Testo Yonqui es muchísimas cosas, pero sobre todo es, según sus propias palabras, un “ensayo corporal”. Y aquí la palabra ensayo tiene al menos dos sentidos: es un ensayo en el sentido de género literario, y es un ensayo en el sentido de experimento. Testo Yonqui es un diario que registra las modificaciones corporales y emocionales de la autora mientras se suministra dosis de testosterona en gel, es un diario donde narra su vida sexual y política y, al mismo tiempo, es una deslumbrante reflexión sobre los mecanismos de gestión y dominación somato-política que intervienen en la construcción del cuerpo y la sexualidad.
Siguiendo a Foucault y a Judith Buttler, Beatriz considera que el sexo del cuerpo, la común partición entre hombre y mujer, entre femenino y masculino, entre homosexual y heterosexual no son más que ficciones construidas por discursos científicos que responden a cierto modelo político heterosexual y blanco de normalización y control. La división hombre / mujer no es más que una construcción política y cultural que se presenta a sí misma como natural, es una ficción que no se reconoce como tal. De esa negación, brota precisamente su dominio: científicamente comprobado = verdadero. Toda verdad está sometida al discurso y al método científico y, como ya sabemos, toda investigación científica está sometida y financiada por el poder económico y político, por las grandes trasnacionales y los fondos estatales. La ciencia es, en ese sentido, el criterio de veracidad por excelencia, es el laboratorio donde se fabrica lo que comúnmente entendemos por realidad y, sobre todo, lo que creemos que es nuestro cuerpo:
“Durante el siglo XX, periodo en el que se lleva a cabo la materialización farmacopornográfica, la psicología, la sexología, la endocrinología han establecido su autoridad material transformando los conceptos de psiquismo, de libido, de conciencia, de feminidad y masculinidad, de heterosexualidad y homosexualidad en realidades tangibles, en sustancias químicas, en moléculas comercializables, en cuerpos, en biotipos humanos, en bienes de intercambio gestionables por las multinacionales farmacéuticas. Si la ciencia ha alcanzado el lugar hegemónico que ocupa como discurso y como práctica en nuestra cultura, es precisamente gracias a lo que Ian Hacking, Steve Woolgar y Bruno Latour llaman su «autoridad material», es decir, su capacidad para inventar y producir artefactos vivos. Por eso la ciencia es la nueva religión de la modernidad. Porque tiene la capacidad de crear, y no simplemente de describir, la realidad».
La tesis central del libro es que a partir de los años cincuenta hubo una serie de eventos que modificaron radicalmente los mecanismos de gestión del cuerpo que ya había señalado Foucault. Beatriz desplaza la atención que el francés había dado a las prisiones, las escuelas, las clínicas, los cuarteles y demás instituciones ortopédico-disciplinarias para centrarse en lo que ella considera los dos pilares sobre los que se asienta el control contemporáneo del cuerpo: la industria farmacéutica y la industria de la pornografía. El Régimen Farmacopornográfico (así lo llama) es un concepto paralelo a lo que Foucault llama Régimen Disciplinario, y se diferencia de este por la forma en la que opera. Según Beatriz, no se trata ya del viejo modelo “panóptico” de control arquitectónico que determina los cuerpos desde fuera (como la jaula determina a la rata, como la ciudad al ciudadano), sino de un nuevo modelo de control sintético que trabaja, casi invisible, desde el interior del cuerpo mismo, a un nivel molecular, modificando directamente la composición química del individuo.
