiesta ha perdido su dimensión trascedente, que tenía en la antigüedad, o en tiempos remotos, en que servía para recomponer los equilibrios que estaban amenazados al interior de la comunidad, y permitir y posibilitar la catarsis, para que las fuerzas que se habían acumulado, y que amagaban con destruir el tejido y la unidad misma de ésta, tuvieran salida, a modo de desfogamiento, para que una vez que hubiera restablecido la normalidad, la convivencia, cada quien pudiera continuar con su roles, y con su propia vida, sintiendo parte de un todo, con sentido y significado. Era la necesaria e indispensable renovación que se debía experimentar, tal como los ciclos de la madre naturaleza.
Sábato, refiere reflexiones muy adecuadas, pertinentes y profundas sobre ello, en su libro “Antes del Fin”; a propósito de que- interpreto y parafraseo- hasta hace un siglo o hace 50 o 40 años atrás, la fiesta cumplía la función de hacer que el ser humano participara en una conexión sagrada- no en un sentido teísta-, en el seno de la sociedad y la cultura, donde se sentía parte de un todo integrado; yo mismo recuerdo mis vivencias infantiles, en que más que nunca era una ocasión en que las familias se congregaban, comunicaban y comulgaban, con fraternidad; reconociéndose en su diferencia y, a la vez, identidad.
A mi juicio, todo ello se ha perdido, porque la fiesta se ha convertido en un pretexto, en cualquier época del año, para acometer el mandato a ultranza de “comamos y bebamos que mañana moriremos”, por lo cual se exacerba el individualismo, que paradójica y contradictoriamente- aunque sólo para quienes tiene el pecado de la ingenuidad- pareciera desparecer cuando se sumergen en el mar del anonimato, sin ninguna conexión ni sintonía con una dimensión, que permita que el ser humano no se sienta aislado y solo en grado total, no un recipiente que debe ser atiborrado con comida, con basura, con seudo información, con lugares comunes y clichés, con ideas inducidas por el control que ejerce la publicidad y los mass media.
Para decir adiós, cabe sentenciar:
“Se acabó,
el sol nos dice que llegó el final,
por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual”.
“Vamos bajando la cuesta
Que arriba en mi calle
se acabó la fiesta”.
Arturo Jaque Rojas.
10.789.448-9