La disputa por la victoria de las elecciones presidenciales de Austria quedó en suspense hasta el último momento, cuando se convirtió en determinante el recuento del voto por correo. Han sido 700.000 papeletas las que han permitido al ecologista de izquierda Alexander Van der Bellen superar al ultraderechista Norbert Hofer.
El 14% del censo que votó por correo terminó por otorgar a Van der Bellen el 50,3% de los votos, y proclamarse así ganador de los comicios a sus 72 años.
Van der Bellen, quien ha ejercido toda su vida de profesor universitario, fue militante del partido socialdemócrata y pasó a ser miembro de los órganos dirigentes del Partido Verde en 1994.
Si hubiera ganado, Hofer, candidato del ultraderechista Partido Liberal (FPÖ) de Heinz Christian Strache, se hubiera convertido en el primer jefe de Estado de la ultraderecha en un país europeo desde 1945.
Auge de la extrema derecha europea
A pesar de haber salvado la presidencia del país, los resultados electorales en Austria evidencian nuevamente el auge de la extrema derecha europea, que aprovecha el conflicto de Siria y la crisis de los refugiados para sembrar la xenofobia, el racismo y el temor a que se diluya la identidad nacional de los estados europeos.
Un nuevo reto para combatir a los ultraconservadores tendrá lugar en las elecciones presidenciales francesas del próximo 2017. En esta ocasión, se estima que el Frente Nacional de Marie Le Pen se beneficiará de la crisis migratoria europea y también del malestar de la sociedad francesa hacia sus instituciones y representantes políticos. Un descontento que lleva semanas expresándose en las calles de las principales ciudades para rechazar enérgicamente las políticas del presidente Françoise Hollande y su primer ministro, Manuel Valls.
En Alemania, los últimos sondeos revelan que el Partido Social Demócrata de Alemania (SPD) y la Unión Demócrata Cristiana (CDU de la canciller Angela Merkel) han caído a su nivel más bajo de popularidad en beneficio del partido anti-inmigración Alternativa para Alemania (AfD).
Otro de los casos más flagrantes es el de Grecia. El partido Amanecer Dorado, considerado neonazi, despuntó durante la crisis económica griega y pese a que algunos de sus líderes están acusados de graves delitos, como por ejemplo asesinato, se convirtió en las elecciones del 2015 en la tercera fuerza política con 18 ministros.
Sigue sus pasos Italia, donde durante las elecciones locales del año pasado la Liga Norte, euroescéptica y anti-inmigración, registró un importante avance.
También en el norte del continente los partidos xenófobos pasan por momentos de éxito y consolidación. En Dinamarca, el Partido del Pueblo Danés de Kristian Thulesen Dahl obtuvo la segunda plaza con el 21% de los votos en las elecciones del 2015, por delante del partido conservador Venstre de Lars Løkke Rasmussen. Aunque finalmente no entró en el Gobierno, su apoyo es fundamental para garantizar su estabilidad.
Finlandia, con el nacionalista Partido Finés, también ha visto consolidarse a los ‘ultras’ como segunda formación. De hecho, el líder del partido, Timo Soini, es el ministro de Exteriores en la coalición de Gobierno.
El caso de Holanda es, en la zona, de los más preocupantes. Las últimas encuestas sitúan al Partido de la Libertad (PVV), liderado por el xenófobo Geert Wilders, como primera opción de intención de voto, en detrimento de los liberales y socialdemócratas, quienes actualmente gobiernan en coalición y cuyos apoyos están bajo mínimos a un año de las elecciones generales.
Finalmente, en Hungría, el partido de extrema derecha Jobbik es el tercero más fuerte del país, con el 20,7% del voto en las elecciones generales del 2014.
Junto con las actitudes racistas y xenófobas, estos partidos abogan por el euroescépticismo, es decir, buscar una salida de la Unión Europea que ponga fin al proyecto de la alianza y resaltar el sentimiento identitario y nacionalista de los estados.
Europa levanta fronteras, rechaza los refugiados sirios y endurece las políticas migratorias. Mientras, los partidos de extrema derecha se benefician de la torpeza con la que los Gobiernos e organizaciones internacionales gestionan la crisis que acecha el viejo continente.