El paradigma de esta nueva forma de gestión farmacológica del cuerpo acaecida luego de la Segunda Guerra Mundial es ni más ni menos que la píldora anticonceptiva: el panóptico hecho pastilla, listo para ingerir. De hecho, Beatriz afirma que el desarrollo de hormonas sintéticas durante los años inmediatamente posteriores a la guerra puso en crisis el modelo político según el cual el sexo es comprendido únicamente en términos reproductivos. El sexo, entonces, es deslindado de su implicación reproductiva y ello permite que la biomujer se deshaga del rol exclusivo de maternidad doméstica al que fue reducida para tomar luego los espacios públicos a los que nunca tuvo acceso pleno. Pero esto es solo una parte de la historia, la parte que el primer feminismo literalmente se tragó sin meditar y la razón por la cual Beatriz se pregunta por qué la ciencia desarrolló dispositivos anticonceptivos del tipo hormonal como la píldora solo para las biomujeres y no se preocupó en hacerlo para los biohombres. Y su respuesta es contundente: la píldora, con su combinación de estrógenos y progesterona, no es solo un dispositivo anticonceptivo, es, sobre todo, un dispositivo de fabricación de la feminidad misma. En este sentido, Beatriz explica que la píldora contemporánea trabaja según una doble operación que primero corta la menstruación y luego la restituye sintéticamente. La razón de ello radica en que la primera píldora desarrollada cortaba la menstruación durante un largo período de tiempo, lo cual fue considerado como algo “antinatural”, de manera que las sucesivas investigaciones y experimentos se avocaron a la tarea de producir una píldora que tuviera el mismo efecto anticonceptivo sin perder en ello la “feminidad natural” del ciclo menstrual. De modo que tu ciclo hormonal, ese que te hipersensibiliza, es una réplica químicamente inducida, es el producto de una transnacional farmacéutica, es el resultado de una compleja red de fuerzas económicas y políticas que fabrican esa parte de lo que crees es tu feminidad. Todo lo cual lleva a la inquietante conclusión de que esa “verdad biológica” femenina (y, por tanto, también masculina) no necesariamente es una circunstancia natural, no necesariamente es una realidad dada e inmutable, sino que, por el contrario, puede ser, y de hecho es, modificable, más aún: es manipulable. Ya no hay una naturaleza pura, quizás nunca la hubo, somos un injerto de piel y silicona, una aleación de lo orgánico y lo inorgánico. No estamos lejos del cyborg.
Ahora bien, al deslindarse sexo y reproducción, aparece en escena, casi al mismo tiempo, ese otro imperio del placer que es la pornografía. En un extremo está la química y en el otro, el porno; en el medio, nuestros cuerpos. Para Beatriz, la pornografía viene a ser el lado oscuro de la industria del entretenimiento (así como el narcotráfico es el de la industria farmacéutica), el lugar a donde normalmente no llega el brazo diurno de la ley, el lado oscuro del que nadie habla, ni siquiera los filósofos. En la pornografía, dice, se encuentra la clave para comprender el modelo de rentabilidad y eficacia al que toda industria neoliberal aspira. Es el paradigma de negocio posindustrial, puesto que logra producir en el cuerpo el circuito excitación-frustración-excitación necesario para mantener los niveles de consumo. La imagen pornográfica es, además (y esto no deja de ser desconcertante), el dispositivo más eficaz para transformar la representación en materia, el software en hardware, el lenguaje en cuerpo, ¿cómo es posible que un código binario de ceros y unos produzca erecciones y humedades?
En todo caso, uno de los rasgos que comparte la pornografía con algunas drogas es la capacidad de producir lo que Beatriz llama “satisfacción frustrante”. Tal efecto es producido por una suerte de doble moral o doble movimiento que implícitamente opera de la industria bien iluminada del entretenimiento a los oscuros portales pornográficos. Tal movimiento doble consiste en que, por una parte, la industria diurna del entretenimiento te excita, te pone la verga dura o la concha húmeda, te muestra el juego previo y la seducción, para luego, por otra parte, sustraerte el clímax, escamotearte la verdadera acción, lo que, creemos, habría de real en la representación cinematográfica. Esa ausencia, ese clímax escamoteado, eso que intuimos real tras las luces y las cámaras creemos verlo escapar hacia la oscuridad del porno y hasta allá nos dirigimos. En ese sentido, Beatriz dice que la industria del entretenimiento es envidia del porno: es lo que ella no puede ser a luz del día, lo que no puede ser en la categoría “para todo público, en el horario familiar. Pero la oscuridad del porno tampoco es lo que quiere ser: el porno quiere ser bien iluminado, aspira a la aprobación del “todo público”, pretende el horario familiar; en el porno solo encontramos otra representación, pura performance, pura pirueta virtuosa, puro escándalo fingido, una operación casi mecánica que revela nuevamente otro algo que se escapa, otra ausencia. Te corres, sí, pero, una vez más, hay algo real que se escapa de la representación pornográfica y entonces te ves forzado a reiniciar el circuito excitación-frustración-excitación.
¿Qué es eso que se escapa? ¿Qué es eso real que se busca en toda representación? ¿Qué es esa ausencia que intuimos real en la pornografía o en la comedia romántica? Esas no son preguntas que le interesan a Beatriz Preciado. Y quizás eso sea lo más aterrador. Porque en esa ficción que también es Testo Yonqui, en esa hipótesis del mundo solo hay cuerpos y fuerzas políticas, solo hay drogas y hormonas, solo hay dildos de plástico y prótesis mamarias, pastillas anticonceptivas y anuncios publicitarios, redes sociales y trasnacionales farmacéuticas, revistas Playboy y cristal de meta, chulos y putas. Solo hay, en definitiva, dominio y sumisión.
Fuente: Anden Digital visto en Rebelión